Por Rolando Costa Picazo

Los poetas ingleses de la guerra 1914-1918

Miño y Dávila Editores acaba de presentar un cuidado volumen sobre la poesía inglesa de la Gran Guerra, con un amplio estudio y traducciones de Rolando Costa Picazo. De este libro anticipamos algunos datos y textos de los poetas en los que se centra “Tierra de nadie”.

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Un soldado canadiense enciende el cigarrillo de un soldado alemán prisionero. Noviembre 1917. Foto: Archivo El Litoral

 

Edmund Blunden (1896-1974)

En este gran poeta de la memoria, la combinación de poeta y soldado nos da el tema central de su poesía: la coexistencia del pasado bucólico en la verde campiña inglesa con el presente trágico de la guerra, coexistencia que da nacimiento a un contraste permanente que se activa en la memoria, y que puede resumirse como armonía versus caos. Todo lo que se ve y se siente puede potenciar el buen recuerdo en medio de la guerra, y tener un efecto renovador y calmante, como en Wordsworth, y actuar como bálsamo de paz. Pero, a su vez, los recuerdos bélicos irrumpen en todo momento.

Robert Graves (1895-1985)

Graves lleva a cabo una suerte de exorcismo, y quema muchos poemas de guerra, quizá temeroso de que el tema se eternizara como obsesión. En sus ediciones posteriores de poemas reunidos, excluye la poesía escrita en las trincheras y casi todo lo que tiene que ver con la guerra. Con su descubrimiento de la Diosa Blanca, cobra primacía el sustrato mítico. Siempre sigue publicando otros géneros literarios, como novelas, historias y traducciones, porque vive de su pluma, y es lo que se vende.

Graves vive una vida de exilio literario, como los británicos James Joyce y D.H. Lawrence, o T.S. Eliot y Ezra Pound, entre los estadounidenses. En el caso de Graves, su largo exilio es una apaciguada rebelión o, mejor dicho, un rechazo del industrialismo deshumanizante, la política, la profanación del paisaje rural y el Establishment literario inglés de su tiempo. Se radica en Dejà, un verdadero paraíso donde vivirá el resto de su vida, salvo por un intervalo durante la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial. Dejà es una de las Islas Baleares, de alrededor de quinientos setenta habitantes, con cinco kilómetros de costa sobre el Mediterráneo.

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Graves parece estar en guerra con los pilares de la producción poética de su tiempo: Yeats, Pound, Eliot y Auden, a los que agrega Dylan Thomas. Todos parecen haberlo ofendido. Por cierto, le duele la fama de estos grandes poetas...

También desprecia a los críticos: según él, no desempeñan una papel importante en la literatura; son comparables a los diseñadores de ropa femenina, que se limitan a decidir el largo de las faldas cada temporada.

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La tendencia general de su poesía no experimenta cambios sustanciales, en el sentido de que toda es de versificación tradicional, rimada, métricamente regular, de acabada ejecución y cuidado ritmo, como que Graves corregía sus poemas varias veces hasta considerarlos dignos de ser publicados. Randall Jarrell describe la técnica de Graves como inusualmente objetiva y “clásica”. Agrega: “Él dice que escribe poesía sólo para poetas, pero a veces escribe para un solo poeta”. Graves lo reafirma en una entrevista, donde sostiene que los poetas no tienen una “audiencia”. “Le hablan a una sola persona todo el tiempo”.

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Fotografía rescatada en una exposición realizada en Roma en 2014. Foto: Archivo El Litoral

Siegfried Sassoon (1886-1967)

Según Sassoon, ante todo, la poesía debía emanar de la inspiración y ser templada por el control y la disciplina del arte. Segundo, la mejor poesía es simple y directa. Le disgustaba la tendencia a la complejidad iniciada por Ezra Pound y T.S. Eliot. Tercero, sostenía la postura romántica de que la poesía debía expresar sentimientos verdaderos y hablar el idioma del corazón. Cuarto, la poesía debía contener imágenes visuales intensas, las mejores de las cuales provienen de la naturaleza. Por último, y reaccionando contra Auden y su grupo, el mejor asunto no es político sino personal.

Wilfred Owen (1893-1918)

Fue muerto el 4 de noviembre, mientras cruzaba el canal Sambre-Oise, cerca de Or. Las hostilidades cesaron siete días después. El telegrama que comunicaba su muerte llegó a sus padres en Shrewsbury mientras las campanas anunciaban el Armisticio.

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La Gran Guerra le dio su tema y su pasión. En su última poesía se afirma como un poeta experto, conocedor profundo y dominador de su oficio poético. Salvo por la excepción de la guerra, su oficio es parte de la tradición del siglo XIX. No quiso, no pudo o no buscó experimentar con el modernismo, como lo hicieron infatigablemente sus contemporáneos Pound y Eliot.

Isaac Rosenberg (1890-1918)

El nombre de Rosenberg como poeta de la Gran Guerra empezó a oírse unos años después del Armisticio. Algunos poemas suyos se habían publicado en vida.

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Su obra tiene una gran originalidad, tanto de visión como de técnica. La originalidad proviene, en parte, de su mirada de artista plástico. Hay un potente elemento visual en su poesía, que se percibe en la forma detallada con que describe objetos y paisajes y en su uso insistente del color.

En cuanto a la muerte de Rosenberg, ocurrió en la plenitud de su vida. Era joven (27 años), pero ni siquiera se encontraron sus restos, y no fue entronizado.

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El conflicto, hasta hoy retratado en blanco y negro, pasa al color. Exposición en el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Foto: Archivo El Litoral