En Nueva York

El autor expuso “A retrospective” en The Poet’s Den Gallery de Nueva York y presentó la charla “Visual Art as a Binding Language”, organizada por el Departamento Español/Italiano y la Sociedad Sigma Delta Pi de la Universidad Montclair State. Aquí relata aquella experiencia y su recorrido por la “Capital de Occidente”.

TEXTOs Y FOTOS. DOMINGO SAHDA.

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La estatua de la Libertad.

 

El avión carreteó. Se detuvo. Comenzaba la aventura. Se concretaba el proyecto imaginado y gestado por mi amigo Raúl quien, exultante, agitaba sus brazos como bienvenida, casi atropellándose en el espacio de control de equipaje. En un acalorado intercambio de palabras e interjecciones arribamos al hotel en que me hospedaría por cuatro semanas. Se desplegaba, ante mi absorta mirada, la majestuosa ciudad conocida y definida como la “Capital de Occidente”.

La primavera fría resplandecía en las ramas de los árboles en flor, de especies desconocidas para mi. Estaba encandilado. En los canteros centrales y por muchas cuadras los tulipanes recibían a la nueva estación. Me recibían a mi, pensé con petulancia. Broadway, la ancha avenida, sería el rumbo inicial de mis descubrimientos, desde Harlem hasta el South Ferry, además de los recorridos por Avda. Amsterdam y Avda. Columbus. Precisamente, en entrecruce de las mismas con Broadway me topé con el Columbus Circle, plazoleta en cuyo centro se erige, enhiesta, la columnata que sostiene la imagen escultórica de Cristóbal Colón, idéntica a la que por décadas estaba emplazada al costado de la Casa Rosada, hoy destruida y trasladada; marca evidente de nuestra atávica estupidez política, incapaz de proyectar y concretar un futuro promisorio y empeñada en corregir la historia con los ojos en la nuca. “Así nos va”, me dije a mi mismo. Muy cerca de ella, en los frentes del Central Park, las estatuas ecuestres de Bolivar y San Martín, esta última donada a la ciudad en 1950. Perón mediante.

El bello, enorme, Central Park, pulmón de la isla de Manhattan en la cual se alza la ciudad. Bromeando conmigo mismo me dije: “si encuentro algún perro vagabundo, algún desecho o algún bollo de papel, me postulo para alguna medalla de oro”. Nada, nada. Crease o no. Todo ordenado, cuidado, protegido para beneficio colectivo. Sendas para caminantes. Bancos aquí y allá, sendas para ciclistas, canchas para deporte. La represa que lleva el nombre de Jacqueline Kennedy para protección de aves silvestres propias de la región. Me dije: qué tal si en vez de despellejar a la capital de los “buitres” le copiamos esas cosas buenas que tiene. Sin dudas tendrá de las otras; ya se sabe que la especie humana es bastante parecida en todo el orbe. Sucede quizá que en algunos sitios, y eso lo pude comprobar una y mil veces, se fijan normas de buen uso colectivo que se aceptan. Por estos lares, en cambio, la “viveza criolla” hace estragos en todos los niveles.

El Domingo de Pascuas abrió para mi un escenario increíble. Paseaban por la Quinta Avenida cientos y cientos de ciudadanos, hombres, mujeres y niños caracterizados; aquí diríamos -condescendientemente- disfrazados. Flores encolumnadas en sombreros gigantescos, plumas, trajes, capas, cintas y sonrisas por doquier. Fue para mi un maravilloso descubrimiento. el “Happy Easter” (Felices Pascuas), entre gestos y sonrisas, me mostró un modo de celebrar la vida sin lamentos ni lágrimas. El renacer anunciado en las Pascuas con alegrías compartidas.

