El incidente literario

La danza de la poesía

La danza de la poesía

La bailarina de danza contemporánea Gabriela Sarchi confiesa que cuando baila siente “la música en el cuerpo, el alma que dirige los movimientos”.

Foto: Adrián Badaracco

 

Santiago De Luca

Pasaron catástrofes y tragedias sobre tragedias desde Troya a Irak. Sin embargo, sigue habiendo poesía. Y también hay bailes sobre las ruinas. A pesar de la muerte, el ritmo en las palabras y en los movimientos del cuerpo. La vida. Pocas personas compran libros de poesía, pero la dimensión poética nos habita. Incluso, me atrevería a decir, con una intensidad pocas veces conocida. Encontramos versos en conversaciones casuales, en canciones, en los grafitis de los muros, en los blogs o en el cine. Y claro, en los libros de poesía. Siglos y siglos de definición de la poesía no agotaron el hábito humano de entretejer metáforas. Hoy ya nadie se animaría seriamente a dar una definición de poesía que pretendiera contener y explicar cabalmente la chispa que se desprende de este frotamiento del lenguaje. Esto no invalida que reflexionar sobre lo poético nos permita sentir el misterio de las palabras y de su música. Platón habló del poeta como de esa cosa “liviana, alada y sagrada”. Lo mismo se podría decir de una bailarina o de un bailarín. Octavio Paz concebía la poesía como la erotización del lenguaje y al amor como la poetización del sexo. Otra danza. El cuerpo en movimiento de la bailarina es el mismo cuerpo de la poesía. César Vallejo escribió después de la muerte de Isidora Duncan, “¿A qué más sino a carne puede aspirar el ritmo universal?”.

Alguna vez Borges contó que cuando era niño su padre le recitó en inglés poemas de William Blake y que él no comprendía ni siquiera una palabra. Sin embargo, en ese momento se jugó su destino literario, porque descubrió que el lenguaje podía servir para otra cosa que para transmitir información. El lenguaje podía ser una música. Y con la poesía, las palabras quieren recuperar su antigua magia perdida por el uso y de este modo la palabra relámpago vuelve a relampaguear. La palabra trueno fue alguna vez una palabra, un dios y un trueno. Una antigua danza sagrada se mueve con las palabras del poeta. EL ritmo universal que señaló Rubén Darío. La danza se une a la poesía en los rituales de la guerra y el amor. Movimientos y palabras se ritualizan. Todo lo que aparece visible también es otra cosa. Hay un resto que escapa a la definición de las palabras y a los pasos del baile. En ese instante, hay algo que está por revelarnos la poesía y la danza y que se silencia en el momento justo.

La bailarina de danza contemporánea, Gabriela Sarchi confiesa que cuando baila siente “la música en el cuerpo, el alma que dirige los movimientos”. Luego añade: “Siento la energía que entra, pasa y sale. Siento una gran satisfacción, placer, alegría. Sobre todo bailamos porque amamos bailar”. Tal vez, un poeta que encuentra los movimientos de la sintaxis podría decir algo similar. Las palabras desplazándose y atrayéndose mutuamente. ¿Cuándo nos dimos cuenta de que movernos podría ser otra cosa que desplazarnos? Danza y poesía. El cuerpo que dibuja con sus pasos una metáfora que no se puede aprehender porque es más rápida que la inteligencia. Y los acentos sobre las frases, antiguos tambores de intensidades que señalan una danza, volcanes fugaces y ligeros. La bailarina Isadora Duncan, iniciadora de la danza moderna y admirada por poetas como Rubén Darío y César Vallejo, señaló en su autobiografía, “Mi vida”, que había nacido a orillas del mar. “Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”. Otra vez encontramos la evocación del ritmo universal, esa sensación que cuando la queremos poner en palabras ya está en otro lugar. Rubén Darío escribirá, en 1903 en La Nación de Buenos Aires, sobre Isadora Duncan, “esa rítmica yanqui que hace poesía y arte con la gracia de su cuerpo, ninfa, sacerdotisa y musa ella misma, en un impudor primitivo y sencillo, digna de las selvas sagradas y de las paganas fiestas”. “La danza para miss Isadora no debe tener ningún artificio y debe ser nada más que una transposición o concentración del ritmo universal en el ritmo más humano”. Las danzas de Duncan, según Darío, serían poemas de actitudes y gestos sujetos al ritmo personal. La bailarina de los pies desnudos atraía el amor de los poetas.

¿A una manera de moverse correspondería una manera de usar las palabras? La ola que se rompe contra la orilla y luego, antes de que pronunciemos la palabra caos, otra ola estalla y ya comenzamos a percibir una música. Un lenguaje de movimientos. Dureza elástica. En su crónica periodística de 1927, Los funerales de Isidora Duncan, César Vallejo escribió desde París, a modo de despedida y de declaración de amor a la danza: “La tierra retiene para siempre el latido de sus pies desnudos, que ritman el latido de su corazón”. Acaso esta admiración se deba a que los poetas intuyen que sus palabras son las líneas de una danza ligera y corporal, a la vez que no se puede definir pero sí evocar con el llamado de los tambores de los acentos que cargan a las palabras y saltan a otras con pies alados. La ola del mar vuelve a deshacerse en la orilla.