Preludio de tango
Jorge Sobral

Foto: Archivo El Litoral / Télam
Preludio de tango
Jorge Sobral

Foto: Archivo El Litoral / Télam
Manuel Adet
Yo tenía quince o dieciséis años cuando lo vi por primera vez. Era verano, estaba solo en casa y no sé por qué motivos me quedaba hasta tarde mirando programas en una televisión cuyas transmisiones recién estaban llegando a los pueblos de las provincias. La adolescencia es caprichosa, pero en mi caso, además, era tanguera. Se trataba de un ciclo filmado donde se representaban las historias de algunas letras. Lo proyectaba Canal 13, se titulaba “Yo soy porteño” y su principal actor era Jorge Sobral.
Para esa época yo, como tantos, todavía llorábamos la muerte de Julio Sosa, motivo por el cual naturalmente me gustó la pinta de guapo y el tono de voz de ese otro morocho que decía llamarse Sobral. También me gustó cuando cantó “Madame Ivonne”. Él estaba en un cuchitril de París tomando mate en camisa pero con un pañuelo al cuello, cuando entra al cuarto una francesita -no recuerdo si era Elsa Daniel o María Concepción César- y después de intercambiar algunas palabras sugestivas, él empieza a cantar: “Mademoiselle Ivonne era una pebeta, que en el barrio posta del viejo Montmartre, con su pinta brava, de alegre griseta, alegró la fiesta de aquel bulevar”. Lo decía muy bien: afinado y con cara de guapo. No era Julio Sosa, pero se acercaba bastante.
Otro episodio de este programa. Sobral está parado en una esquina que suponemos que puede ser, por ejemplo, Florida y Corrientes. Traje, corbata y una bufanda blanca. Impecable. Se supone que son las dos o las tres de la mañana. Pasa una mujer caminando a su lado. A la legua se nota que la chica es del palo, por la forma de mirar, de fumar, de caminar. Tres o cuatro metros después se detiene, lo mira a Sobral que se ha quedado duro y le dice “Chau”, arrastrando las palabras; luego sigue caminando, cansada, vencida y se pierde en la noche.
Es en ese instante que él comienza a cantar: “Sola, fané, descangayada, te vi esta madrugada salir de un cabaret, flaca, dos cuartos de cogote y una percha en el escote bajo la nuez, chueca, vestida de pebeta, teñida y coqueteando su desnudez, parecía un gallo desplumao, mostrando al compadrear el cuero picoteao, yo que sé cuando no aguanto más, al verla así rajé, pa no llorar...”. ¿Es necesario el autor y el título? Como no: “Esta noche me emborracho”, de Enrique Santos Discépolo.
Después supe que el hombre no era un iniciado. Que se llamaba Edelmiro Sobredo y había nacido en La Plata, el 25 de agosto de 1931. Con el canto empezó desde muy pibe, pero con el canto lírico. Su maestro fue Fermín Valentín Favero, padre de Alberto. Se inició en las lides del tango en 1952 con la orquesta dirigida por el maestro Mario De Marco. “Mañana zarpa un barco”, tango escrito por Homero Manzi, con música de Lucio Demare, fue su primera grabación.
Al año siguiente el hombre está con Lorenzo Barbero y luego se suma a la orquesta de Mariano Mores. Condiciones de cantor debe de haber tenido para que en 1955 lo convoque el gran Astor Piazzolla. Allí se quedará cuatro años y grabará varios temas, entre los que merecen destacarse “Azabache”, “Siempre París”, “Fuimos”, “Yo soy el Negro” o “La tarde del adiós”.
Jorge Sobral para finales de los años cincuenta ya es un cantor consagrado, que suma a sus dotes vocales condiciones actorales que las sabrá aprovechar. Precisamente en 1959 trabaja en la compañía teatral dirigida por Francisco Petrone, en el clásico criollo: “La leyenda de Juan Moreira”. Más adelante, con Marilina Ross y Selva Alemán, participa en “Buenos Aires 2040”. Actúa y canta. Y lo hace muy bien.
Hincha incondicional de Estudiantes de La Plata, le “regala” a su club la entonación de la marcha. En 1967 viaja al festival de la canción de Madrid donde es declarado finalista. Aunque su momento más polémico, más controvertido e interesante ocurre en octubre de 1969, cuando se celebra el Primer Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción. Jorge Sobral canta acompañado por Horacio Salgán y estrena “Hasta el último tren”, de Julio Camilloni y Julio Ahumada.
“Amo los andenes de la espera, la poesía de los rieles que la luna replatea/ amo los andenes suburbanos/ de estaciones patinadas por el tiempo y los olvidos/ Amo la garita y las barreras, amo el tren que se despide y amo el tren en que tu llegas/ ... Amo los andenes de la espera, las señales de la noche y tus alas de viajera/ Celo cuando pienso que otro anhelo/ te desvíe de mi rumbo y te lleva hacia otro lado/ Lloro de pensar que otro verano un andén abandonado me verá esperando en vano/ y el dolor se hará presente cuando inexorablemente ya no tenga qué esperar”.
La canción, interpretada por Jorge Sobral en un Luna Park desbordado de gente, ganó el primer premio, reconocimiento hecho por un jurado integrado, nada más y nada menos, que por Vinicius de Moraes y Chabuca Granda. Sin embargo, el público presente comenzó a vivar a los intérpretes y autores de la canción que había sido considerada segunda. Se trataba de “Balada para un loco”, con letra de Horacio Ferrer, música de Astor Piazzolla y la voz de Amelita Baltar.
Las disputas sobre este fallo continúan hasta el día de hoy y nunca habrá acuerdo. Para los tangueros de la guardia vieja la “Balada para un loco”, era cualquier cosa menos un tango. “Hasta el último tren”, no los terminaba de conformar, pero estaba más cerca de sus gustos.
Sobral mientras tanto seguía cantando en los más diversos escenarios, mientras ganaba las pantallas de la televisión y el cine. En 1973 participa en el “Festival del Tango en el Mar”, celebrado en Porto Alegre, donde además están presentes el Polaco Goyeneche, Alba Solís y Horacio Deval. Dos años después regresa al mismo lugar acompañado, entre otros, por Juan Carlos Copes, María Graña y el Sexteto Mayor.
Para esos años, verano de 1975 para ser más preciso, tuve el privilegio de verlo cantar en el Orión de Mar del Plata. Fue un lujo. Esa noche interpretó varios temas de su repertorio. Recuerdo, por ejemplo, “Destellos”, “Bajo un cielo de estrellas”, “Rondando tu esquina”, “Cuesta abajo” y “Pasional”. Voz de hombre y pinta de hombre; bien plantado, muy profesional, muy cuidadoso de la calidad de la música y de su relación con el público. Lo que dije al principio: un lujo.
Sobral pertenece históricamente a una etapa en la que el tango parece agonizar y los cantantes no saben muy bien si afirmarse en la tradición o abrir juego a otras posibilidades. En esas vacilaciones transitaban y hacían lo que podían. Sobral a su manera lo hizo bien y en sus idas y venidas nunca perdió el tono tanguero. Alguna vez le preguntaron si no creía que el tango estaba terminado. Su respuesta fue contundente: “El tango no va a morir mientras haya un argentino que sufra”.
Grabó más de trescientos temas, participó en películas como “Don Frutos Gómez”, “El dinero de Dios”, “Hotel alojamiento”, “Buenas noches Buenos Aires”. Lució sus condiciones de cantor en los grandes templos del tango: Caño 14 y Viejo Almacén. Murió el 10 de abril de 2005, en la ciudad de Buenos Aires.