Recuerdos de una inmigrante

El 16 de octubre pasado se cumplieron 66 años de la partida del puerto de Barcelona, España, de la autora de estas líneas. Reflexiona sobre el desarraigo y la nostalgia que sintió, pero también deja un agradecimiento “a la Argentina y en especial a Santa Fe donde, a fuerza de trabajo y sacrificios, echamos raíces, por todo lo que nos brindó para llegar a formar la gran familia que hoy somos”.

TEXTOS Y FOTOS. JUANA PORTA TORRENT.

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El papá de la autora trabajaba en un auto-taxi en el centro de Barcelona.

 

Soy Juana Porta Torrent -para mis amigos “Juanita”- inmigrante española, para ser más precisa catalana. Nací en la ciudad de Barcelona, provincia de Barcelona, región de Catalunya. A través de estas líneas quiero reflejar recuerdos y vivencias de mi infancia y adolescencia en Barcelona, mi juventud y adultez en Santa Fe, las que -de no ser contadas- quedarán sepultadas en la marea del tiempo.

Mis padres, José Porta i Agulló y Juana Torrent i Torrent, nacidos en Menarguens, un pequeño pueblo de la provincia de Lleida en la Región de Catalunya. Él, de muy joven, se fue a la ciudad de Balaguer para trabajar como aprendiz en una panadería, después -con los conocimientos adquiridos- se trasladó a Barcelona y entró a trabajar en una confitería donde conoció a Isidro Marimón, quien luego sería su mejor amigo.

Mis “yayos” paternos fueron José Porta i Soler y Josefa Agulló i Sallard, nacidos en Menarguens, padres de siete hijos, de buena posición económica, dueños de una finca en Val Ilebrera, un pueblo cercano. Tenían viñedos y una pequeña bodega en la que vendían vino suelto de bordalesa. A esa finca la vendieron y se mudaron a Barcelona, donde compraron una panadería en la que trabajaban sus hijos, bajo la dirección de mi padre como oficial panadero.

Mis “yayos” maternos fueron José Torrent i Semis y Ramona Torrent i Agulló. Él era trabajador campesino y ella se dedicaba a la difícil tarea de ama de casa con siete hijos. Desde niña y hasta su adolescencia estuvo en un convento de monjas; poseía una vasta cultura, escribía y redactaba muy bien y es donde también aprendió las ciencias económicas que le permitirían defenderse en la vida, costura, bordados, tejidos y también a cocinar.

Mi madre, de muy joven, se fue a vivir a Barcelona, trabajó como doméstica, después fue a aprender a cocinar. Pudo emplearse como cocinera en casa de un matrimonio de muy buena posición económica.

Mi padre fue convocado, a los 22 años, a cumplir el servicio militar obligatorio en Melilla (África), de donde salió con el grado de cabo. Cuando regresó a Barcelona, su padre -que había vendido la panadería- lo ayudó con dinero para que se comprara un auto con el cual trabajó como taxista.

Mis padres se conocían del pueblo de donde eran oriundos. En una oportunidad se encontraron en el centro de Barcelona, mi madre haciendo compras y él trabajando con su taxi. A partir de ese día los encuentros fueron más frecuentes, se pusieron de novio y, al cabo de un año, el 3 de junio de 1934, se casaron. El primero y único hogar de mis padres en Barcelona fue un departamento en el barrio de Sanz, donde nací yo, el 13 de julio de 1935, y mi hermana Clara, el 7 de marzo de 1942.

INFINITOS RECUERDOS

Por una disposición del Ayuntamiento de Barcelona, los taxis tenían un día de descanso en la semana; a mi padre le tocaba los jueves, que para nosotras era el mejor día ya que toda la familia lo disfrutaba.

El taxi quedaba frente al departamento, a dos cuadras tomábamos el Metro hasta la Plaza de Catalunya, íbamos de paseo por la Rambla, almorzábamos fuera de casa, por la tarde íbamos al cine y en ocasiones a dos, uno a la matinée y en otro al familiar, en los que después del noticiero “Nodo”, se proyectaban tres películas y en los intervalos mi padre salía para fumar un cigarrillo y al regresar siempre nos traía alguna golosina, chocolates o helados.

Son muchos los recuerdos pero los más hermosos y felices de mi niñez se remontan al verano de 1941, cuando mi madre le recomendó a una prima que viajaba a Menarguens que me llevara a pasar unos días de vacaciones en casa de mi “yaya” Ramona, que había quedado viuda poco después de finalizada la guerra.

Ese verano conocí a mis primas y primos. En el pueblo hacía las cosas que no podía hacer en Barcelona como jugar en la calle, andar descalza, en carro y hasta en burro, al que en reunión de primos lo bautizamos “Peludo”. Disfruté la estadía a pleno hasta el día en que mis padres llegaron para regresar a Barcelona pues había que prepararse para el comienzo de un nuevo año escolar.

