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“El sentido común y la política”

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José Nun. Foto: Archivo El Litoral

 

Por Julio Anselmi

El concepto de “sentido común” varía desde luego en el tiempo. Básicamente, hay dos modos esenciales de tratar ese concepto: como una facultad cognitiva que se les atribuye a todos los seres humanos (a todos los ciudadanos, si vamos a hablar en términos políticos) y como una construcción social de rasgos muy cambiantes en el tiempo y en el espacio. José Nun (quien fuera secretario de Cultura de la Nación entre 2004 y 2009) se ocupa en El sentido común y la política (que acaba de publicar el Fondo de Cultura Económica) de trazar un recorrido histórico para acercarse a una comprensión del sentido común como un factor ineludible en la constitución de una cultura, lo cual incide con relevancia en cualquier análisis político.

Partiendo de Aristóteles, y pasando por Gramsci, Hegel y hasta Bourdieu, Nun llega a estudiar el fenómeno en nuestro país, en capítulos donde se ocupa del peronismo, del populismo, y, finalmente, del menemismo.

“Tanto las elecciones periódicas mismas como la libertad de opinión y de prensa constituyeron los mayores límites concretos con que se topó el gobierno, lo cual explica los constantes y rabiosos ataques de Menem contra el periodismo”. Hasta allí llega el libro. Mucho más tendría que decir sobre estos ataques “constantes y rabiosos” en la década kirchnerista. Aunque algo agrega en la conclusión: “En el caso argentino, resulta notorio que el sistema político está muy lejos de satisfacer ésas y otras condiciones que harían más entendible que el gobierno haya hecho tanto alarde del 54% de los votos obtenidos en 2011, como si con eso le bastara para legitimarse. Es bien sabido que venimos de muchos años de dictaduras militares, de autoritarismos y de proscripciones que incidieron negativamente en el sentido común popular”.

Alfonsín no pudo completar su mandato, Menen declaró que “si les hubiera contado a sus seguidores lo que pensaba hacer, no lo habría votado nadie”, De la Rúa se fue en helicóptero antes de tiempo, siguieron las traumáticas crisis... “Es precisamente en contextos de semejante fragilidad que los principios de vuelven tanto o más importantes que los programas o las candidaturas. Reconstruir una ética pública exige una apelación auténtica y sostenida a esa virtud que para Montesquieu o Rousseau hace a la esencia de la democracia”. ¿Seremos capaces?