Sartre y su versión del existencialismo

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Jean-Paul Sartre.

Foto: Henri Cartier-Bresson

Elda Sotti de González

Han sido varios los filósofos que en los siglos XIX y XX han otorgado un lugar central a la existencia del ser humano, como Sören Kierkegaard, Martín Heidegger, Karl Jaspers, Jean-Paul Sartre y su pareja, Simone de Beauvoir, entre otros.

Jean-Paul Sartre -también periodista, dramaturgo y novelista- en “El existencialismo es un humanismo”, una conferencia de 1945, dejó plasmada su visión de la existencia humana. Según Sartre, hay dos especies de existencialistas, los de confesión católica y los ateos, entre quienes se ubica. Sostiene que “la existencia precede a la esencia, o, si se prefiere, que hay que partir de la subjetividad”. Da el ejemplo de un cortapapel. El artesano que lo fabrica sabe con anticipación para qué será utilizado ese objeto. Sartre afirma que en este caso la esencia precede a la existencia. Si se acepta que todos los hombres están sujetos a la misma definición y poseen las mismas cualidades básicas, entonces aquí también la esencia precedería a la existencia. Pero en el existencialismo ateo que él defiende destaca que el hombre nace, comienza por existir y después se define. “El hombre no es otra cosa que lo que él mismo se hace”. Éste sería el principio fundamental. El ser humano sería lo que él mismo proyecta ser. El punto de partida sería la subjetividad, pero aclara “nos captamos a nosotros mismos frente al otro” y agrega “el otro como una libertad colocada frente a mí”. Y esto lo lleva a descubrir el mundo de la intersubjetividad.

Su teoría rechaza el quietismo porque él entiende que “sólo hay realidad en la acción”. Y se opone al determinismo. Tomaré como ejemplo a los animales. Cada especie viene al mundo genéticamente programada. Sus componentes tienen los mismos hábitos, obran todos de la misma manera porque nacen predeterminados. La naturaleza ha definido sus conductas. Para nuestro filósofo el ser humano no está definido con antelación. No tendría ante sí ni normas ni verdades ni valores. No existiría un preordenamiento independiente de la mente humana. “El hombre está condenado a ser libre”; condenado, porque una vez en el mundo tiene que tomar decisiones y es responsable de todo lo que hace. “No hay determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad”. No sería posible determinar a priori la manera correcta de obrar en una circunstancia cualquiera. El existencialismo es un humanismo porque encuentra el modo de potenciar la dignidad del ser humano. Lo supone no encerrado en sí mismo, sino “presente siempre en un universo humano”.

Al referirse a Dios señala: “El problema no es el de su existencia, es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y se convenza de que nada puede salvarlo de sí mismo, así sea una prueba valedera de la existencia de Dios”. A la luz de lo manifestado en esta cita y desde mi punto de vista, ese “sí mismo” del cual no puede el hombre apartarse, lo llevaría a constituirse en creador de su propia esencia.

Entiendo que el existente hombre lanzado a un contexto sociocultural de características propias y ante diversas posiciones -escépticas, dogmáticas, eclécticas- tiene necesariamente que constituirse en existente operante en busca de su realización, teniendo clara la idea de que en ese intento de proyección hacia el futuro, lo acompañará ad infinitum la libertad, que se le presenta como autonomía, pero también como condena. En cada elección deberá encontrar la autoridad en sí mismo, pero además exponerse, correr riesgos. Sartre puede así decir: “Usted es libre, elija. invente”.

El tema expuesto no está agotado y, dicho sea de paso, las ideas de Sartre han originado innumerables polémicas. Pero lo cierto es que el ejercicio intelectual que suscita se torna, a mi juicio, muy valioso en tanto implica repensar al ser humano. Una actividad no menor.