Tribuna de opinión

El río de la guerra

por Carlos Rodríguez Mansilla

En 1899, Sir Winston Churchill escribió estas proféticas palabras: “Si el fanatismo islamista avanzara, la civilización de la Europa moderna podría caer, como cayó la civilización de la antigua Roma”. (Sir Winston Churchill, “El río de la guerra”, primera edición, Vol.II, páginas 248-250 London).

A más de un siglo de distancia pueden observarse dos realidades. La primera es que nadie lo escuchó. La segunda es que tenía razón.

Europa, en el siglo XX, se ocupó en desangrase con dos guerras mundiales, terminando en el Holocausto y en la mitad de su territorio en manos del comunismo soviético. Nadie se ocupó del fanatismo islamista.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, Occidente debió combatir en otras guerras: Corea, Indochina (Vietnam), Argelia. Francia quedó sola, mientras sus soldados luchaban en Argelia, como modernos centuriones en una guerra no convencional donde el método elegido por el enemigo era el terrorismo. Los soldados franceses eran degollados, castrados y sus testículos puestos en el tajo de la garganta. Sus cadáveres alineados en el piso, con las cabezas apuntando a La Meca. No había prisioneros, ni convención de Ginebra.

Ataques con bombas a escuelas, restaurantes y cines donde concurrían nietos y bisnietos de franceses nacidos en Argelia, que habían trabajado la tierra, construido rutas y ciudades, levantado hospitales, llevando la electricidad y el ferrocarril a esos lugares inhóspitos, hundidos en el atraso y el analfabetismo. Era el anticipo de lo que vendría.

Pero Occidente miraba para otro lado.

En los países árabes se instalaron monarquías, emiratos y dictadores militares. En Irán, la antigua Persia, país no árabe pero musulmán, reinó primero el sha y luego los ayatolás. Pero Occidente seguía mirando para otro lado.

Se produjeron numerosos atentados terroristas en Israel y otros países de Medio Oriente. En suelo americano, el terrorismo islamista golpeó en la Amia y la embajada israelí en Buenos Aires, y derrumbó las gigantescas torres gemelas de Nueva York. En Europa, el atentado de Atocha en Madrid, y la matanza de Charlie Hebdo en París.

Y Occidente siguió sin entender. Sin comprender que el mundo está en guerra.

Isis

Entonces surgió Isis y el Califato Islámico, con su califa Ibrahim, asentado en un amplio territorio de Irak y Siria. Pretende dominar a todos los musulmanes, sometiéndolos a su islamismo suní. Por ahora, proclama su intención de abarcar un gran territorio que comprende: Siria, Irak, Jordania, Israel, Líbano, Chipre y el sur de Turquía.

Pero va más allá. No oculta su plan de volver a entrar a Europa por el norte de África, haciendo base operativa en el sur español, reviviendo lo que fue hace siglos Al Andalus (Andalucía). Ni oculta tampoco la identificación del enemigo: la civilización judeocristiana. O sea, Occidente.

De pronto, una foto conmovió al mundo occidental. La foto de un niño muerto. Huía con sus padres del terror implantado por Isis en Siria. Entonces, el mundo occidental descubrió que hay 12 millones de sirios que han huido de la muerte, y se desplazan en masa buscando desesperadamente llegar a Alemania, Austria, Francia, Inglaterra.

Ese éxodo provocado por los terroristas de Isis responde a un plan fríamente diseñado. Se trata de perseguir y desplazar a millones de musulmanes chiitas y alauitas para que ingresen a Europa por el este. Sabiendo que, finalmente, el sentido humanitario de los occidentales permitirá su ingreso como refugiados. No importa que no sean sunnitas. Dentro de veinte años lo serán, cuando el califato se expanda e imponga la impronta suní a todos los musulmanes del mundo. La Naturaleza hará el resto. Porque Europa envejece, con hogares de un solo hijo, y los musulmanes con sus abultadas proles serán mayoría.

Si Occidente no despierta de su moroso letargo ni empeña todo su poder -que es enorme- en enfrentar y vencer al terrorismo yihadista, el horror crecerá. Porque muerte y horror es lo que trae este río de la guerra.

Europa, en el siglo XX, se ocupó en desangrarse con dos guerras mundiales, terminando en el Holocausto y en la mitad de su territorio en manos del comunismo soviético. Nadie se ocupó del fanatismo islamista.

Si Occidente no despierta de su moroso letargo ni empeña todo su poder -que es enorme- en enfrentar y vencer al terrorismo yihadista, el horror crecerá.