Mujer espera el colectivo con su pequeña niña en brazos. Las combis son el único medio de transporte de la capital sudanesa.

Mujer espera el colectivo con su pequeña niña en brazos. Las combis son el único medio de transporte de la capital sudanesa.
El misterioso Sudán
Distancias enormes, la arena infinita, un contraste arquitectónico notable, mercados tradicionales y shoppings al estilo occidental en uno y otro lado de la balanza, una situación social compleja y, en el medio, el Nilo, que corta el desierto con su oasis de color.
TEXTO Y FOTOS. JUAN IGNACIO INCARDONA ([email protected]).
En Khartoum (o Jartum), la capital sudanesa, las calles, avenidas y autopistas son amplias, no se ven embotellamientos, todo parece fluir ordenadamente.
Pese a ser una gran ciudad, conserva cosas de pueblo, con casas bajas dispersas y calles de tierra arenosa en pleno centro. Hay gente que anda en carretas remolcadas por los incansables burros, los únicos animales capaces de tolerar semejantes cargas y el tremendo calor.
El poder de este país desconocido y misterioso para occidente (que figura en la lista de Estados que patrocinan el terrorismo que confecciona EE.UU.), está centralizado en la figura de Ahmad al-Bashir, que conquistó el gobierno de esta ex colonia británica a través de un golpe de Estado en 1989.
Todos los modernos edificios del aparato estatal donde se discute el poder y se reparten los negocios están en su mayoría sobre una misma avenida, a pocos metros del Nilo y cerca del palacio de gobierno, un edificio magnánimo con cúpulas y columnas de gran tamaño y colores claros. Parece de cristal por su brillo. Parece sacado de un cuento de historias árabes. Por su opulencia y grandiosidad llama la atención del que pase por la zona. Además, los policías y militares vigilan constantemente, con sus metralletas colgadas de sus hombros. Allí no se permite tomar fotografías. Los periodistas no son bienvenidos en estas tierras, eso de la libertad de prensa queda para occidente. En la dictadura sudanesa todo el flujo de información está controlado por las autoridades.
El contraste arquitectónico es feroz un poco más allá, donde los edificios son cuadrados y sin ningún tipo de adorno, y las casas bajas de la periferia parecen en ruinas con sus materiales precarios. Como siempre, las mezquitas se destacan, elevadas ante lo superficial y mundano.
Curiosamente, también se ven varias iglesias de los cristianos ortodoxos (también hay algunas católicas como la ubicada cerca del “Sailing club”). Sudán recibió del norte la influencia musulmana y del sureste, desde Etiopía, ingresó la palabra de Jesús. Seguidores de ambos credos convivieron pacíficamente un tiempo, aunque el totalitarismo innato de las religiones llevó a conflictos y muertes que aún en el siglo XXI se siguen replicando en nombre de algún mensaje divino o alguna “ley” del más allá.
La arena está por todos lados. Es imposible mantener una casa sin polvo. Al caminar se te seca la garganta. La sed es constante. Cada dos o tres cuadras, en plena calle, se encuentran tinajas de barro cubierta por pequeños toldos que contienen agua fresca. Son una especie de oasis donde las personas se refrescan y se lavan las manos, los antebrazos y los pies antes de rezar. Es una ofrenda que los familiares de un musulmán muerto hacen a la comunidad, para que tenga una mejor vida junto a Alá.
La capital está cortada por los dos ríos Nilos, el Azul y el Blanco, provenientes de Etiopía y Uganda respectivamente que se unen en el norte de la ciudad y toman fuerza para atravesar Egipto y desembocar en el Mediterráneo. De no ser por ellos no sería viable la vida allí y no se hubiera erigido este conglomerado urbano de más de dos millones de personas. A la vera de este mítico río se respira un poco de aire fresco y se ve un poco de verde. Más allá, desierto, sequedad y sol.
Las distancias son enormes por lo espaciado que está todo, por lo que no queda más alternativa que subirse a los colectivos (que son híbridos entre micros y combis de origen chino) para visitar los distintos rincones de la ciudad. Además, no hay otro medio de transporte público disponible; ni metro, ni tranvía, ni tren, ni nada por el estilo, por lo que el desfile de combis de acá para allá es intenso. Para distancias cortas está la opción de los “toc toc”, como se conoce a los trici-motos, que son bastante económicos, pero caros en comparación con los colectivos.
