editorial

  • Francisco, fiel a sus objetivos pacifistas, está agotando todas las instancias para convencer a los dirigentes mundiales sobre los peligros de la guerra.

El Papa, Putin y un mundo en tensión

La reunión prevista en el Vaticano entre el presidente de Rusia y el Papa Francisco se realizó con resultados aún inciertos. La visita de Putin se planificó minuciosamente, pero no obstante ello el mandatario ruso llegó una hora tarde, atraso que justificó por demoras imprevistas en su visita a Milán. La sesión mantuvo un tono protocolar e incluyó las clásicas atenciones diplomáticas previstas para estos casos: regalos, fotos y palabras teñidas de afecto. La pregunta a hacerse a continuación es acerca de los logros de una reunión que se proponía ser un paso importante en la estrategia pacifista liderada por Francisco.

Uno de los puntos centrales de la reunión fue el tema de Ucrania. Como es de dominio público, Rusia está acusada por los organismos internacionales y las autoridades políticas de Ucrania de apoyar con armas y recursos económicos a los rebeldes secesionistas. La responsabilidad del régimen de Putin explica la decisión del G8 de expulsar a este país, decisión que Putin no lamentó, y tampoco ofreció argumentos justificatorios, como si en realidad la decisión de los países occidentales no le importara.

Francisco, fiel a sus objetivos pacifistas, está agotando todas las instancias para convencer a los dirigentes mundiales sobre los peligros de la guerra. En el caso de Rusia, el tema es particularmente complicado, porque se trata de un gobierno liderado por un jefe político cuya vocación autoritaria es evidente.

Las denuncias llevadas adelante por dirigentes opositores en el interior de Rusia debido a los reiterados atropellos a las libertades civiles y los asesinatos de dirigentes políticos dan cuenta de prácticas políticas violentas, que no reparan en medios con tal de cumplir con sus particulares objetivos estatales.

A la crisis de Ucrania se le deben sumar las rebeliones de las repúblicas lideradas por jefes musulmanes y levantamientos armados que incluyen operativos terroristas, algunos de envergadura. Las respuestas de Putin a estas provocaciones han sido previsiblemente violentos, fiel al estilo de un político formado en los servicios de inteligencia y espionaje diseñados por el stalinismo.

No concluyen allí los problemas para Francisco. Rusia mantiene una actitud expectante y en algún punto comprometida con el gobierno sirio. Por último, las alianzas establecidas con India y China dan cuenta de un alineamiento político del régimen de Putin, enfrentado con los países occidentales. Es este el contexto que aflige al Papa, motivo por el cual ha dicho que en la actualidad existen serios riesgos de una tercera guerra mundial con resultados devastadores para la humanidad.

Las acciones diplomáticas del Papa, orientadas a crear un clima de paz entre las naciones, no tienen fisuras. Sus esfuerzos con Putin no son diferentes de las tratativas diplomáticas con Raúl Castro, los reclamos a judíos y palestinos para que acuerden una paz digna de ser vivida o las exigencias para que se respete la vida de los cristianos perseguidos y ejecutados por los huestes del Estado Islámico.

A la crisis de Ucrania se le deben sumar las rebeliones de las repúblicas lideradas por jefes musulmanes y levantamientos armados que incluyen operativos terroristas.