Un manual Dorrego
Un manual Dorrego

Manuel Dorrego. Dibujo de Lucas Cejas
Por Cecilia Romana
“Manuel Dorrego. Vida y muerte de un líder popular”, de Gabriel Di Meglio. Edhasa. Buenos Aires, 2014.
Gabriel Di Meglio pinta a Dorrego como Cándido López pintó la Guerra del Paraguay, es decir, desde un plano horizontal con perspectiva aérea. Su libro Manuel Dorrego. Vida y muerte de un líder popular, podría pasar por uno de esos cuadros que, llenos de detalles, están ordenados de manera tal que no existe la posibilidad de perderse mirándolos, ni de dejar de mirarlos. El prólogo es elocuente en ese sentido: el autor habla antes de las exequias de Dorrego que de su trágica muerte. Es que el fusilamiento del gobernador de Buenos Aires es famoso, como famoso es Lavalle por haberlo materializado y Salvador María del Carril por instigarlo. La mirada de Di Meglio, en cambio, arranca desde la contemporaneidad de una pérdida irreparable, del abatimiento de un Juan Manuel de Rosas irreconocible en su despedida porque lloraba ¡lloraba!, de la desazón de un pueblo que acompaña el cortejo, y que también llora. Es la instantánea del primer llanto colectivo de Buenos Aires. Después va a repetirse un par de veces Yrigoyen, Evita, pero ésta es la primera vez que ocurre, entonces, el historiador, como ese daguerrotipista que llevaba adentro el pintor Cándido López, capta la imagen y avanza desde el momento más alto y también el más verdadero, el más fiel a la realidad (si es que existe algo parecido a la realidad).
Manuel Dorrego tuvo una vida vertiginosa. Todo lo que hizo lo hizo apenas en 41 años. Dejó una carta a su esposa, un montón de anécdotas que se repiten una y otra vez en los manuales de historia, pero ¿quién fue este militar hijo de un portugués y una criolla? Sin duda, un agitador, un hombre que sabía perfectamente dónde reposaba el poder soberano de un país que todavía no existía: en la gente, en el pueblo. Un federal y un valiente que quizás, por joven, no tenía miedo de morirse y se murió igual.
Lo que permite la perspectiva aérea en un cuadro es la capacidad de ver la escena completa al mismo tiempo, como en un panóptico. Mirar desde arriba, sobrevolando, antes de detenerse en el detalle que llama la atención y a partir del que se trazará el romance de un hecho, el hilo de la narración, el instinto caprichoso de la lectura. Como Cándido López pintó los campos de batalla de Yatay o Curupaytí, con sus heridos, los combatientes de fusil en mano, o lanza, Gabriel Di Meglio traza el perfil de Dorrego a partir de la minuciosidad documental de su vida, pero no amontonando datos, sino contando: haciendo historia. En este libro están contenidas todas las biografías que se escribieron sobre Dorrego, están, en síntesis, las opiniones, los trazos, las cartas, la vida que delinearon los que lo conocieron y los que no. Con la rigurosidad del investigador que es, el historiador perfila una figura, crea un cuadro a partir de los claroscuros, fuera del lenguaje académico, en una narración que hila el acontecer de una existencia a partir de los detalles, con naturalidad y entusiasmo.
A Cándido López lo llamaron el “Manco de Curupaytí”. En 1866, en esa batalla, un casco de granada le despedazó la muñeca derecha. Intentó otros oficios y al borde de la miseria, en 1869, decidió aprender a pintar con la mano izquierda, porque había que sobrevivir.
La biografía que escribió Di Meglio sobre Dorrego, a 150 años de Curupaytí, es como un arrancar de cero: la revisión fundamentada, una mirada apaisada de documentalista, con el agregado de la narración posible, una forma de redecir lo que estaba dicho, una manera de mirar de vuelta al líder, sin romanticismo, sin atajos, sin prejuicios. Es como aprender a pintar de vuelta, con la otra mano, exigido. Manuel Dorrego, en todo caso, se merecía que lo reescribieran, de principio a fin, con otra mirada. Con una mano nueva.