De mi “yaya” tengo muchos y gratos recuerdos. Cuando venía a Barcelona para pasar unos días en casa, por la noche se acostaba en mi cama, me enseñaba a rezar, me contaba historias bíblicas que yo escuchaba con mucha atención hasta que el sueño se apoderaba de mí.

En mis años de escolaridad frecuenté varias escuelas, una regenteada por monjas. Hice mis estudios secundarios en la “Academia Porta”. También estudié piano con “Amparito”, una señorita de 18 años que cursaba el profesorado de música de una academia cercana a la Rambla de Catalunya, a la cual yo iba cuando debía rendir los exámenes. Lamentablemente, Amparito falleció a causa de una enfermedad cuando no había cumplido los 19 años, lo cual me impactó emocionalmente por mucho tiempo. Continué mis estudios con el profesor Ginés, quien venía a nuestro departamento para darme las lecciones, que practicaba en el piano que mis padres tenían alquilado.

COMENZABA LA AVENTURA

Mis tíos Juan y Pedro, hermanos de papá, fueron los primeros en emigrar a Argentina, a través de una carta de llamada de sus tíos en Fives Lille (hoy Vera y Pintado), Fernando Guardia y Antonia Agulló Sallard, quienes se habían establecido en Santa Fe para trabajar.

Según le habían dicho sus hermanos él también tenía posibilidades ciertas de trabajo, por lo que a los 42 años tomó la decisión de emigrar con su familia a Argentina. El 16 de octubre de 1949 partimos del Puerto de Barcelona en el vapor “Cabo de Hornos”. En la dársena quedaban familiares y amigos que con sus pañuelos nos despedían hasta que los perdimos de vista; comenzaba la aventura.

Un marinero nos acompañó para alojarnos en el camarote, pero grande fue la sorpresa cuando nos ubican en uno de tercera clase donde estaban todas las mujeres y en el puente inferior todos los hombres. Nada que ver con lo que a mi padre le habían vendido en la agencia marítima de Barcelona.

A la hora de ir al comedor encontramos sobre las mesas las paneras rebosantes de pan blanco, ése que estuvo ausente de nuestra mesa familiar durante la guerra y mucho tiempo después ya que comíamos el pan negro de centeno.

Al viaje en barco lo tomamos como una aventura, no así mis padres que habían decidido emigrar en busca de trabajo y bienestar en un país con un futuro incierto. Al cabo de 21 días llegamos al Puerto de Buenos Aires, desembarcamos y fue muy emotivo encontrarnos con mi tío Pedro, que había venido a recibirnos. Trajimos tres baúles con ropas, un colchón y lo que aún conservo: el juego de platos y de cubiertos de casamiento de mis padres y la máquina de coser “Singer” del año 1933.

Por la noche partimos en un ómnibus de la Empresa Tata y llegamos a la vieja Estación Terminal de Ómnibus General Belgrano en las primeras horas de la mañana. Nos esperaba mi tío Juan, hermano de papá. Por la tarde debíamos continuar viaje hasta Fives Lille donde nos esperaba la familia Guardia.

Mi tío Juan nos obsequió para el viaje una caja de alfajores santafesinos, algo típico de la ciudad de Santa Fe, nos dijo. Partimos en un ómnibus de la empresa El Norte. Nuestros bártulos iban en el portaequipaje sobre el techo del ómnibus.

CALOR Y SACRIFICIO

Era noviembre, tiempo de sequía y el calor se hacía sentir. La ruta 11 estaba pavimentada hasta San Justo; más hacia el norte, camino de tierra. El ómnibus levantaba en su marcha el polvillo que subía hasta la altura de las ventanillas. En un momento nos propusimos probar los alfajores, lo que nos provocó tanta sed que recién pudimos saciar al llegar a destino: pasó mucho tiempo hasta que volvimos a comerlos.

El parador de la empresa en Fives Lille era en el bar y estación de servicios de Cándido Redondo y Natividad Guardia, los que enviaron la “carta de llamada” por la que se hacían responsables de nosotros en Argentina.

Por casi dos meses quedamos en esa localidad, donde pasamos nuestras primeras navidades en Argentina. También estuvimos en Colonia la Penca donde vivía Pedro Agulló, tío de papá.

En Fives Lille se enteró mi padre de que los Guardia lo habían recomendado para entrar a trabajar en la empresa de ómnibus El Norte, lo que al final no pudo ser porque los dueños consideraron que 42 años eran muchos para ese empleo. Consecuencia: empezó a buscar trabajo en Santa Fe, donde vivían sus hermanos Pedro y Juan; nosotras viajamos a Rosario para quedarnos unos días en casa de una tía de mamá, hermana de mi “yaya” Ramona; después a Córdoba donde vivía Juan Casals, un primo de mi “yaya”, quien gozaba de una buena posición económica.

