ANÉCDOTAS DE VIAJE III

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a La Serena, Chile)

Es la una de la mañana de este domingo 14 y tengo que escribir el diario de viaje. No sé si arrancar contando que alguien le “alcahueteó” a mi amigo Néstor Clivati que el año pasado, en Brasil, hubo que soportar estoicamente sus ronquidos y me encargué de dejarlo bien claro aunque sin nombrarlo específicamente- en el diario de viaje de aquél Mundial, “jurándome” que se va a vengar de mí. O hacerlo contando que acá todo se termina muy temprano, que a las 11 de la noche no queda ni el loro en la calle, que el centro se apaga por completo, los negocios cierran y apenas quedan abiertos un par de pubs nocturnos.

Pues bien, resulta que decidimos ir a cenar unas buenas pastas como para contrarrestar el intenso frío. Y que afuera se montó un escenario con un grupo musical más que presentable, que a los pocos minutos empezó a tocar al aire libre para... nadie.

Los pocos parroquianos estábamos adentro del comedor, afuera habían preparado mesas como si fuese verano y, obviamente, sentarse allí era condenarse a quedar petrificado, tiritando de frío y pescarse un resfrío de aquellos. Pero ellos empezaron a tocar. El cantante se las rebuscaba muy bien y los de las guitarras y el baterista también. Uno de ellos el bajista para ser más preciso- por cada tema que pasaba se iba inclinando cada vez más. Y achicando. La verdad, el bajo sonaba bien (el que dice esto no tiene un gran oído musical pero los temas que tocaban eran conocidos y de verdad no desafinaba), pero el pobre muchacho sentía el frío en las manos, en los pies y en todas las partes del cuerpo que se imaginan. Y lo peor, es que no tocaban para nadie. Hasta que tomamos una decisión: salir a escucharlos, aunque sea un par de temas.

Pues bien, metieron uno de Miguel Mateo y recibieron el aplauso de la “multitud” (éramos tres). Y el cantante agradeció, claro. Fueron los primeros y únicos aplausos del recital. Entonces, tomamos la decisión, después de haber realizado el buen acto del día, de empezar a caminar hacia nuestra morada, cuando escuchamos que ese mismo cantante anunciaba que “y ahora, vamos a despedirnos con nuestra última canción”... Y no había quedado nadie porque, en realidad, en ningún momento los escuchó nadie. Salvo nosotros tres. O sea, nadie. Ahí pensé que estos muchachos realmente no estaban bien. Aunque musicalmente no hayan desentonado.