EN LA UNIVERSIDAD

Al atardecer del lunes siguiente, en compañía de mi amigo Michael, llegamos -tren mediante- a la Universidad de Montclair - Nueva Jersey. En el espacio de la Cátedra de Interpretación, a cargo de Raúl, estaba programada una charla personal, con traducción simultánea, en torno a mi obra plástica y con proyecciones. Los traductores quedaban perplejos ante alguna expresión idiomática que se me escapaba y que Raúl rápidamente enmendaba para tranquilidad de los mismos. Algunos de los trabajos en proyección se verían días después en la exposición concretada en The Poet’s Den Gallery. En una pausa de la charla cruzó por mi memoria la frase de Arturo Jauretche: “Más perdido que turco en la neblina”. Algo así me pasaba. No podía creer todo lo que estaba viviendo. Nunca pude exponer mis trabajos en Buenos Aires; lo estaba haciendo en Nueva York. Y por si fuera poco, estaba conversando acerca de mis trabajos con casi cien estudiantes de posgrado de distintos países de Centroamérica, estadounidenses y algunos europeos. ¡Mirá vos!, un pintorcito de morondanga que intentó construir su vida en el marco de sus dos amores: el arte visual y la docencia, estaba exponiendo sus sueños y razones.

Estaba conmovido por las preguntas. Una estudiante venezolana, mujer de mediana edad, con los ojos húmedos dijo: “Usted pinta a mi país”. Yo estaba boquiabierto. me embargó la certeza de que las imágenes pueden mucho más que las palabras. Charlé con un estudiante cubano acerca de los destinos de su país. Un italiano con la mirada perpleja ante las imágenes. Es difícil saber qué cosas transmite uno con sus pinturas. Las devoluciones me sacudían.

Cuatro días después, con la colección a la vista y en la cálida galería, rodeado de gente que preguntaba, se detenía, dialogaba con otros, me sentí pleno. Un increíble sueño concretado. Es difícil traducir el sentimiento que me embargaba. Qué más podía pedir.

El mítico teatro musical neoyorquino me maravilló. No perdí detalles de la obra “El Fantasma de la Ópera”. ensordecido por el público que aplaudía a rabiar la magnífica interpretación de la obra de Gaston Leroux, novela francesa del siglo XIX musicalizada, volví caminando por Broadway desde la calle 44 hasta mi hotel, en calle 87. Lento andar casi a medianoche, sin sobresalto alguno, recordando el espectáculo magnífico.

MUSEOS, JAZZ Y ROCKEFELLER

El Met (Metropolitan Museum) atesora el arte visual en su máxima expresión. Toda la Modernidad en obras de arte de las que tenía noticias a través de los libros enriquecieron mi memoria. Muy cerca, siempre en la Quinta Avenida, el Museo Guggenhein, cuya construcción destaca como símbolo de la arquitectura del siglo XX. Muy cerca de él, el Museum for German and Austrian Art. Recorrí una muestra ejemplar de dibujos y pinturas de los maestros Gustav Klimt y Egon Schiele. Un poco más allá, el Moma. ¡Qué agregar! También visité, muy cerca de allí, el Museo de Arte Erótico. Nada que envidiar comparado con lo mío.

Cena y jazz en Harlem. El jazz genuino en el ámbito del que solo tenía noticias por el cine y la TV. Recorrí el barrio de Chelsea en el que se agrupan las galerías de arte. Una magnífica muestra de arte escultórico de Tibet me atrapó.

Mi precario inglés funcionaba bastante bien. Conversé con muchos latinoamericanos residentes. ¿Por qué aquí? “Por la posibilidad cierta de vivir, trabajar y enviar ayuda económica a los míos, que de mi dependen”. Respuesta muchas veces oída y que marca el destino de tantos inmigrantes de hoy como de ayer.

Desde el puente Manhatann-Brooklyn, inmenso, increíble fruto del talento y el trabajo humanos, miraba el perfil de Nueva York que se recortaba impecable, magnífico. Desde la distancia, la estatua de la Libertad marcaba el destino. Visité Los Claustros, construcción que replica una abadía o convento europeo, construida con restos de piedra de esos lugares. Allí se exhiben armaduras, tapices y mosaicos de los siglos XII y XIII, rescatados y reempleados de manera excelente. Rockefeller donó el terreno del Parque Fort Tryon y Los Claustros a la ciudad de Nueva York. Al otro lado del río Hudson compró los terrenos para que no se construya nada frente al parque y así no se arruine la vista natural de The Palisades, como se llama esa línea de rocas y vegetación a ambos lados del río. Algunos millonarios destinan algo de su fortuna al bien común, me dije. Otros lo dilapidan en la juerga y la champaña. Por estos lares mucho se conoce, sobre todo, de lo último.

