editorial
- El oficialismo santafesino pergeña estrategias para reducir los efectos adversos del mecanismo electoral. Pero la preocupación debería ser de toda la ciudadanía.
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Sábanas y tijeras
La campaña que llevará adelante en Santa Fe el gobernante Frente Progresista Cívico y Social, con miras a las elecciones generales nacionales del 25 de octubre, asume ribetes pintorescos; pero fuertemente representativos de un elemento muy distorsivo que aqueja los comicios en cuestión, y que a la vez resulta revelador de los vicios que siguen aquejando a los diseños político-institucionales.
En efecto, víctima del efecto arrastre de las boletas sábana encabezadas por un precandidato presidencial -y más allá de la mayor o menor incidencia que puedan haber tenido otras razones-, la coalición santafesina fue la gran perdedora en el conteo de votos; en una performance ostensiblemente contradictoria con su desempeño en las elecciones provinciales previas, y también con todas las expectativas basadas en los acostumbrados sondeos de opinión. En tal sentido, la contradicción entre la intención de voto manifestada de antemano por los santafesinos y la conducta desarrollada luego en el cuarto oscuro, sólo puede explicarse en términos de la inadecuación de la herramienta disponible para traducir la voluntad genuina del electorado.
A partir de allí, el esfuerzo proselitista del oficialismo provincial estará puesto en el énfasis docente sobre el recurso del corte de boletas. Y este esfuerzo estará acompañado, tanto a los efectos del impacto marketinero como de la facilitación material del procedimiento, por la distribución de cientos de miles de tijeras, en el afán de que los votantes puedan “armar” el combo de papeles que introducirán en el sobre y en la urna.
Lo cierto es que la decisión de concurrir con “boleta corta” -sin candidato a presidente- que encontró el Frente Progresista como mecanismo para sortear las contradicciones producto de las alianzas nacionales y poder concurrir con listas unificadas, terminó significando un poderoso lastre, que no pudo ser contrarrestado por la imagen de los candidatos ni el esfuerzo puesto en la campaña. Pero, sobre todo, se inscribió en un panorama tachonado de despropósitos.
En efecto, las demoras en el sufragio provocaron irritación y numerosos inconvenientes, el escrutinio se extendió hasta horas inusitadas, y se acumularon las denuncias por falta o robo de boletas. Y todo ello fue producto de la utilización de la anacrónica boleta sábana, que en algunos distritos llegó a tener diez cuerpos.
Lo cierto es que el mantenimiento de este sistema es funcional a una concepción política en la que el personalismo del candidato “fuerte” o de la impronta partidaria, favorece la inclusión de dirigentes adscriptos -en la mayoría de los casos desconocidos para el votante-, con el costo de entorpecer el acto de selección.
En tal sentido, la boleta única implementada en Santa Fe, reveló ser mucho más eficiente en todos los sentidos, a la vez que proveyó un instrumento para consagrar de manera más genuina la expresión popular. Incluso la cortapisa interpuesta de que se vota rostros conocidos en lugar de propuestas orgánicas -cuestión que en realidad forma parte de otro debate-, cae frente a la comparación con la alternativa, donde también se elige una cara, pero además se desalienta la decisión de discriminar candidatos en cada una de las categorías.
Todo sistema electoral favorece a unos y perjudica a otros, en roles intercambiables, y siempre es susceptible de correcciones y mejoras. Pero la base para ello debe ser perfeccionarlo en atención a su verdadera misión democrática, y no a la mezquina conveniencia sectorial y circunstancial.
Las demoras en el sufragio provocaron irritación, el escrutinio se extendió hasta horas inusitadas y se acumularon las denuncias por falta o robo de votos.