Santa Fe y las inundaciones

por reinaldo f. avilé

En los albores del siglo XX llegó a esta capital, por razones de trabajo, un culto rosarino, poseedor de un enorme talento literario y equivalente modestia. Pronto se integró al medio ambiente de Santa Fe de la Veracruz y con el tiempo, bajo el pseudónimo de Mateo Booz, nos legó una magnífica obra que incluye crónicas y relatos, comedias, ensayos y biografías, convirtiéndose en un “santafesino de veras” hasta su partida definitiva.

En su recordado libro “Santa Fe, mi país” tiene un papel protagónico, entre otros personajes, don Hilario Tapia, un vecino del tradicional barrio Sur quien, luego de diversas circunstancias adversas, termina rebuscándoselas como cicerone de turistas y viajeros que quieren conocer mejor la vieja aldea de “las losas y de los sueños”.

Para don Hilario, residente en las proximidades del Convento de San Francisco, la ciudad comenzaba en “El Quillá” y terminaba en la Plaza de Mayo. Hacia el norte, aquella urbe que se extendía era pura ostentación de gringos y extranjeros.

En otro capítulo, el protagonismo lo adquieren don Dolores Gaitán y su esposa, doña Óptima, habitantes de un precario rancho en la “boca del Tigre”. El relato “Los Inundados” nos detalla las peripecias existenciales de don “Dolorcito” y su familia, integrada con cuatro niños en la lucha cotidiana por la subsistencia, al margen de la falta de apego al trabajo o al esfuerzo, hasta que en ocasión de un desborde del Salado los obliga a alojarse en un vagón ferroviario y viven una aventura extraordinaria. En esa historia se basó Fernando Birri para hacer, tal vez, su filme más importante.

En la escena final de la película, el director le hace decir al actor principal, cuando regresan a Santa Fe, “ahora ¡quién sabe cuando viene la próxima inundación!”

Pasaron los años, la limitada aldea de don Hilario se fue expandiendo, los bañados periféricos fueron ocupados legal e ilegalmente, surgieron nuevos asentamientos que crearon necesidades diversas, se encararon obras que trataban de paliar las dificultades de nuestros vecinos ocupantes de terrenos vulnerables por las intensas lluvias o las periódicas crecidas de los ríos. Así, la ciudad rellenó las muchas cavas y depresiones del terreno existentes en barrios ubicados al Norte de los bulevares (Los Hornos, Oser, Barranquitas, Sargento Cabral, Las 4 Vías, Mariano Comas, Laguna Felipe, Villa María Selva, etc.). Y también, con la construcción del Puerto, rellenamos el “Paseo de las Ondinas”, la actual calle Rivadavia junto al Parque Alberdi, el albardón de la isla al costado del Dique 2 -y así surgió Alto Verde-, y lo mismo ocurría con el territorio provincial que se extendía hacia el norte, hasta donde Juan de Garay había establecido los límites de su fundación: “los anegadizos del norte” (los Bajos Submeridionales). Se hicieron caminos, se construyeron puentes, alcantarillas y canales, se extendieron las vías del ferrocarril y no recuerdo tener registro de dificultades en el paso del tren por impedimento de las aguas. Sí, muchas veces, los caminos de tierra y asfaltados sufrieron las consecuencias de los fenómenos climáticos.

En tiempos modernos, llegó un coronel como ministro de Obras Públicas, y dispuso un relleno faraónico en la zona denominada “El Pozo” que, a mi criterio, no tuvo en cuenta el inteligente “Plan Cabral”, que contemplaba una solución integral y así nos fue. Tampoco se concretó el Plan Regulador que la Universidad Nacional del Litoral debía confeccionar -a través de sus facultades y organismos técnicos- a cambio de la donación que le hicimos por Ordenanza Nª 5.262 sancionada el 24 de junio de 1964 de más de 43 hectáreas para la “Ciudad Universitaria”.

Desde siempre hubo anuncios, seguramente todos basados en buenas intenciones, pero no contamos con un plan total. Carecemos de un Plan Regulador. Nos limitamos a decisiones esporádicas y los problemas continúan afectando a muchos vecinos que ven lesionados sus derechos, destruidos sus bienes, dañada su calidad de vida y destinamos enormes recursos públicos que, orientados mediante un adecuado planeamiento, darían mejores y más eficaces resultados.

El planeamiento no es el embellecimiento parcial de una zona, la construcción de nuevos edificios o cocheras, tampoco un sueño fantástico e irrealizable. Es, en cambio, un plan total que comprende a la ciudad y la región que la rodea como una unidad. Se integra con planes basados en estudios previos de las posibilidades económicas, sociales y financieras de toda la comunidad. Necesitamos confeccionar con urgencia ese proyecto integral, comenzar a ejecutar un programa de acción total y de largo alcance buscando entonces sí la financiación para hacer realidad las soluciones ofrecidas y para ello creemos en la participación activa de todos los ciudadanos.

Los santafesinos no tenemos ni queremos “jefe de gobierno”, tenemos el municipio, aquella genial creación de los romanos que dio participación en el manejo de la ciudad a los vecinos. Entonces, parafraseando a Ortega y Gasset: “Santafesinos, a las cosas”, así no tendremos que recordar el último parlamento de “Pirucho” Gómez, cuando con una expresión de desesperanza decía: “Ahora ¡quién sabe cuando vendrá la próxima inundación!”