Primeros fríos

Primeros fríos

Por estos días, por fin (aunque la mayoría de las personas que conozco prefiere el calor), aparecieron los primeros fríos. Tímidamente, ya bien metidos en el año, tuvimos que buscar los abrigos que supimos conseguir. Me da chucho escribir sobre estas cosas.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

 

En el campo decían los hombres: ma va, se vino la freshhhca. Y no había queja. Al contrario: uno podía percibir no sólo aceptación sino también hasta una modesta alegría, la simple alegría de la gente de campo.

La fresca, las primeras heladas, por entonces incluso a fines de marzo o en abril, ni digamos en mayo o junio (y ahora hace un primer friito de morondanga ¡a mediados de junio y a una semana del comienzo del invierno!) formaban parte del ciclo marcado de las estaciones, cada cual con sus labores, sus ritos, sus mitos y sus fritos.

La ausencia de frío por ejemplo es una completa calamidad para los fabricantes y vendedores de ropa. Hasta ayer nomás, estábamos en remera o musculosa paseando por el centro y mirando vidrieras donde lucen y te acaloran gruesas camperas, sacos, tapados y pulóveres. Pasa la temporada y los tipos no venden y nosotros no compramos, porque, total, decimos, por diez días de frío no vas a invertir semejante cifra para un abrigo que vas a usar tres veces. Que aguante el del año pasado. O el del otro año, si es que el año pasado zafaste.

Por falta de frío (es como a los pollos cuando le apagan la luz) la tía Porota teje menos o no teje. No hay mantas de cuadraditos multicolores al crochet, no hay boinas, no hay bufandas.

Con la ropa, la ausencia de frío también es una afrenta para las organizadas que cambian el guardarropas y ponen en primer plano mantas, abrigos, frazadas, botas y demás; y guardan en prolijas bolsas o cajas (algunas, aún, con las antiguas naftalinas) la ropa ligera. Hoy, canejo, uno tiene todo en exposición (y por ende, en desorden) porque tenés que ponerte abrigo pero también de pronto remeras mangas cortas. Los despelotados están a sus anchas.

La otra consecuencia del calor sostenido durante todo el otoño es que las naranjas (no sé, eso decían y dicen en el campo: esta columna está más hecha para reproducir que para investigar, lo siento) y los cítricos en general “no son dulces”. Grave acusación. Las naranjas son como esas mujeres (y hombres, claro) que uno ve exteriormente “correctas”, con el aspecto que el imaginario colectivo espera de ellas. Pero, ay, por dentro, amargas, sosas, sin sabor. ¿Y todo por qué? Porque no hubo frío. Porque no hubo heladas. La primera conclusión ligera es que el frío pone dulces a las mujeres y a las naranjas. Chupate esa mandarina.

Otro dicho campero es que el frío espanta las pestes. Yo no entendía entonces, porque de hecho el frío extremo traía otras pestes: te enfermabas, te engripabas, moqueabas, mocoso de miércoles. Pero la referencia popular apuntaba en este caso a la eliminación de bacterias y bichos varios que se llevan mejor con el calor que con el frío. Pues por falta de frío, también estamos apestados.

Por falta de frío, no podé un soto todavía los rosales. Y los fresnos están confundidos: no saben si tirar todas las hojas o arrancar con los brotes.

Por falta de frío, los choborras invernales se privan de más whisky, la nona Santina no hace licor de huevo y don Cosme no toma ponche. Y eso, todo eso, es muy grave.

El trigo, las paltas, los cítricos (están los críticos: también son agrios a veces), las fresas, coles, lentejas, avellanas, nueces, la miel son productos que apreciamos en invierno. Pero la desregulación climática y alimentaria, esta suerte de continuum amorfo que logramos entre aires acondicionados y cámaras, nos confunden y ya no sabemos en qué estación estamos. Ni que trole hay que tomar para seguir.

Ahí tienen el caso del locro, el guiso percusionista de lentejas, el risotto (que te recontra, por las dudas), la bagna cauda, y hasta las pastas de la nona, todo devaluado por la falta de frío. A mí me gusta encarar (y no se hagan los graciosos: por estos lados, encaradores sobran) un plato de locro (o dos, o tres) cuando hace frío, cuando te sale vapor por la boca por el contraste entre temperatura corporal y exterior.

Así es que, mis chiquitos, aun siendo un niño solar, vengo aquí a defender el invierno, su pertinencia, su importancia, el hecho cierto de guardarte o llamarte a la introspección, para luego lanzarnos, ebrios de vida (o de lo que fuera) a retozar por las praderas... Sin invierno, estamos al horno, literalmente.