editorial

  • El apretón de manos entre los presidentes Barack Obama y Raúl Castro puso punto final a una ruptura de más de medio siglo.

Una cumbre política distinta

La Cumbre de las Américas ya concluyó, pero sus consecuencias políticas -y de alguna manera históricas- continuarán gravitando. El apretón de manos entre los presidentes Barack Obama y Raúl Castro puso punto final a una ruptura de más de medio siglo que encarnó la manifestación más evidente y en algún punto más dramática, de lo que fue la Guerra Fría en el continente americano.

El valor de los actos que se realizan en una cumbre son simbólicos, pero sus consecuencias políticas son importantes. Con respecto a la relación de Cuba con los EE.UU., es verdad que el régimen político de la isla continuará siendo totalitario y que el embargo decretado por la potencia del norte se mantiene, pero no es menos cierto que los caminos hacia la distensión están abiertos.

Al respecto, merecen destacarse en particular los esfuerzos del presidente Barack Obama por recuperar para el último tramo de su mandato aquellos principios e ideales que iluminaron sus campañas electorales y dieron lugar al otorgamiento de un controvertido Premio Nobel de la Paz. Hay que decir al respecto que su política acerca de los inmigrantes, los acuerdos iniciados con Irán y su participación en la Cumbre se vinculan con aquellos valores empeñados ante la sociedad.

Corresponderá a la historia evaluar si hubo ganadores y perdedores en este proceso que marcó con intensidad la segunda mitad del siglo veinte y que se conoció como Guerra Fría, pero desde el punto de vista político importa destacar que la confrontación -en sus versiones más belicistas- ha concluido. El futuro inmediato dirá sobre el rumbo de los acontecimientos, aunque es válido vaticinar que el régimen cubano ya no seguirá siendo el mismo.

El otro tema que despertó las expectativas de la opinión pública fue el de Venezuela. Se suponía que el presidente Maduro se valdría de la Cumbre para denunciar a los Estados Unidos de Norteamérica por las supuestas sanciones y atropellos cometidos en los últimos tiempos. Si ésa fue la intención del mandatario venezolano, los hechos probaron lo contrario. Las declaraciones de los mandatarios de Brasil y Uruguay reclamando por la libertad de los presos políticos en Venezuela, el pronunciamiento de los ex presidentes de América Latina y la propia actitud del presidente Obama admitiendo algunas torpezas de su administración, pero al mismo tiempo insistiendo en la necesidad de velar por las libertades, neutralizaron a un Maduro, cuyas dificultades de gobernabilidad interna son cada día más evidentes.

Temas como la paz en Colombia, el flagelo del narcotráfico o el principio de autodeterminación de los pueblos fueron debatidos y ratificados en sus valores centrales. Para EE.UU., América Latina ya no es más el patio trasero o el territorio donde en un tiempo ya lejano pudieron extender sus redes imperiales o anexionistas.

Los acuerdos y entendimientos no anularon disidencias y, sobre todo, discursividades más propias del siglo veinte que del actual. No está mal que se recuerden los tiempos de la política del garrote o del apoyo de Washington a las dictaduras bananeras y militares, pero las exigencias de la política deben apuntar al tiempo presente y sobre todo a las orientaciones del futuro. Esto quiere decir que la historia es importante en tanto permite proyecciones y perspectivas, un principio que tuvieron presente mandatarios radicalizados como Castro, por ejemplo, y que, lamentablemente, nuestra presidente, a juzgar por sus palabras, pareció desconocer.

Los acuerdos y entendimientos no anularon disidencias... pero las exigencias de la política deben apuntar al tiempo presente y sobre todo a las orientaciones del futuro.