mesa de café

El Papa pone las cosas en su lugar

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Por Remo Erdosain

La ola de frío también llega al bar. No hay nadie sentado a las mesas de la vereda y en los salones se han encendido los calefactores. Café caliente, bufandas y camperas es lo que abunda. También el debate, como para entrar en calor o despuntar el vicio.

—Me gustó lo que dijo el Papa en Paraguay- exclama José.

—Era hora de que te guste -responde Marcial- porque cuando lo eligieron tenías una cara de vinagre insoportable.

—No sólo la cara -agrega Abel-. Dijeron incendios de él y el señor Cafiero maniobró para que los cardenales no lo voten. Para no mencionar las barbaridades que dijo el señor Verbitsky, que no vaciló en acusarlo de colaborador de la dictadura y verdugo de los sacerdotes villeros.

—Mirá el que habla -exclama Marcial- colaborador y libretista de la dictadura.

—No nos vayamos por las ramas -digo- por ahora me importa recordar las primeras palabras de la presidente cuando se enteró de que el nuevo Papa se llamaba Bergoglio. Ni siquiera le reconoció entidad de argentino.

—Cada cardenal del Colegio -insiste Abel- recibió una carpeta donde lo presentaban a Bergoglio como si fuera un monstruo.

—Como siempre, la intriga les salió como la mona, pero la intención estuvo presente -observa Marcial.

—No hablemos del pasado, ustedes siempre se quedan en el pasado, hablemos del futuro.

—No querés hablar del pasado porque no te conviene -observa Abel- se cansaron de despreciarlo y sacarle el cuero a Bergoglio y ahora resulta que son más papistas que el Papa.

Digan lo que digan, las palabras del Papa parecen sacadas de nuestro repertorio.

-Este es el último disparate que me faltaba escuchar -digo- ahora resulta que al Papa le da letra Cristina.

—Si fue capaz de decir que la verdadera Independencia no es la del 9 de Julio de 1816 sino la que Ella y Él están llevando a cabo, muy bien puede decir que el Papa es un soldado de la causa K.

—Yo lo que creo -dice Abel- es que el Papa fue engañado o confió demasiado en la Señora. También creo que se le fue la mano con eso de recibirla cinco o seis veces a una mujer que lo maltrató y lo injurió sin compasión.

—El Papa es cristiano y pone la otra mejilla.

El Papa además de cristiano es jesuita y, por lo tanto, debería saber muy bien que a ciertas personas no hay que dejarle a mano ni una mejilla.

—Les guste o no a los gorilas -afirma José- Francisco hoy es un compañero nuestro, un amigo de la compañera Cristina y el principal defensor de las verdades peronistas en el mundo.

—A decir verdad -dice Marcial, acompañando las palabras con un suspiro- en Paraguay el Papa no estuvo muy atento y muy cordial con la Señora.

—¿Por qué decís semejante barbaridad? -pregunta José sin disimular su fastidio.

A los hechos me remito. La Señora se fue de boca para estar con el Papa y él la trató como si no la conociera, apenas un saludo y la aceptación de un regalo que seguramente entregó a un asistente. Cuarenta segundos estuvo la Señora con el Papa. Más claro, echale agua.

—No me canso de decirlo -exclama Abel- en Paraguay había dos mujeres desesperadas por sacarse una foto con el Papa: una se llamaba Cristina, la otra Vicki.

—¿Vicki qué?

—Averiguá de qué Vicki se trata, mirá los programas cholulos de televisión y te vas a enterar en el acto.

—A mí lo que me sorprende es que la Señora haya ido a regalarse así con el Papa. Ni Dilma ni Tabaré Vázquez, ni la señora Bachelet, que también estaban invitados, fueron a Paraguay, no por despreciar al Papa sino por sentido de la ubicación. A la única que se le ocurrió fue a Ella, con sus aires de novicia rebelde y expresando una fe que no tiene ni le importa.

—Lo que sí hay que admitir -digo- es que la Señora se fue de boca a Paraguay porque el Papa la malcrió otorgándole seis entrevistas en algo más de un año, entrevistas en la que se hacían regalitos, se sacaban fotos tomados de la mano y él recomendaba que la cuiden a Cristina.

—Evidentemente una exageración y una desmesura. No sé por qué lo hizo, pero lo hizo; habrá creído que con los buenos tratos la iba a cambiar.

—Negativo -exclama Abel- apenas lo dejó al Papa en el Vaticano, se subió a una tribuna y dijo muy suelta de cuerpo que en la Argentina la pobreza no supera el cinco por ciento de la población.

—Falta envido -exclama Marcial.

—Envido o no, lo cierto es que el Observatorio de la Universidad Católica, dice que hay más del veintiocho por ciento de pobres.

—Yo lo que digo -insiste José- es que el Papa habló de los pobres, del neocolonialismo, del capitalismo salvaje, de los cobros compulsivos de la deuda. Es decir, repitió más o menos lo que decimos los peronistas.

—Capitalismo salvaje es el que practican los Kirchner en Santa Cruz -acota Marcial.

—Yo no sé bien cómo es la cosa -digo- pero el Papa puede que sea algo populista, pero critica la corrupción, las hegemonías autoritarias, la demagogia, la manipulación de los pobres, el sometimiento de la Justicia al Ejecutivo, el respeto a las opiniones ajenas; si eso es ser populista, yo soy populista.

—Yo creo que con el Papa se puede estar o no de acuerdo, pero lo que nadie puede desconocer es que el hombre, a diferencia de nuestros populistas criollos, cree en lo que dice.

—Cristina también cree en lo que dice.

—Cristina cree en ella misma y en el poderío de su cuenta corriente; todo lo demás está subordinado a esas pulsiones.

—Espero que el próximo gobierno la investigue y la procese -dice Abel.

—Hasta ahora responde José- el único procesado en esta novela es el señor Macri, el mismo que ustedes están dispuestos a votar en nombre de la moral y las buenas costumbres.

—Yo me resigno -murmura Marcial- a que los edificios públicos que llevan el nombre de Él reciban el nombre apropiado. Que el centro cultural se llame Sábato o Marechal, pero que se pongan las cosas en su lugar; no puede ser que un tipo que jamás se interesó por la cultura y cuando lo hizo fue para manipularla o degradarla, logre que gracias a las gestiones de su mujercita un reconocimiento que no merece.

—No comparto -exclama José.