Tribuna de opinión

La Confederación que no fue

Por Juan José Sagardía

Lo que hoy es nuestra Nación Argentina, antes de 1810 fue parte del Virreinato del Río de la Plata; a partir del año 1813, de las Provincias Unidas de Sudamérica; en 1853, con la Constitución, pasó a denominarse Confederación Argentina y desde 1860, Nación Argentina.

La Declaración de la Independencia del 9 de Julio de 1816 contó con representantes de Tucumán, Buenos Aires, Catamarca, Córdoba, Jujuy, La Rioja, Mendoza, San Juan, San Luis, Salta, Santiago del Estero, Bolivia (Charcas, Chichas y Mizque).

No estuvieron presentes Uruguay, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, que en 1815 habían firmado su pertenencia a la Unión Federal de los Pueblos Libres y reconocían al militar José Gervasio Artigas como Protector. Este conglomerado declaró la Independencia en el Congreso Arroyo de la China o Congreso de Oriente, realizado en la actual ciudad de Concepción del Uruguay.

Tampoco participó Paraguay, porque nunca aceptó la supremacía de Buenos Aires, similar a la Unión Federal de los Pueblos Libres.

Se debe analizar en esta historia de la organización de nuestra patria, al general José G. Artigas de claros conceptos federales, con influjo en el Congreso de 1813, y cuyo ideario central era que las provincias debían ser independientes para luego ingresar a una Confederación.

Desde el Congreso de Oriente en 1815, se tomó la impronta de 1813 de lograr la Constitución de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que suponía una negociación con Buenos Aires (permanente obstáculo para la gran integración sudamericana).

Las provincias federales, libres e independientes que no participaron del Congreso de Tucumán del año 1816, ya habían realizado su Declaración de la Independencia en 1815 y con ello se había dado forma institucional a la mentalidad federal que se contraponía al gobierno liberal y unitario de Buenos Aires.

En 1816, se estableció para nuestra surgente Nación, el nombre de Provincias Unidas de Sud América.

Entre 1816 y 1820, Uruguay fue invadida por los portugueses de Brasil, y vencido J.G. Artigas, los Pueblos Libres perdieron a un hombre visionario, con claros conceptos federales y costumbres de hombre del interior, que supo otear y determinar con visión de futuro que los intereses económicos del puerto de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires no iban a permitir la unión de las Provincias Libres en una Confederación.

Luego de 1816, se sancionaron las frustradas constituciones de 1819 y 1826, así como el Pacto Federal de 1831, que serviría de referencia en los acuerdos que precedieron al Congreso general Constituyente de 1853.

Entre tanto, vencido J.G. Artigas, asomó en el escenario político-militar el general Justo José de Urquiza, gobernador de la provincia de Entre Ríos, quien tomaría el liderazgo del sector federal.

Justo José de Urquiza fue nominado como director de la Confederación y, en 1852, luego del Acuerdo de San Nicolás, se convocó al congreso constituyente que al año siguiente sesionará en Santa Fe y aprobará la Constitución de la Confederación Argentina. Así, sin la participación de la provincia de Buenos Aires se ponían los cimientos institucionales del flamante Estado y se designaba capital de la Nación a la ciudad de Paraná, Entre Ríos, y presidente el Gral. Justo J. de Urquiza.

La Constitución de 1853, pese a ser sancionada por los federales, tuvo improntas liberales y de la forma unitaria de Estado. En 1860, luego del Pacto de San José de Flores, la provincia de Buenos Aires se incorporó al cuerpo formado por las otras provincias a través de la convención reformadora de ese año, que modificó cláusulas constitucionales y cambió el nombre de Confederación Argentina por el de Nación Argentina.

Cuando se analiza nuestro nacimiento desde 1810, se advierte que la provincia de Buenos Aires y el puerto de la ciudad homónima han sido los focos de todos los desencuentros de nuestro país.

La Constitución de 1853 se fue consolidando como una constitución unitaria, más allá del “verso” de que las provincias tendrían su autonomía y redactarían sus respectivas constituciones bajo el espíritu federal de Artigas, Urquiza, López y tantos otros. En la práctica, el contenido federal se fue desvaneciendo progresivamente a lo largo de 184 años. Y lo más grave llegó con la reforma de 1994, cuando mediante el pacto signado por Menem y Alfonsín se reformó el sistema electoral del Poder Ejecutivo Nacional adoptando el distrito único, por lo cual, en razón de la cantidad de electores, el presidente de la Nación termina resolviéndose en la provincia de Buenos Aires.

Actualmente, tenemos un sistema democrático unitario. La forma confederal obliga a las federaciones a ser partes integrantes de la confederación, y las entidades de primer grado de las federaciones -los municipios y comunas-, así como las resoluciones de administración que se traducen en actos de gobierno, dejan de ser unipersonales para ser pluripersonales.

El unitarismo tiene raíces en el régimen monárquico español y sus delegados -los virreyes-, en tanto que en nuestro país su sustitución revolucionaria se concentró en el puerto y la provincia de Buenos Aires, con gobiernos fuertes de líderes unitarios sostenidos por el poder económico del puerto y su aduana.

Queda en el camino de la historia, la epopeya de los caudillos federales liderados por Artigas para una gran nación de provincias independientes, ejemplo de sueños y visión de futuro que los intereses comerciales y la inercia autoritaria supieron sepultar.

Hoy, deberíamos hacer una verdadera lectura de aquellos próceres de 1815 e instar a los gobernadores a reunirse nuevamente para declarar la nueva independencia de las provincias, reformar la Constitución Nacional y dar el ejemplo a través de la conducta de sus líderes para liberar a nuestra Nación del oprobioso unitarismo que nos rige desde antes de 1810, y que fue consolidado por la reforma de 1994.

Al analizar su epopeya y a pesar del tiempo transcurrido de doscientos años, el líder J.G. Artigas nos transmite su ejemplo como precursor de la mentalidad de las Provincias Libres del Sur Americano. Que vuele por nuestro espacio argentino su espíritu y llegue a los gobernadores para que despierten de la siesta de dominación que se ejerce desde la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Buenos Aires.

Queda en el camino de la historia, la epopeya de los caudillos federales liderados por Artigas para una gran nación de provincias independientes, ejemplo de sueños y visión de futuro que los intereses comerciales y la inercia autoritaria supieron sepultar.