Crónica política

Definiciones que no llegan

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Por Rogelio Alaniz

Faltan veinte días para las elecciones y no creo descubrir la pólvora si digo que la presidencia de la Nación se va a disputar entre Scioli y Macri. Scioli aspira a ganar en la primera vuelta; Macri alienta la expectativa del balotaje. Puede que en estas tres semanas algún candidato desequilibre las relaciones de fuerza, pero tal como se presenta el escenario esa posibilidad es cada vez más reducida.

Por buenas o malas razones ninguno de los candidatos logró ese objetivo. Se trataba sencillamente de lograr después de las Paso ganar votos de quienes no lo votaron. ¿Sencillamente? Como se podrá apreciar no fue así. Las expectativas más favorables para los candidatos es crecer dos o tres puntos. El que lo logra se queda con la presidencia o habilita una segunda vuelta.

Esos dos o tres puntos a los candidatos les están costando un Perú. No pueden o no saben hacerlo. Scioli encerrado en el dilema de presentarse como K o empezar a tomar distancia de sus padrinos; Macri con un discurso que todavía no encontró el tono justo. Conclusión: ninguno despierta grandes entusiasmos y un alto porcentaje de sus votos provienen más de la opción del mal menor que de la certeza de que se está votando a un gran presidente.

También hay que decir que por ahora el candidato que dispone de mejores posibilidades para ganar es Scioli. Todavía no está dicha la última palabra al respecto, pero sería tonto o necio desconocer lo obvio. Sus posibilidades de todos modos no son una garantía absoluta. En una elección reñida un error puede ser fatal, pero ese peligro también lo acecha a Macri, quien recién se está recuperando del affaire Niembro, mientras sus operadores le prenden velas a San Antonio para que no salte algún otro escándalo parecido.

Lo dicho vale en primer lugar para Macri, porque a Scioli está visto que las denuncias de corrupción o negociados no lo afectan. Dicho con otras palabras, existe una suerte de misterioso consenso en otorgarle al peronismo luz verde en materia de corrupción. Para expresarlo de una manera más suave, digamos que las personas para quienes la corrupción influye de manera importante a la hora de votar ya han decidido a quién hacerlo. Debería haber un escándalo de proporciones para que una porción significativa de votantes se sensibilice con el tema o crea efectivamente que el kirchnerismo con Scioli a la cabeza es algo así como una asociación ilícita.

En esta semana, saltó el tema de la fortuna de Máximo, una fortuna que en realidad quienes deberían rendir cuenta son un señor llamado Néstor y una señora llamada Cristina. También esta semana el señor Ricardo Jaime admitió de una buena vez que era un coimero compulsivo. Volvieron a saltar pequeños escándalos alrededor del compañero Morsa y el propio Scioli fue absuelto de la causa que indagaba acerca del origen de su fortuna personal.

Ninguno de estas denuncias tendrán un efecto electoral significativo. O a la gente no le importa o no cree en ellas, para el caso da lo mismo da. ¿Exagero? Poco y nada. ¿O alguien puede negar o descreer que Jaime es Cristina, que Lázaro es Cristina, que Ulloa es Cristina, que López es Cristina y que el Morsa es Cristina? A esta altura del partido ni Oyarbide negaría esta evidencia.

Scioli tampoco va perder votos por no asistir al debate previsto para mañana domingo. Los argumentos que dio para no ir son de cuarta y hasta constituyen una falta de respeto a todos nosotros, pero los que nos fastidiamos por la grosería de sus argumentos somos lo que ya hemos decidido el voto, mientras que sinceramente dudo de que al resto de los votantes le modifique el amperímetro esta ausencia del candidato en un debate que es, en primer lugar, un derecho de la ciudadanía.

Recordemos al respecto que los argumentos que dio Scioli para no ir, no son muy diferentes a los que dio Rodríguez Larreta para negarse a debatir con Lousteau; ni tampoco difieren en lo fundamental de los que dio hace un cuarto de siglo la Comadreja de Anillaco para no debatir con Angeloz. “No están garantizadas las condiciones”, dijo impertérrito el compañero Morsa, como si él alguna vez hubiera garantizado la condición de algo.