Los hombres, que en su mayoría visten túnicas blancas largas, parecen no tener mayores sobresaltos, y las mujeres que se envuelven en sus telas coloridas también están sumergidas en la parsimonia del ambiente soporífero producido por el extenuante calor. Ni en los grandes mercados, como el “araby market” en el centro de la ciudad -de donde salen todos los colectivos- se observa el caos de otros países árabes. El ruido de los altoparlantes y megáfonos a través de los cuales se repiten las ofertas de prendas de vestir ridículamente baratas (oficialmente el cambio es 1 dólar-7 pounds sudaneses, aunque en la práctica se consiguen 10 o 12 por un dólar) parece descontextualizado frente al ritmo lento de la cotidianeidad.
En el otro extremo de la balanza también se encuentran shoppings al estilo occidental, enormes, con patios de comidas carísimos y hasta pistas de patinaje sobre hielo (¡sí, en pleno desierto!). En esos “malls” desembarcan las grandes marcas y montan sus coquetos locales. Ellos también son parte de la multifacética ciudad, donde modernidad y precariedad arcaica conviven dentro de un marco de orden (con aroma a disciplinamiento militarizado). Se puede caminar con seguridad a toda hora por Khartoum; debe ser una de las pocas capitales del este de África que goza de este privilegio. La cuestión religiosa juega un rol importante en esto. La “Ley Sharia” que rige en la constitución, es el marco legal por el que pregonan los musulmanes ortodoxos que contempla penas severas (entre ellas la pena de muerte) para los que cometen los “hadd”, o faltas graves como robar, ser adúltero o tener relaciones sexuales con personas del mismo sexo, entre otras cosas.
Pese a algunas corridas en horarios nocturnos para subirse a los últimos micros, todo parece en calma en Khartoum, es un espejismo bien confeccionado, una máscara cuidada, prolija. Pero...
LA REALIDAD BROTA
“Mis mejores amigos están todos afuera. Se van a trabajar a Dubai, Arabia Saudita o Europa, allí ganan entre 5 y 10 veces más. La mayoría de los que se van tienen entre 18 y 45 años”. Titi habla resignado. Él no piensa en irse, le va bien con su empresa, pero sabe que es una excepción a la regla.
La economía sudanesa empeoró desde la independencia de Sudán del sur en 2011. Se encareció el petróleo y la vida en general. La inflación hace mella en los flacos bolsillos del sudanés promedio, que no gana más de 100 dólares mensuales. Según informes de las Naciones Unidas, en 2013 cerca de la mitad de la población estaba bajo la línea de pobreza.
La Ley Sharia no convence ni a los propios musulmanes. Para muchos traba el desarrollo. “Eso no es el Islam. Son estúpidos, este país es riquísimo en minerales, en gas, pero... mira alrededor”. Con tanta riqueza, la precariedad hace ruido. La austeridad en el modo de vida es parte del ser musulmán, pero la ausencia de infraestructura básica en algunos lugares es incomprensible.
Los testimonios brotan en la intimidad, puertas adentro, donde las máscaras coloridas de las autoridades se caen y dejan traslucir la realidad de los de abajo, que sufren las ineficiencias de los gobernantes y sus obtusas miras, cruzadas por el filtro religioso.
“¿No te enteraste lo que pasó en la universidad?” Una mujer que trabaja en el ámbito de los derechos humanos en este país hostil se anima a hablar aunque sabe que la están espiando. “Hubo una manifestación. Un grupo con armas reclamó justicia por el asesinato de un estudiante de 19 años que protestaba por la situación en Darfur (es una región al suroeste de Sudán donde se han desatado cruentos enfrentamientos tribales entre comunidades de origen árabe y otras de origen negro. El conflicto es muy complejo e incluye la lucha por recursos naturales estratégicos como la escasa agua dulce). Ni en el entierro hubo respeto, allí fue la policía y arrojó gases lacrimógenos cuando hablaban los familiares y amigos que criticaron al gobierno”.
A los estudiantes que apresaron luego de la represión también los torturaron. Persiguieron a sus familiares. Enviaron mensajes mafiosos. El testimonio es desgarrador. Es el relato nutrido de miedo ante dictadores inescrupulosos, pero es también el relato de la valentía de una generación que debe impulsar los cambios.

Una avenida de la tranquila capital de Sudán. Un espejismo de lo que pasa en otras regiones del país y es ocultado por el régimen dictatorial

Una callejuela de Jartum, con la imponente mezquita de fondo.

El lugar donde el Nilo Azul y el Nilo Blanco se juntan. Al fondo, los edificios modernos de la capital de Sudán.

Cubierta del barco que cruza de Egipto a Sudán, única forma de ir de un país a otro, por el lago Nasser.