MESA DE CAFÉ

De Felisa Miceli a Máximo

MESADECAFE.tif

REMO ERDOSAIN

Sin duda que la mejor estación del año es el otoño, el otoño santafesino se entiende. Poca humedad, ausencia de mosquitos y un sol que en lugar de castigar, acaricia. El otoño es la estación que invita al paseo, a la caminata y, por supuesto, a sentarse a la mesa de un bar a saborear el café compartido con los amigos de siempre.

Hoy nos ha tocado disfrutar de uno de esos días que los diarios nos reservan para reconciliarnos con la vida. Los dones del clima, las bondades de la naturaleza, las caricias del sol no impiden la discusión política, por el contrario parece que las estimula. Es que no hay mesa de café sin disputas, sin discusiones de hacha y tiza por lo que sea. Como aquel personaje español que llegaba al café y su primera frase, las palabras que lo presentaban, eran las siguientes: “No sé de qué estáis hablando, pero desde ya me opongo”.

—Por lo pronto -dice Abel- me opongo a que a la señora Felisa Miceli la hayan dejado en libertad. Estos jueces son unos desvergonzados, no tienen cara. Es más, acuso a los fiscales y los jueces, a todos los meto en la misma bolsa, porque todos se pusieron de acuerdo para que una señora que ha delinquido no pague con la cárcel, cuando a un ladrón de gallina le dan por la cabeza.

—Yo no sería tan exagerado -responde José- ustedes se llenan la boca hablando de las instituciones, del derecho y del respeto a la ley, pero cuando los jueces no fallan como a ustedes les gusta ponen el grito en el cielo. Y después los autoritarios somos los peronistas.

—Convengamos que a lo largo de la historia, ustedes han hecho méritos para ganarse ese concepto -apunta Marcial con tono risueño.

—Y ustedes han hecho méritos para ganarse el concepto de gorilas.

—Gorila o no, lo que yo sé es que hasta ahora la única que fue presa es María Julia Alsogaray. Juro por todos los evangelios que nunca la quise a esa mujer, pero a esta altura del partido le estoy teniendo un poco de simpatía. No fue una santa, pero no es ni más ni menos corrupta que algunos funcionarios del oficialismo, que se pasean desde Calafate a Puerto Madero como Pancho por su casa.

—Lo que sé -digo- es que aquello que nos distingue como democracia es que se roba, se corrompe, pero nadie va preso. Las causas se abren y se cierran, pero no se paga por los delitos que se cometen. Ser oficialista en este país pareciera que exige corromperse con la tranquilidad de saber que la impunidad está asegurada.

—Y a esa maniobra desvergonzada de actuar se la justifica en nombre del equilibrio del sistema o la gobernabilidad. En todos los casos, se trata de palabras destinadas a disimular, a ocultar o a embarrar la cancha -reflexiona Abel.

—Más o menos lo que hicieron con Nisman -apunta Marcial-, borraron las pruebas, lo escracharon. En definitiva lo mataron dos o tres veces. Y ahora, con expresión consternada dicen: “No hay pruebas”.

—La Señora se podrá salir con la suya -observa Abel-, pero le guste o no el futuro la recordará como la mandataria que nunca pudo ni quiso explicar quién asesinó al fiscal.

—Nos van a recordar por muchas cosas más -responde José-, pero nos va a recordar el pueblo, no los gorilas. Además muchachos, no se hagan ilusiones: las elecciones de este año las volvemos a ganar nosotros.

—¿Y si así no fuera? -pregunta Abel.

—Si así no fuera, la compañera Cristina regresa al poder en los brazos del pueblo dentro de cuatro años.

—Yo en su lugar me daría por bien pagado no terminar en la cárcel -dice Abel.

—No estoy de acuerdo con vos -apunta Marcial-, acá nadie va a terminar preso. No lo veo a Macri, a Sanz, mucho menos a Scioli o a Massa con el coraje civil para ponerle un cascabel al gato peronista. Si Menem, que fue la encarnación misma de la corrupción, anda libre como un pajarito gracias a la protección de la Señora, no hay razones para suponer que a ella le vaya a pasar algo grave.

—¿Y al hijo?

—Mucho menos. Ni al hijo ni a Lázaro Báez. Métanselo de una vez por todas en la cabeza: en este país la corrupción no sólo que no es castigada sino que para muchos es un comportamiento razonable. Los gobiernos se ganan o se pierden por muchos motivos, pero nadie queda fuera de carrera por ser corrupto.

—Es como alguna vez dijera el narcotraficante Pablo Escobar: primero me critican, después me toleran, en algún momento me envidian y finalmente todos me imitan.

—Escobar, Escobar -repite Marcial como hablando consigo mismo-: ¡Qué dirigente político de primer nivel se perdió el peronismo!

—Ustedes hablan porque es gratis, pero nosotros no hablamos, hacemos- declara José.

—No sé qué es lo que hacen -le respondo-, pero lo cierto es que hablan por los cuatro costados, empezando por la Señora, que se vale de la cadena nacional para darnos cátedra sobre lo que significa vivir bien y disfrutar de un buen gobierno.

—Si me permitís -dice Abel dirigiéndose a José-, quisiera hacerte una pregunta.

—Las que quieras.

—¿Vos creés en serio que Máximo puede ser el candidato del kirchnerismo?

—No sólo lo creo, sino que estoy convencido.

—Vos me estás hablando en joda.

—Nunca estuve tan serio.

—Pero si ese chico apenas sabe hablar -acusa Marcial-, jamás trabajó en su vida, jamás salió de Río Gallegos. Sin el respaldo de los padres andaría pidiendo limosna por la calle.

—Cuanto más lo critiquen a Máximo, más posibilidades va a tener de ser el candidato de todos nosotros.

—Yo no puedo creer lo que estoy escuchando -exclama Abel.

—Yo del peronismo puedo creer cualquier cosa -sentencia Marcial-, por la sencilla razón de que son capaces de hacer cualquier cosa, incluso votar por Máximo.

—Votaron por Cámpora, por Isabel, por Herminio Iglesias, por Menem, mirá si van a tener problemas en votar por Máximo -le digo a Abel.

—Si esto es así estamos en el horno, condenados a cadena perpetua como nación.

—No te olvidés de que cuando Discépolo escribió Cambalache, dijo que el mundo va a seguir siendo una porquería incluso en el año dos mil. Pues bien, el dos mil llegó y los dioses decidieron que nos merecíamos a los Kirchner.

—¿Lo decidieron los dioses o los diablos? pregunta Abel.

—Para el caso da lo mismo, porque en esta Argentina que nos tocó en suerte a todos, todo les da exactamente lo mismo.

—No comparto -dice José.