RUMBO A WASHINGTON

Desde Penn Station a Washington en tren, en el tiempo previsto y con la calidad supuesta. Lejos de aquellos están nuestros trenes que un egregio funcionario de gobierno literalmente “rifó” al mejor postor con la comparsa política y gremial de turno.

A un costado de la Casa Blanca, no muy lejos de las oficinas de la firma Chevron, una manifestación de ecuatorianos protestando con carteles, máscaras y panfletos. Me acerqué. Al saber que era argentino me dijeron prestamente: “A ustedes las autoridades si que los atienden y escuchan sus reclamos”. ¡Qué va! Las mentiras públicas de siempre, dije para mis adentros, recordando la farsa política que aquí se llama Vaca Muerta ya que el tópico del reclamo era por idéntico asunto. Me detuve y entré en la recepción del diario The Washington Post, esa célebre publicación que determinó la caída, por renuncia, del entonces presidente Richard Nixon, por las escuchas. Resplandeciente y bella ciudad en su primavera. Anchas calles arboladas. Admiré las colecciones del Smithsonian Museum. Toda la historia del país a través de imágenes, objetos, carruajes y máquinas de tren primitivas, aquellas del lejano “far west”. su Galería Nacional es de calidad indescriptible en sus colecciones. La atención del diligente personal resulta en cierto modo ejemplar.

UNA EXPERIENCIA INOLVIDABLE

Vuelto a Nueva York, a poco de andar me atrapó un sonoro desfile callejero de clanes escoceses. Más allá, una manifestación callejera de la colectividad turca reivindicándose ante las acusaciones del Genocidio Armenio, condenado recientemente por el Papa. No pude con mi genio. Me entremezclé con ellos preguntando esto y aquello. Verdades y mentiras, como siempre. El idioma prestado a ambos funcionaba como puente, quizás un tanto precario, pero puente al fin.

El cordial vencedor de la Tienda Macy’s reía ante mis intentos de regateo. La cultura ancestral propia me empujaba No tuve suerte; conforme de todos modos con el hermoso abrigo que ahora me acompaña. En el periplo del ferry, en torno a la mítica estatua simbólica, trabé un amistoso diálogo con una pareja de mejicanos, viajeros también. Un hijo estaba estudiando en Rosario. Intercambiamos expresiones. Ofrecí mis datos ante cualquier dificultad de su hijo. Nos despedimos con un abrazo a nuestra manera.

Esa y tantísimas otras experiencias llenan mi memoria. Visto todo a la distancia, aún me conmueve todo lo vivido. Pinturas mías están en esa bella, imponente ciudad en la que me sentí acogido. Viviendo otras tantas aventuras que sería muy largo detallar, me despedí con un hasta siempre, sabiendo que una experiencia vital mayúscula me acompañaba.

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Paseo interno en el Central Park.

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Vista del Memorial, monumento homenaje a los muertos inocentes por la voladura de las Torres Gemelas.

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Plazoleta entre avenida Broadway y Avenida Amsterdam, por calle 87, cuidada y atendida por los vecinos.

EN EL MEMORIAL

Me conmovió el Memorial, espacio de recuerdo y homenaje a los miles de muertos inocentes cuando la trágica voladura de las Torres Gemelas: dos enormes fosos como cubos invertidos, de piedra y mármol con los nombres tallados, uno a continuación del otro. Paredes imponentes de cuyos bordes superiores, a modo de cataratas continuas, caía el agua que desaparecía en el cubículo central para volver a caer nuevamente en flujo incesante. Cataratas de agua que fluían, como la vida que viaja hacia el hueco del vacío para reaparecer en lo alto y continuar fluyendo. Idea simbólica magistral de homenaje hacia la inocencia de la vida; condena ante la miseria del poder que en forma anónima agravia la inocencia. Hoy como ayer, aquí y allá, desde la eternidad de los tiempos, se incluye a los asesinados por nuestros lares cuando lo sucedido por la Amia.

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Domingo de Pascuas en la 5º Avenida y una particular forma de celebrarlo.