ARTE Y COMIDA

La cena de Emaús

POR GRACIELA AUDERO

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Segunda versión de “La Cena de Emaús” (1606), de Caravaggio (Pinacoteca de Brera, Milán).

Es una comida bíblica. El episodio es relatado en el Evangelio según San Lucas ( 24, 13-35): dos discípulos caminan con Jesús hacia Emaús, aldea cercana a Jerusalén. Agobiados de pena por la muerte del Salvador, no lo reconocen. Al caer la noche, lo invitan a quedarse con ellos y compartir la cena. Cuando se sientan a la mesa, Jesús toma el pan, lo bendice, lo parte y se los da. A partir de este gesto, lo reconocen, pero inmediatamente desaparece de su vista.

En 1601, Michelangelo Merisi (1571- 1610), más conocido como Caravaggio, pinta una primera versión de La Cena de Emaús, una escena de revelación donde tres hombres asombrados rodean a Cristo. Dos peregrinos, sentados en los extremos de la mesa, delimitan el cuadro: Santiago, reconocible por la valva de vieira sobre su chaleco, que expresa su sorpresa por un gesto amplio y brutal; y Cleofás, con el saco roto en el codo, que se levanta sorprendido. El tercer hombre es el tabernero que, con su mirada fija en Cristo, encarna a la gente del pueblo, más mesurada y cauta. Fundamentales en la composición, las manos definen el espacio y las reacciones. En una atmósfera solemne, teatralizada por los contrastes de luces y sombras, Cristo permanece con la mirada baja. Su cara regordeta, juvenil y femenina provoca el rechazo de la Iglesia por su incorrección teológica. Al contrario, en los alimentos servidos, Caravaggio no propone una interpretación propia sino que recrea una comida habitual en la Judea de hace 2015 años: pollo asado, frutas, pan y vino.

La canasta de frutas en el borde de la mesa, inspirada en dos obras anteriores del autor: Muchacho con canasta de frutas y Canasta de frutas, encierra una significativa carga simbólica: su sombra en forma de pez es símbolo cristológico, las uvas negras, símbolos de la muerte, las uvas blancas, de la resurrección, las granadas, de la pasión de Cristo, las manzanas, de la gracia o del pecado original. Más allá del simbolismo, el artista describe las frutas consumidas en la Palestina del tiempo de Jesús y mencionadas en la Biblia, donde figuran además: la almendra, la algarroba, la coloquinda, la aceituna, el dátil, el higo, la nuez, la mora, el melón, el pistacho y la mandrágora.

En 1606, Caravaggio retoma el tema de La Cena de Emaús. Ese mismo año, en la cima de su fama, huye de Roma después de ser acusado del homicidio del noble Ranuccio Tomassoni durante una reyerta callejera. Hombre difícil, temperamental y pendenciero, coquetea peligrosamente con el crimen y la justicia acumulando pleitos, rivalidades y odios. Amenazado de ser condenado a la pena capital, empieza un angustioso periplo de cuatro años por Nápoles, Sicilia y Malta -los últimos de su vida- que dieron como resultado los óleos más oscuros y brutales de su carrera.

En su segunda versión de la escena de revelación, los alimentos sobre la mesa se reducen: pan y vino, sin incorporar ni carne ni frutas como dato del gusto y la moda en la cultura del pintor. Es la visión cristiana del episodio: la revelación de la resurrección sumada al gesto de comulgar con el cuerpo y la sangre de Cristo, metáfora de una fuerza excepcional. En un ambiente más intimista y melancólico que en la cena anterior, las figuras, casi espectrales en la penumbra, expresan toda su congoja a través de gestos más circunspectos. El eje de la composición vuelve a ser el rostro de Cristo, que no es más el de un jovencito imberbe sino el de la edad de su muerte.

El cuadro tiene los rasgos estilísticos del período estético del pintor: reducción de naturalezas muertas, rostros casi espectrales en las sombras, retratos de los sentimientos. La delicadeza de las tonalidades permite apreciar una obra cumbre del pensamiento artístico de Caravaggio: ¿reflejo de las circunstancias de su vida? o ¿su arte había llegado a reconocer el valor de la sutileza? Su corta pero intensa producción es notable por el rápido desarrollo, y por el impacto en la pintura europea. No tuvo discípulos, sólo una legión de seguidores y su obra ( junto con la de Aníbal Carracci) hizo revivir la pintura italiana sobre la nebulosa irrealidad del arte manierista de fines del siglo XVI.

La comida de Emaús funciona como un código semiótico enraizado en la cultura cristiana, depositario de reflexiones y creencias, alegrías y tristezas. Los alimentos servidos en la cena bíblica permiten descodificar connotaciones religiosas, que interpretaron grandes pintores universales: Caravaggio, Tiziano, Tintoretto, Veronese, Rembrandt, Rubens, Velásquez, Zurbarán y otros.

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“La Cena de Emaús” (1601) de Michelangelo Merisi, Caravaggio (Galería Nacional de Londres).

La comida de Emaús funciona como un código semiótico enraizado en la cultura cristiana, depositario de reflexiones y creencias, alegrías y tristezas.