Bonita vecindad

PRODUCCIÓN. REVISTA NOSOTROS.

En muchos barrios de la ciudad -el suyo, el nuestro- hay gente que se cruza todos los días por la vereda, se saluda, se desea buenas noches, comenta sobre el clima, las novedades de la jornada, las actividades de los chicos y los precios que una vez más se fueron por las nubes. También hay gente que no tiene ni tiempo de conversar pero que se sabe que está ahí, siempre a mano.

En algunos barrios de la ciudad hay gente que una vez por año decide pasar de verse la cara sin detener el paso y se reúne a compartir una cena, a ponerse al día sin apuro y a celebrar que, en las buenas y en las malas, comparten la misma cuadra.

En esta edición, tres experiencias que permiten confirmar que la convivencia puertas afuera de nuestra casa es posible y necesaria.

En barrio Mayoraz, un grupo de vecinos decidió hacer suya la idea de recuperar el espacio público casi como un conjuro contra el miedo y el aislamiento. Desde hace 3 años se reúnen en la calle para despedir el año. Y todo indica que la experiencia va a replicar en otras calles.

En la cuadra de Corrientes al 3700, el tradicional encuentro para despedir el año fue nuevamente una fiesta. Y eso que esta vez la chopera tuvo un problema, que solucionó el anfitrión.

Y en el corazón de barrio San Roque, en Güemes al 5000, el año se despide en la vereda desde 2008, en una tradición que comenzó en 2008 y se arraigó “como el pan dulce”.

Fiesta y reconocimiento al Buen Vecino

TEXTOS. JOSÉ E. BORDÓN ([email protected]).

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La reunión anual de vecinos de calle Corrientes al 3700 para despedir el año comenzó de imprevisto, hace algunos años. Hoy es todo un símbolo para esa zona del sur de la ciudad. A esa altura, Corrientes es doble mano, razón por la cual -incluidos motivos de seguridad- es muy difícil juntar a los amigos en la vereda o en la calle, como se realiza en otros lugares de Santa Fe. Lo importante -así lo entienden todos- es encontrarnos en un momento de sosiego, más allá de que a diario muchos nos veamos la cara. Esa reunión tiene el sello que le imprimen hombres y mujeres que nunca retacean el saludo ni el diálogo.

Este año, como siempre sucede, hubo ausentes y otros que se sumaron. Dolor enorme por la ausencia de doña Clara. Pero a los “de la cuadra” se fueron agregando otros un poco más distantes. Se formó un grupo heterogéneo pero que tiene mucho fundamento. Fundamento en la amistad, en la solidaridad, en el acompañamiento en momentos difíciles. Es un grupo -orgulloso estoy de decirlo- que tiene respaldo moral en lo que hace.

Esta vez -en realidad otra vez- nos reunimos en casa de los Arregui. Anfitriones, Vilma y Héctor, con el aporte de su hijo Gonzalo y su hija política Micaela. Arribar temprano a la vivienda de los Arregui es comenzar a sorprenderse con los objetos que Vilma incorpora mes a mes, año a año. Sobre ellos, todos los vecinos decimos en voz baja: “es un pequeño museo” de cosas que a ella le satisface. Tiene una habitación con duendes traídos de diferentes lugares (son los más, pero también hay otros adornos), y en el patio una serie de elementos que compiten con palmeras o la sobriedad del quincho. Pero todos saben lo que a la señora le gusta y todos respetan.

El último encuentro comenzó complicado, como lo es siempre que uno va convocado por el anuncio de un barril con cerveza helada y, cuando llega, el dueño de la casa está arreglando una manguera que se rompió y amenazó con dejar a Vilma al borde de un ataque de nervios. Por suerte, Héctor, que trabaja en Aguas Provinciales y sabe manejar herramientas, solucionó el desperfecto y la mesa se abrió a liso batiente.