Los riesgos de Scioli no están afuera del Frente para la Victoria, sino adentro. Alguna torpeza seria de los K paladar negro, algún sabotaje interno, lo cual también es difícil pero no imposible. Por lo pronto, el candidato se esfuerza por respaldar su cuota de poder político con los gobernadores: Urtubey, Gioja, Manzur, Urribarri... con la esperanza de que ese bloque se constituya en el peronismo que viene. ¿Podrá hacerlo? En principio, lo está haciendo y si gana las elecciones no se descarta la posibilidad real de que el kirchnerismo comience una lenta pero firme agonía, con sus convulsiones, rechazos, recuperaciones y caídas, pero sin que nada afecte una tendencia o un destino inexorable.

La “decepción” en estas semanas de campaña, lo que frustró todas las especulaciones de los candidatos supuestamente ganadores, fue Sergio Massa, quien contra todo pronóstico no sólo está manteniendo su caudal de votos, sino que además parece ser el único dirigente que crece, aunque ese crecimiento no le permita ganar.

A favor de Massa, debe decirse que ha manifestado un excepcional temple político para librar una lucha en condiciones muy desfavorables. Según la lectura de los gurúes de moda, a Massa después de las deserciones de algunos intendentes no le quedaba otro destino que volverse a casa o resignarse a un papelón electoral con menos del diez por ciento de los votos. No fue así. Su gran acierto fue haber logrado que De la Sota lo acompañe y que Lavagna sume a la juventud del candidato su experiencia y su prestigio como economista. Massa es por otra parte el candidato que mejor expresa sus posiciones políticas y dice con más entusiasmo lo que mucha gente quiere oír. ¿Demagogia, irresponsabilidad, desparpajo por parte de quien sabe que no tiene esperanzas y por lo tanto puede decir lo que mejor le parezca? Puede ser, pero lo cierto es que su estrategia electoral le está dando buenos resultados, resultados que probablemente no le alcancen para ganar, pero sí para posicionarse después de las elecciones como el dirigente con mejor perfil político hacia el futuro.

Massa ha crecido en las última semanas, habla bien, se esfuerza por ser convincente, se presenta como el candidato que tiene cosas importantes para decir y hacer, pero a un observador atento no se le escapa que promete más de lo que podría realizar y muchas de las cosas que propone tiene más que ver con el marketing electoral y los buenos deseos que con posibilidades concretas de realizarse desde el poder. A su favor, puede decirse que todos los candidatos prometen más de lo posible y el más desaforado en la materia es el propio Scioli, quien habla, por ejemplo, de atraer inversiones por más de 30.000 millones, sin decir cómo o con quién lo va a hacer y qué precio estaríamos dispuestos a pagar por ello.

El que gane el 25 de octubre o el 25 de noviembre debe saber muy bien -espero que ya lo sepa- que después de los festejos vienen los problemas. Macri dispondrá de los consabidos cien días de gracia, pero luego el peronismo opositor se le vendrá encima con los botines de punta, un riesgo que los macristas conocen, pero aseguran que podrán conjurarlo como lo hicieron en su momento en ciudad de Buenos Aires. Ojalá sea así, pero una vez más advierto que la Argentina tiene algunas complicaciones más que la ciudad de Buenos Aires.

Scioli recibirá abrazos y palmadas, pero al otro día comenzará la lucha interna por definir quién será el titular del poder real. Por experiencia, sabemos que la lucha interna en el peronismo no es una pacífica asamblea de monjes de clausura o de damas de beneficencia. Puede que el estilo de Scioli y su flamante legitimidad pongan límites a los excesos, pero tratándose del peronismo todas las aprensiones están justificadas. No recuerdo en dónde leí que cuando dos elefantes se pelean, la única víctima es el pasto, es decir, nosotros.