ARTE Y COMIDA

Sandro Botticelli y las vieiras

Sandro Botticelli y las vieiras

“El nacimiento de Venus”, de Sandro Botticelli.

 

Me gusta viajar por Italia y volver a los lugares donde ya estuve. Es una recapitulación y un redescubrimiento: la realidad coincide con ciertos recuerdos sin dejar de aportarme novedades y de permitirme comprender mejor que, por ejemplo, Florencia pertenece al grupo reducido de ciudades cuya historia -como la de Roma o Jerusalén- termina coincidiendo con la historia de nuestra civilización. Sus duras casas-torres de piedra, sus severos y espaciosos palacios renacentistas, sus iglesias con la característica bicromía blanco-verde de las fachadas, recubiertas con mármol blanco de Carrara o Luni y verde de Prato, me confirman que Florencia es sólo igual a sí misma y, a la vez, universal.

En nuestros días, multitudes de visitantes-turistas de todos los continentes llegan a la provinciana y gloriosa ciudad de Florencia para venerar al “David” de Miguel Ángel, el Baptisterio de Giotto y “La Primavera” de Botticelli, con una devoción que se parece al fetichismo.

En la sala de la Galería de los Uffizi -consagrada al pintor Botticelli-, los turistas se amontonan frente a las dos obras que más se aprecian del autor: “La Primavera” (1482) y “El nacimiento de Venus” (1484), dos alegorías profanas, expresiones del refinamiento que rodeaba a Lorenzo de Medici, el Magnífico, y su corte.

Inspirado por Homero y Ovidio, escritores de la Antigüedad, y por sus contemporáneos, el filósofo neoplatónico Marsilio Ficino y el poeta Angelo Poliziano, Botticelli posa su Venus sobre una valva de vieira que se desliza en el mar, empujada por los vientos Céfiro y Aura hasta la orilla donde una ninfa la espera para envolverla con un manto. La diosa de Botticelli, nacida del encuentro fecundo entre el espíritu y la materia, significa también implícitamente la correspondencia entre el mito del nacimiento de Venus desde el agua del mar y la idea cristiana del nacimiento del alma, desde el agua del bautismo. La unión de elementos de la Antigüedad clásica con el cristianismo es un sello de identidad del Renacimiento italiano. Réplica de la Afrodita de Cnico, del escultor griego Praxíteles, la Venus púdica de Botticelli celebra el amor, la belleza espiritual y las vieiras. A pesar de relacionársela con Afrodita y Venus, divinidades griega y romana respectivamente, patrocinadoras del amor que perpetúa todas las especies, la vieira -molusco bivalvo- enfrenta la vida en soledad. Como el hijo de Hermes y Afrodita, la vieira es hermafrodita, macho en los dos primeros años y hembra en los siguientes. Afrodita, en la mitología, es la hija de Urano cuyo hijo Cronos le había cortado los órganos sexuales y los había tirado al mar. El esperma de los testículos de Urano, simbolizado por la espuma de las olas, fecundó una valva de vieira dando nacimiento a la diosa.

Símbolo del amor, la valva de la vieira representa además la muerte. El imaginario colectivo la había asimilado a una tumba hermética donde el muerto salvaguardaba sus potencialidades de resurrección. Para los creyentes en la resurrección -dice Mircea Eliade- , la valva sepulcro es un no lugar doblemente benéfico: por un lado protege el alma de la profanación y, por otro, favorece la regeneración. Por creer en esto, muchas civilizaciones antiguas colocaban valvas junto a los difuntos.

Pero los vivos utilizaron y utilizan las trescientas especies de vieiras, todas comestibles, en la cocina. Las preparan crudas con sal y pimienta, aceite y limón, o en sushis y sashimis. Y también cocidas de manera rápida, agregándoles manteca o crema, sidra o vino blanco y hierbas. Otras veces, las comen envueltas en masa hojaldre, en sopa, a la plancha, fritas en aceite de sésamo con jengibre y cebolla, maridadas con carne de cangrejo o langosta o, sencillamente, acompañadas con remolachas, queso, alcauciles... Si la carne nacarada, tierna y deliciosa de la vieira facilita la creación de platos exquisitos, su valva porta muchos símbolos: cuna del nacimiento de Afrodita-Venus, relación con Eros y Thanatos, motivo estético y decorativo del arte renacentista y del barroco, y otros. Y Botticelli no es el único pintor que se inspiró en la Venus a finales del “Cinquecento”. Poco después, en 1530, Tiziano -según relatos de la Afrodita del pintor griego Apeles- representa su “Venus Anadiomena” con la valva cóncava de una vieira flotando a su lado en el mar: es una Venus que evoca los viajes marítimos de los cuales es protectora. En épocas más cercanas, en 1925, Salvador Dalí en su “Venus y cupidos” muestra a la diosa de espaldas en el borde del mar sin la barca-valva. Sin embargo, en 1956, retoma el tema en “Carne de gallina rinoceróntica” donde una valva se despliega en la calma de las olas. La diosa, que se levanta en el centro, reúne en un mismo cuerpo la Venus de Milo y la de Tiziano, una divinidad amputada, descabezada... Más aún, Dalí se divierte con Botticelli porque le copia su valva, pero la ubica conteniendo el mar.

por graciela Audero