Arribaron casi todos los convocados. Graciela encontró el oído de Alicia para hablar de su viaje al sur donde está su hija y el paso por Buenos Aires donde está su hijo (ambos médicos); Joaquín, Oscar y Héctor no pudieron evitar las especulaciones sobre si Colón ascendía o seguía en el Nacional B (jugaba al día siguiente); estuvo de paso Gustavo, un ex bancario -hoy distribuidor de productos alimenticios- el contador (pero de chistes); se sumaron nuevos vecinos de la zona; también acompañó Mary, la responsable de una de las despensas del barrio; Sarita, Stella Maris, Mirta, otra Mary, otra Graciela y Cuqui.

Ricardo y José, dos exitosos empresarios (son los que suelen aportar excelentes empanadas y tartas de su propia elaboración) lamentaron que la enfermedad de un empleado de otro negocio de su propiedad les haya impedido asistir; y esta vez, por compromisos familiares, tampoco acudieron Marcelo y Mónica. Pero todos aportaron algo para que la reunión fuese amena.

Como siempre, la cena fue a la carta y todos destacamos a quienes hicieron con sus propias manos tantas delicias, como las cazuelas de salchichas made in Vilma, y la grata aparición (pedimos que se repita) de cazuelas de mondongo, que aportó Sarita. Por supuesto que Gonzalo se llevó el agradecimiento por ser el hombre que manejó la chopera.

Homenaje

POR ESTAR EN TODAS

Este año, y para confirmar la confraternidad del barrio, Alicia Blonski pensó una vez más en sus semejantes. Aunque su esposo explicó el motivo, de ella fue la idea para que desde este año se realice el reconocimiento “Al Buen Vecino”. Por lo que hace por los demás, preocupándose por los enfermos, cuidando las mascotas, dispuesta a ayudar, hasta ornamentando la cuadra con motivos patrios o navideños, tal reconocimiento fue para Vilma Arregui. La distinción material es lo de menos. Bueno es saber que hay buenos vecinos en esa cuadra.

El privilegio de San Roque

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TEXTO. FLORENCIA ARRI

En Güemes al 5000, cada fin de año el tablón siempre se tiende sobre la misma vereda: la de Nelly y Miguel Cibischino. La chopera sobre el tapial es la única certeza. La comida y la vajilla es la que lleve cada uno, y los comensales son los que se suman en la amistad: pueden ser de 25 a unos 50 vecinos. “Cada uno trae lo que tiene... pero después empezamos a sacar de todo de las cocinas, porque siempre te acordás de algo que tenés y lo sacás”, contó Nelly.

Hasta el contenido es variable: desde que Enrique Puda despunta su arte de maestro cervecero, el tablón es una mesa de cata por la que pasaron los casi 60 litros que produce por cocción: desde cerveza rubia “Dorada pampeana”, a la roja “Irish red” estilo irlandés, y la negra Stou, entre otras variantes.

En esta cuadra de Barrio San Roque, despedir el año en la vereda es una tradición que comenzó en 2008 y se arraigó como el pan dulce. Puede cambiar el menú y la temperatura, pero no se discute el espacio. Si la noche definida hay tormenta, el festejo se posterga. Se reúnen esta noche, sin ir más lejos, porque el sábado pasado llovió y algunos no podían de tantas despedidas. Pero si la lluvia arremete cuando la mesa ya está tendida la fiesta no se corta: continúa en la cochera de Hugo donde, vasos más, sillas menos, caben todos los vecinos.

En esta cuadra de Güemes, el festejo es la constante aunque cambien los motivos: cuando hizo calor, en la misma vereda se celebraron cumpleaños y aniversarios de bodas de los vecinos. Los precursores de cada festejo son Nelly y Miguel, Enrique Puda y su señora Mariana, Hugo Torres y Norberto “Coco” Tourn que “es un chiste y hasta se disfraza de sacerdote: se viste de negro con cuello blanco, marca presencia y juega a ser serio”, lo gastaron sus vecinos.

