Mesa de café

Conmutan penas a asesinos

Por Remo Erdosain

La rutina de siempre. Los diarios sobre la mesa, los pocillos de café y el rumor apacible de la calle sobre el bar. José está con el vespertino local en la mano, lo apoya en una silla, se acomoda como para hablar porque está que se sale de la vaina, pero antes de que pronuncie una palabra se anticipa Marcial.

—Ya sé lo que te tiene mal, y lo sé porque a mí también me tiene mal.

—¿Se puede saber de lo que están hablando? -pregunta Abel, que recién se incorpora a la mesa y está extrañado de que Marcial y José, por una vez en la vida coincidan.

—Muy sencillo -responde José- el gobierno que vos defendés tanto se despide conmutando penas a dos asesinos.

—Me causa gracia -agrega Marcial-. Antes los conservadores se iban del gobierno dictando decretos para acomodar en la función pública a parientes y amigos.

—Como hizo tu amigo Reutemann -agrego.

—Claro, como hizo Reutemann -concede Marcial- pero ahora Bonfatti se despide del gobierno liberando a asesinos. Si las cosas están planteadas en esos términos, me quedo con los conservadores, hacen menos daños y son más respetuosos

—La tuya es una interpretación de mala fe -exclama Abel- primero, porque el gobernador no libera asesinos, conmuta penas que no es lo mismo y, segundo, que cuando tomaron conocimiento de lo que estaba pasando, cambiaron de opinión, pidieron disculpas a los familiares de las víctimas e incluso el gobernador sacó otro decreto anulando el anterior.

—Decisión -digo- que no sé si tendrá validez, porque el asesino que se favoreció con el decreto 2.484 de alguna manera tiene derechos adquiridos. Y el otro, al que lo conmutaron en el 2014, también tiene derechos adquiridos y sus abogados defensores lo van a hacer valer, con lo que existen serias posibilidades que, gracias al “error” de Lewis y Bonfatti, dentro de cuatro años, dos asesinos temibles anden chochos de la vida por la calle con libertad provisional.

—Yo no sé bien cómo será la cosa -dice José- pero si los peronistas hubiéramos hecho algo parecido a esta hora estaríamos siendo juzgados en Nüremberg.

—No se pongan en víctimas -digo.

—Pensá lo que mejor te parezca -responde José- pero realmente a este gobierno no lo entiendo. Saben que si alguna asignatura pendiente tienen, es en materia de seguridad; saben que la sociedad está particularmente sensibilizada con el tema; saben que en estos tiempos no se puede permitir que los asesinos entren por una puerta y salgan por la otra... pero sabiendo todo eso, no se les ocurre nada mejor que firmar decretos para conmutar la pena, no de un asesino, sino de dos asesinos de la misma causa. Y asesinos que, vamos a recordarlo, fusilaron sin compasión a un padre y a su hijo.

—Realmente yo tampoco los entiendo a estos socialistas -agrega Marcial- Bonfatti dio a entender que a él le presentaron los expedientes y los firmó confiado en que todo estaba bien.

—Seamos claros y no nos vayamos por la tangente -advierte José- si alguien firma, si un gobernador firma, se tiene que hacer responsable de eso. Si no, estamos como Menem, que firmó el decreto de ventas ilegal de armas a Croacia y después dijo que él no sabía lo que estaba firmando.

—A mí no me parece de buen gusto comparar a Bonfatti con Menem -reprocha Abel.

—Y a mí no me parece de buen gusto que le conmuten penas a los asesinos y después se disculpen diciendo que no sabían lo que firmaban. No me parece de buen gusto y hasta me parece una falta de respeto a la inteligencia de todos nosotros.

—¿Qué quiere decir Lewis cuando dice que no sabía las consecuencias sociales de la conmutación?

—Ni él debe saber lo que quiso decir.

—Yo le pediría a Lewis que se calle -dice José- porque cada vez que abre la boca se entierra más. ¿Así que no previeron las consecuencias sociales? Y lo dice sin ponerse colorado. ¿O no será que en realidad pensaban que en el paquete de conmutaciones estas dos iban a pasar desapercibidas?

—No hay razones para pensar eso -responde Abel.

—Lo que no hay son razones que justifiquen lo que hicieron. O son tontos, que no lo son, o son algo peor.

—A mí, lo que me llama la atención es que Lewis no haya renunciado -dice Marcial.

—No, él no renunció -explica José- la hicieron renunciar a la secretaria de Asuntos Penales.

—Como escribió una periodista en el diario: el hilo siempre se corta por lo más delgado. Renuncia una perejil y los verdaderos responsables se quedan abrochados a sus sillones muertos de risa.

—Yo creo que el gobierno se equivocó de buena fe y, además, pidió disculpas como corresponde -dice Abel-. Admitamos de todos modos que no es fácil en el actual contexto conmutar penas. Además, algunas cosas se están corrigiendo. Por ejemplo, antes, los gobernadores debían hacerlo dos veces al año, ahora lo hacen una sola vez. Incluso, en el caso que nos ocupa se presentaron más de mil pedidos y sólo fueron aprobados sesenta y pico, con lo que se demuestra que no hay ninguna actitud permisiva con los delincuentes.

—Yo lo que creo -digo- es que a los gobernadores se les debería retirar la facultad de conmutar penas, un atributo anacrónico propio de los tiempos antiguos.

—Precisamente -dice Abel- el compañero Bonfatti está gestionado que exista una suerte de autolimitación, para que bajo ningún punto de vista la conmutación alcance a violadores y asesinos.

—Debería haberse acordado antes -replica José- por otra parte, el gobernador no puede decir para disculparse, que no está en condiciones de decidir sobre temas particulares, cuando de lo que se trata precisamente es de casos particulares, individuales. Además, no se trata de aprobar si compramos una mesa, una heladera o un jarrón, sino de la posible libertad de un hombre. ¿Hay algo más importante que eso?

—Admitamos -dice Abel- que los presos, incluidos los asesinos, tienen garantías y la cárcel, tal como lo establece la Constitución, no está para castigo sino para rehabilitación.

—Todo lo que quieras -interrumpe Marcial- pero en las actuales circunstancias, estos caballeros que nos gobiernan tienen la obligación de tener buen olfato político, por lo que no pueden alegremente firmar un decreto de conmutación de penas a asesinos condenados y después, cuando los descubren, pedir disculpas.

—Yo agregaría además -digo- que el gobernador tiene el atributo de conmutar penas, pero no esta obligado a hacerlo; tranquilamente puede decir que no, porque ése es su derecho.

—O sea que para ustedes, los presos no tiene derechos.

—Lo que los asesinos no tienen -contesta José- es el derecho a salir en libertad mientras haya una condena. Y mucho menos que esa libertad dependa de un decreto firmado por un gobernador y un ministro que en materia de seguridad han dejado y siguen dejando mucho que desear.

—No comparto -concluye Abel.

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