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Autobiografía del autor de “El gen egoísta”

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Todo tiende a la inmortalidad. Paradójicamente, este impulso lo comparte también la teoría que durante un tiempo fue considerada antirreligiosa por excelencia: la teoría de la evolución. En su famosa exposición de El gen egoísta, Richard Dawkins se refiere a la “máquina de supervivencia” en relación al rol que juegan los organismos individuales (mortales) en relación con sus genes (potencialmente inmortales).

“Los genes son los inmortales. Tienen una expectativa de vida que debe medirse no en décadas, sino en miles y millones de años... Los individuos no son entidades estables, sino efímeras. Los cromosomas también se entremezclan hasta difuminarse, como manos de una partida de naipes después de barajar las cartas. Pero las cartas mismas sobreviven a la mezcla. Las cartas representan los genes. Los genes no resultan destruidos por el entrecruzamiento sino que se limitan a cambiar de acompañantes y seguir adelante. Desde luego que siguen adelante. Es lo suyo. Ellos son los replicadores y nosotros somos sus máquinas de supervivencia. Cuando hemos prestado nuestro servicio, somos descartados. Pero los genes son los ocupantes del tiempo geológico: los genes son para siempre”.

En Una curiosidad insaciable, Richard Dawkins cuenta de su infancia en la África colonial, de sus años de formación en Oxford, donde ingresó en 1959 para estudiar Zoología, y de cómo su carrera dio un inesperado giro en 1973, cuando, inspirado por la obra de William Hamilton, Robert Trivers y John Maynard Smith, comenzó a escribir El gen egoísta, la obra de biología evolutiva que le dio fama mundial.

“Tengo que decir que ni en mis lecciones de los años sesenta ni en El gen egoísta consideré que la idea del gen como unidad fundamental de la selección natural fuera una gran novedad. Me parecía -y así lo expresé claramente- que era algo implícito en la teoría neodarwinista ortodoxa de la evolución, esto es, la teoría formalizada por primera vez con claridad en los años 30 por Fisher, Haldane, Wright y los otros fundadores de la llamada Síntesis Moderna, como Ernst Malyr, Theodosius Dobzhansky, George Galylord Simpson y Julian Huxley. No fue hasta después de la publicación de El gen egoísta que tantos críticos como admiradores comenzaron a contemplarla como una idea revolucionaria”. Publicó Tusquets.