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“El aroma del tiempo”

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“La persistencia de la memoria” (detalle), de Salvador Dalí.

 

Por Raúl Fedele

San Agustín, que supo que el tiempo era un esencial problema filosófico y existencial, dice que es imposible definirlo; se lo conoce interiormente pero no puede aferrárselo en conceptos, porque está hecho de no-ser y de un presente inestable que no se deja atrapar fuera de una supuesta anticipación del futuro o de una memoria inventiva del pasado. Pero más allá del fenómeno en sí mismo, el tiempo tiene otro tipo de duración, y es el que impone una civilización en un momento y lugar dado. El coreano (radicado en Berlín) Byung-Chul Han se dedica en El aroma del tiempo, a estudiar la situación del mundo occidental actual con respecto a este fenómeno que, como decía Borges, es nuestro dueño: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”.

Byung-Chul Han comienza con una constatación sorprendente: la crisis de hoy no pasa por la aceleración; la aceleración ha sido superada. Lo que en “la actualidad experimentamos como aceleración es sólo uno de los síntomas de la dispersión temporal”. Nuestro tiempo en realidad carecería de un ritmo ordenador: “no hay nada que rija el tiempo”.

En suma, “el tiempo pierde duración, perdurabilidad y sosiego. Donde la atención no puede crear un lazo duradero, surgen intervalos vacíos, que deben ser franqueados con lo drástico y lo excitante. De ahí, que el aburrimiento vaya de la mano con la ‘manía por lo sorprendente, lo que arrastra y ‘golpea’. La duración plena aleja ‘la intranquilidad del siempre ingenioso emprendimiento’”.

Es sorprendente cómo el tiempo pueda tener duraciones tan distintas. Han nos recuerda al gran novelista de la memoria, Marcel Proust y cómo, en los momentos de epifanía, al narrador de En busca del tiempo perdido se le concede “un poco de tiempo puro”, lo cual significa una liberación de las meras contingencias, y es allí donde el ensayista encuentra el título para su libro: “La estrategia de la duración de Proust permite sentir el aroma del tiempo. Presupone que la existencia es histórica, que uno tiene una trayectoria. El suyo es el aroma de la inminencia. Es interesante que el embriagador aroma del tiempo se despliegue en el aroma real. Está claro que el sentido del olfato es un órgano del recuerdo y del despertar. La mémoire involontaire también se activa mediante la experiencia táctil (La rigidez de la servilleta almidonada o los adoquines irregulares), acústica (el sonido de una cuchara sobre un plato) y visual (la visión de la torre de Martinville). Pero del recuerdo desatado por el olor y el sabor del té emana un aroma del tiempo especialmente intenso. Resucita el mundo de la infancia”.

Han saca conclusiones y preconiza la salvación en el arte de demorarse. Tras detenerse en las distintas concepciones de la acción, el pensar, el trabajar y el contemplar, asevera: “La vida ocupada, a la que le falta cualquier dimensión contemplativa, no es capaz de la amabilidad de lo bello. Se muestra como una producción y destrucción aceleradas. Consume el tiempo (...). La demora contemplativa concede tiempo. Da amplitud al Ser, que es algo más que estar activo. La vida gana tiempo y espacio, duración y amplitud, cuando recupera la capacidad contemplativa (...). Se podría reinterpretar pneumas, que significa tanto ‘respiración’ como ‘espíritu’. La democratización del trabajo debe ir seguida de una democratización del otium, para que aquélla no se convierta en la esclavitud de todos. Así dice Nietzsche: ‘Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie’”. Publicó Herder.