PRELUDIO DE TANGO

José Libertella

José Libertella
 

Manuel Adet

Foto: Archivo El Litoral / AFP

Lo suyo fue el fueye, pero a lo largo de una intensa y meritoria carrera artística se destacó como compositor, arreglador y director de orquesta. También compositor de temas como “Rapsodia de arrabal”, “París otoñal”, “Bajo romántico” y “Organito arrabalero”, entre otros. De todos modos, su obra mayor, su obra cumbre fue el Sexteto Mayor, fundado junto con Luis Stazo en abril de 1973. En la formación original también estuvieron presentes Reynaldo Nichele y Fernando Suárez Paz con los violines, Armando Cupo en el piano y Omar Murtagh en el contrabajo.

El Sexteto debutó precisamente en la Casa de Carlos Gardel. Fue el punto de partida de una notable formación musical que se sostuvo durante más de treinta años. Los muchachos grabaron alrededor de veinte discos, fueron figuras destacadas en los grandes templos del tango de su tiempo como Viejo Almacén, Michelángelo o Caño 14. Y viajaron, viajaron mucho, dicen que por más de setecientas ciudades, desde Río de Janeiro a París, de París a Tokio, de Tokio a Nueva York y así durante años. No paraban, no descansaban. Todo muy satisfactorio pero algo agotador, dijo en su momento Libertella

El tango durante todos estos años, y tal vez en la actualidad, parecía tener más recepción en el extranjero que en su propio país. Por lo menos económicamente esa diferencia era visible y así se explican las giras, al principio estimulantes y con los años agobiantes. Alguna vez dijo Libertella en una entrevista: “Aunque vivimos en gira en Buenos Aires, porque sabemos que no hay nada peor que el olvido. Cuando actuamos en París vamos siempre a cantar al mismo restaurante. Al entrar sale un aplauso de cada rincón. Pero ocurre en País y si no lo ve la familia no es lo mismo”.

Libertella fue el animador destacado en un grupo donde todos eran músicos destacados. Ninguno llegó a ocupar ese lugar desde la nada. Todos exhibían una larga y fecunda trayectoria como músicos, todos trajinaron en orquestas mediocres y distinguidas, todos eran músicos, conocían de arreglos y, sobre todo sentían, al tango como algo propio. La biografía de Libertella en ese sentido es un testimonio de un músico que antes de la consagración rindió todas las asignaturas exigibles.

El hombre nació en Italia, en un modesto pueblito llamado Calvera Basilicata, el 9 de julio de 1933, pero antes del año estaba viviendo en Villa Lugano, el barrio de su padre laburante, el barrio -dicho sea al pasar- de mis abuelos, el barrio donde se casaron mis padres y terminé la escuela primaria, el barrio donde descubrí el tango cuando todavía usaba pantalones cortos.

Dicen que en la casa aprendió a tocar la verdulera, hasta que de la casa de un vecino le llegaron los acordes del bandoneón y entonces se pasó para siempre a ese instrumento. Se inició con un fueye desvencijado que le regaló un tío que siempre alentó sus inquietudes. y sus primeras clases las tomó con los maestros Francisco Requena y Marcos Madrigal.

Su debut en las tablas fue con Humberto Canaro, el hombre que lo descubrió y lo trasladó del barrio al centro. “Venite pal centro o te vas a quedar entre los yuyos”, le dijo el maestro para que entendiera de una buena vez cómo funciona este negocio. Después, entre 1948 y 1950 vinieron las temporadas con Suárez Villanueva y el maestro Osmar Maderna. Una escala importante en su carrera fue con la Orquesta Símbolo dirigida de Aquiles Roggero, con quien estuvo hasta 1955.

Alguna vez lo acompañó al gran Ángel Vargas; otra temporada con Carlos di Sarli y algunos espectáculos con Julián Plaza y Alfredo Marcucci. Para 1959, Libertella arma su propio conjunto, experiencia que se sostendrá hasta 1966. El cantor estrella de la formación era el Negro Miguel Montero. Once discos editados dan un testimonio de aquella experiencia que se extendió por más de seis años. Recomiendo para los tangueros temas como “Un regalo de reyes” y “Tinta roja”. Y por qué no “Calor de hogar” y “Carbonilla”.

1967 es un año importante en la carrera artística de Pepe, como le dicen sus amigos. Ese año se constituye el Quinteto Gloria que luego derivará en cuarteto, una formación cuyo cantor destacado será, nada más y nada menos, Edmundo Rivero. Integraron esta gloria del tango, entre otros, Jorge Dragone en el piano, Claudio González en violín y Rafael Ferro en el bajo. Once discos grabados testimonian la producción artística de aquellos años.

Ya para esa fecha José Libertella constituía una marca de calidad en el tango. Así lo reconoce el público, pero sobre todo el tribunal exigente y competitivo de sus colegas.

En esas condiciones llegó la decisión de constituir el Sexteto Mayor. El objetivo: hacer buenos tangos y ganarse la vida decentemente. Y vaya si lo hicieron. Sin exagerar, puede decirse que fueron los embajadores del tango en el mundo. Después de Buenos Aires la otra parada fue París y a veces Tokio o Nueva York. Un momento estelar para Libertella fue cuando en 1981 se inauguró la mítica y testimonial “Trottoirs de Buenos Aires” y el Sexteto fue la principal estrella. No estaban solos en la parada. Entre el público que aplaudía entusiasmado se destacaban Julio Cortázar, Ives Montand y Paloma Picasso.

Por méritos propios, Libertella fue adquiriendo la condición de prócer del tango, título que lo ejerció hasta el final de su vida con distinción y generosidad. Con los años, el prócer adquirió status de patriarca. Para fines de siglo, las nuevas generaciones de tangueros lo consultaban. La película “Café de los maestros”, lo incluye por méritos propios.

Como diría ese otro vecino de París que fue Atahualpa Yupanqui: “Tanto torearlo al destino el destino lo pialó”. A Libertella le falló el corazón en París, lejos de Buenos Aires y de Villa Lugano. Murió en su ley, sin sufrir y después de una sesión de tango. Esto ocurrió el 8 de diciembre de 2004. Unas semanas antes del deceso le preguntaron cuál era el rasgo original del tango. “Fue la primera danza que permitió, en público, que un hombre y una mujer estuvieran juntos, que se abrazaran”. Impecable maestro.