Llegado el momento de la madurez cuando se puede cargar una escopeta

Llegado el momento de la madurez cuando se puede cargar una escopeta
 

Por Raúl Fedele

“La caza”, de Cecilia Maidana. Alción Editora. Córdoba, 2015.

Una niña (pero no es ella quien habla, evidentemente, no en su presente infantil) cuenta de sus ansias por ir a cazar con “Él”, y el dolor y el rencor en sólo poder ayudarlo a cargar sus cartuchos la soliviantan y la instigan a perfeccionar su carácter de “imaginista” que mira, oye y espía con los sentidos maravillados: “Una feria de poseídos y poseedores, con la pasión dispuesta a la agresividad, estímulo de mis sensaciones”. Con el paso del tiempo, sin embargo el ansia por transformarse en una buena tiradora mutará en la concepción de la caza como un enloquecido placer de matar.

En capítulos (¿fragmentos, estrofas, relatos?) breves, Cecilia Maidana cuenta esta historia de cazadores y víctimas, con un tono en el que lo cotidiano y lo contingente se asocia a lo mítico y lo sentencioso. Así, consideraciones sobre la condición femenina (“Una decía que era modelo de madre y abuela. Pero ser mujer es más difícil, no hay un modelo para eso”, o la razón por la cual “Él” odia estar en casa: “porque las mujeres joden con las rutinarias cosas que les mueven las hormonas”) no impiden que irrumpan otros momentos ligados a lo legendario (la historia del “felino fantasma”, la construcción de un Golem por parte del cura del pueblo) o lo fantástico (“¡Yo también cazaba!... Había cazado una viborita amorosa, que llevaba al colegio como una pulsera, nadie se daba cuenta, cuando los chicos en el recreo me molestaban, ella los mordía”).

Con un estilo escueto y despojado, Maidana introduce historias extraordinarias, como la llegada de un circo y como “Él” cambió al dueño, una enana por un cachorro de indio cazado en el monte (y cómo la enana morirá, muñeca despanzurrada, al explotar una garrafa durante la proyección de una película, lo que motiva un comentario general: “Murió como deseaba, en un escenario”). Y también personajes memorables, como el fotógrafo, bueno para cazar abstracciones pero no para enfrentar sin armas a un yaguareté; o el taxidermista que llega al lugar “como un oso a la miel”; o el mapache que llegó con los animales cazados haciéndose el muerto y logró su nada armoniosa adopción casera.

Las citas, los guiños, el humor tienen su espacio en estas páginas en las que no resulta aventurado, a partir de los datos de la autora (nació en La Gallareta, informa la solapa del libro) y de los que están desperdigados en el texto (el bosque, la fábrica desierta “contando su historia apestosa de tortura y abuso”, la presencia de ingleses e inmigrantes de remotas colonias inglesas) que estamos en las tierras de La Forestal. Chistes como: “El tartamudo del pueblo solía ir a cazar, el problema era que cuando disparaba su escopeta también tartamudeaba y lo que cazaba quedaba hecho trizas” recuerdan aquellos de Dickens en Pickwick sobre el cazador neófito a quien el guardabosque advierte: “Dentro de cinco minutos divisaremos sin duda otra bandada. Si el señor comienza a hacer fuego ahora, tal vez la carga salga a tiempo para cuando los pájaros pasen volando”. O estos otros consejos sobre los dos principales objetivos a alcanzar en la caza: “Primero, disparar el arma sin herirse a sí mismo, y segundo, hacerlo sin peligro para los demás”.

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Cecilia Maidana. Foto: Alfredo Herr