ARTE Y COMIDA
ARTE Y COMIDA
Caravaggio y el vino
Rebelde y genial, primer prototipo del “pintor maldito”, Michelangelo Merisi (1571-1610), llamado Caravaggio, con sus innovaciones revolucionarias marca un antes y un después en el arte europeo del siglo XVII. De origen lombardo, llega a Roma en 1590, donde, gracias a su lenguaje artístico anticonformista opuesto a la tendencia oficial, seduce mecenas y coleccionistas. De carácter violento, sus disputas, riñas y fugas agrandan la leyenda de su vida. Perseguido y encarcelado, se consagra a una búsqueda pictórica caracterizada por la libertad de interpretación y la irreverencia. Sus modelos provienen de la gente del pueblo, magnificada pero nunca idealizada. Condenado por homicidio, en su fuga desesperada, Caravaggio completa trágicamente su mito al morir en la playa de Porto Ercole, en Toscana, tierra de grandes vinos tintos, aunque presenta excepciones, como el Vernaccia de San Gimignano o el vinsanto. Y fue en Toscana, en los depósitos de la Galería de los Uffizi de Florencia que, en 1913, se encontró una obra de la juventud del artista: “Baco” (1596), dios mitológico del vino, homenaje inopinado a la viticultura toscana y sus vinos: chianti, nobile de Montepulciano, brunello de Montalcino... En la composición, Caravaggio unifica la pintura mitológica y la naturaleza muerta: es un Baco adolescente, de cara regordeta, aspecto andrógino, coronado con hojas de vid y uvas -en correspondencia con las frutas sobre la mesa-, que invita con la copa al espectador. El ofrecimiento del cáliz de vino, según la crítica, debe leerse como una declaración de amistad, prueba del sentimiento de lealtad que el cardenal Francesco del Monte, mecenas de Caravaggio, quería expresar a Fernando de Medici, a quien estaba destinado el cuadro. También los motivos de la naturaleza muerta: botellón de vino, cáliz, frutas, hojas, atributos del dios griego Dionisos (Baco, en Roma), muerto y resucitado, aluden al misterio de la redención.
El triclinio -en la parte izquierda del cuadro- nos recuerda que, para beber, los griegos se reunían en el symposion, ceremonia reglamentada: una cena dividida en dos partes; en la primera se comía y en la segunda se bebía. La comida transcurría en silencio para iniciar luego el symposion: libación en honor de la divinidad, cantos en coro del himno a Dionisos, distribución del mismo número de copas a cada comensal coronado con flores y laureles, juegos, conversaciones filosóficas, señalan, vagamente, un contexto religioso y mágico. Más tarde, en Roma, si la libación era una norma, la misma se había vuelto secular. Poco a poco, los romanos empezaron a tomar vino no sólo en los fastuosos banquetes sino en privado, en la intimidad, transformando la ceremonia colectiva en un acto personal y privado, celebrado por el poeta Horacio en sus Odas: “El que bebe, se emborracha./ El que se emborracha, duerme./ El que duerme no peca./ El que no peca va al cielo./ Y puesto que al cielo vamos... ¡bebamos!”. Con la poesía de Horacio, la estética del borracho entra en la historia de la sensibilidad occidental.
El origen del vino es mítico. En la Biblia, las alegorías y proverbios protagonizados por la vid son numerosos. Noé fue el primero en cultivarla y embriagarse, dice uno de los relatos bíblicos. Aunque ciertos exégetas interpretan -a partir del Evangelio de San Mateo- que el vino es prediluviano. El diluvio sería el castigo a los hombres primitivos que comían y bebían en exceso, mientras Noé era frugal y abstemio. Todo parece indicar que, desde el Homo Sapiens, todas las frutas, bayas y zumos fermentables fueron utilizados por el hombre para elaborar bebidas alcohólicas: peras, manzanas, frambuesas, moras, dátiles, higos, granadas y uvas de vides salvajes. Es decir, todo lo que permitía la transformación del azúcar en alcohol. También la miel y la savia pueden proveer, fermentadas, bebidas fuertes como el aguamiel griega y el pulque mexicano producido con la savia del agave o manguey. En la protohistoria y la prehistoria, la uva era una fruta entre otras. Pero desde que la vid se cultivó, la uva reveló su superioridad con respecto a las otras frutas fermentadas por la gran variedad del gusto del vino según las cepas, por su don de envejecer y su posibilidad de ser transportada. Precisamente, de aquel lejano Occidente grecorromano, proceden las cepas malbec, bonarda, tempranillo, chardonnay... de la producción vitivinícola argentina.
Hace pocos días, en Florencia, observé conmovida el “Baco” de Caravaggio y otras glorias del mismo museo. Algunas son obras que, de tanto mirarlas en imágenes de libros u objetos cotidianos, como jarros o delantales de cocina por efecto del merchandising, se las conoce aunque nunca se las haya visto. Fuera del museo, al atardecer, con mis amigas queríamos seguir pasándolo bien; tomamos unas copas de chianti en un bar de la Piazza della Signoria. ¿Los appetizers?: las bruschette con cubitos de tomate, paté de hígado de pollo y porotos, y el típico y simple “pinzimonio” toscano: bastoncitos de verdura cruda: zanahoria, apio, hinojo, alcaucil, todo condimentado con aceite de oliva, sal y pimienta negra. Fuimos felices.