NUEVAS CARAS EN CALLE NUEVA

Enrique Puda vive en esa cuadra y la conoce bien. Allí está la casa donde nació, la de su abuela materna Nicolina Antonini; y a la vuelta vive su mamá, Rosa Antonini. “Acá me conocen desde que nací, y tengo 51 años”, dijo con cierto orgullo. Cuenta que el barrio tuvo calles de tierra hasta hace algunos años, y relata la imagen de la zanja que había en la vereda oeste y se inundaba cuando llovía. Esa foto que vió todos los días de su vida mutó cuando llegó el asfalto: “Todo cambió”, dijo. Los vecinos celebran que la calle ya no es un barrial, pero también reconocen que el pavimento puso paños fríos.

Los inquilinos son los nuevos vecinos que la cuadra también recibe en su mesa, “aunque cada vez quedan menos caras conocidas y los nuevos muchas veces no vienen”, agregó Nelly con un dejo de nostalgia. Está orgullosa de su cuadra, conoce a todos y cada uno. “Mi hija me dice que me saqué la lotería con mis vecinos”, esgrime entre risas. “Son gente solidaria, compañeros... siempre están dispuestos para lo que sea, se conocen desde hace décadas y no tienen problema de nada”, agregó Enrique.

Los peros llegaron con las noticias. Este año, por primera vez, una vecina planteó que no se animaba a hacer el festejo en la calle. “Es por las cosas que pasan, la gente tiene miedo” explicó Nelly. Enrique describió la tradición como un noble privilegio: “Nunca pasó nada, no hay muchos lugares en Santa Fe donde te puedas sentar en la vereda como hacemos nosotros”. Todo indica que en esta cuadra de casas bajas, sonrisas anchas y calle nueva, la fortuna está del otro lado de la puerta, donde el patio es en la vereda.

 

Recuperar la calle

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TEXTO. NICOLÁS LOYARTE.

“Recuperar la calle” es un grupo de Facebook que se formó bajo esa consigna, con la idea de que la única posibilidad de ser libres y no vivir atemorizados por la inseguridad es retornar al espacio público y encontrarse con el otro. De esta forma fue que un grupo de vecinos de barrio Jardín Mayoraz realiza acciones tan simples como sacar un sillón a la vereda, el mate y dejar que los chicos jueguen “como cuando nosotros éramos chicos”.

Desde hace tres años, los vecinos de calle San Martín al 6100 y aledaños decidieron juntarse para despedir el año todos juntos. El resultado fue sorprendente. Muchos no se conocían o no sabían los apellidos del que vivía enfrente de su casa, o no se habían enterado de las novedades familiares como casamientos, cuestiones laborales, etc. Ahora lo saben y tienen otra relación, más cercana.

Para la “juntada” de fin de año lo único necesario es sacar el sillón, una mesa o tablón, un plato “a la canasta” y el que quiere y puede, colaborar con algunos pesitos para comprar un barril de cerveza. El resto, cero organización, pura espontaneidad. Se colocan unos banderines y un cartel para desviar el tránsito en la esquina, los chicos de la cuadra deciden a qué jugar mientras los padres y abuelos conversan al costado, mirando de reojo y dejándolos interactuar, mientras corren los lisos y “sanguichitos”.

Algunos conductores que pretenden avanzar por esa calle se sorprenden con cierta “envidia” al ver de qué se trata y con amabilidad desvían su trayecto. Nunca ocurrió lo contrario.

Este año la noche del sábado 6 de diciembre se prolongó hasta entrada la madrugada, a la luz de la luna llena y del farol de la calle, hasta que uno a uno cada vecino volvió a su hogar. Los últimos levantaron las servilletas de papel y botellas de gaseosas del suelo, cerraron el sillón, acomodaron el tablón y “con un dejo de tristeza” desarmaron la chopera, y entre abrazos se dijeron “hasta mañana”. Todo fue natural, espontáneo y cada uno se fue agradecido y feliz. Algunos parientes y amigos de otros barrios que se acercaron a compartir se fueron con la idea de repetirlo en su cuadra.

Ahora habrá que aguardar los festejos de carnaval, para volver a celebrar todos juntos. Mientras tanto, los fines de semana y en las vacaciones los chicos salen a jugar, para “recuperar la calle”.