Mi padre llegó a Córdoba para buscarnos y de paso pedirle a Juan Casals un préstamo para concretar la compra de un almacén que le habían ofrecido en Santa Fe, a lo que accedió. De regreso, con este dinero y el que había traído de Barcelona compró un pequeño almacén en el barrio Roma. En la parte de atrás, la casa tenía dos habitaciones, un comedor diario, una cocina y un patio al fondo con un baño, donde nos mudamos el 7 de marzo de 1950, día del cumpleaños de mi hermana Clara. Ese sería, por más de 10 años, nuestro primer hogar en Argentina.

Al comienzo todos nos ocupábamos de atender el almacén, después mi padre consiguió trabajo como repartidor de soda en la fábrica de Don Estanislao Orzechovsky. A fines de 1951 llegó al país otro hermano de papá, Mateo.

TRABAJO EN FAMILIA

Mi tío Juan era contador de la firma “Félix Almeida Consignatarios de Hacienda”, cuyos auditores eran del estudio económico financiero de los hermanos Prudencia y Gabriel Aguirre. Yo había cursado Secretariado comercial en la Escuela Sarmiento y estaba buscando trabajo. Cuando mi tío lo supo, le pidió al estudio que me tomaran a prueba. Tuve la oportunidad de ingresar el 1º de diciembre de 1952, cuando me presentaron a mis futuros compañeros, entre ellos a Juan Bautista Bulgarella.

A los 15 años mi hermana Clara entró a trabajar en “Casa Tía” (Tiendas Israelitas Argentinas), en San Martín 2168. Ambas, cuando volvíamos de nuestros trabajos, atendíamos el almacén mientras mi madre preparaba la comida para el almuerzo o la cena.

El negocio fue prosperando y nos permitió reunir el dinero para devolver a Juan Casal. No lo aceptó manifestando que era su regalo para la familia que estaba forjando su futuro. Ese dinero regalado sirvió para comprar una heladera eléctrica comercial, la primera del barrio.

Pasados dos años desde mi ingreso al estudio, mi compañero de trabajo Juan Bautista, el Negro, pasó a ser mi novio, mi esposo desde hace más de 55 años, y padre de nuestros cuatro hijos: Juan José, Luis Alberto, Guillermo Andrés y Esteban Pablo.

En 1961 mi padre vendió el almacén y -con su hermano Mateo- compró un bar en la esquina de la ex calle Paraguay y bulevar Pellegrini. Abría muy temprano atento a que los obreros de la Maestranza Municipal entraban a las 6. También era asiduo concurrente Carlos Monzón, mucho antes de ser campeón mundial, quien con sus amigos jugaba al billar o al truco mientras compartían unas copas.

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Licencia de conductor de José Porta, taxista, padre de la autora.

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José Porta i Agulló (primero de la izquierda) a los 22 años fue a cumplir el servicio militar obligatorio en Melilla (África).

VOLVER A VIVIR

Tuve la oportunidad de volver tres veces a Barcelona: en 1974 junto a mi esposo, 25 años después; a los 50 años, en 1999; y en 2004 con mi hermana Clara. Nos permitió visitar los lugares que de niña habíamos recorrido, lo que fue un volver a vivir.

También mis padres, en 1975, realizaron ese viaje soñado que les dio la oportunidad del reencuentro con sus seres queridos. Por esas cosas del destino, mi padre, a consecuencia de una corta enfermedad, falleció el 10 de junio de 1976.

En 1983 junto con mi hermana incursionamos en el sector del turismo, aleccionadas por mi esposo con título de “Idóneo de Turismo”. El 8 de octubre de ese año inauguramos la agencia “Barcelona Tour”, en la Galería Sol Garden y en homenaje a la ciudad donde nacimos. En el tiempo que transcurría entre la atención de la agencia y la dedicación a la familia, el 18 de diciembre de 1984 falleció nuestra madre de una larga enfermedad.

Nuestros hijos nos dieron nieve nietos: Cecilia María, Bruno Ignacio, Naín Santiago, Sofía, Valentina, Carmela, Nazaret María, Emanuel León y Martina Juanita Bulgarella, que hoy llenan de alegría y felicidad nuestro viejo hogar.

Con mi hermana Clara fundamos el “Casal de Catalunya de Santa Fe”, en 2004, gracias a la colaboración y apoyo del vie Cónsul de Esáña en Santa Fe, Gustavo Cueto, y también de todos aquellos que acudieron a nuestro llamado para ser asociados. Allí se fomenta el conocimiento del idioma, la historia, economía y el patrimonio cultural y artístico de Barcelona. Cuenta con talleres de teatro, baile regional y los grupos “Coral San jordi” y de “encaje a bolillo”, una artesanía que de niña me enseñó mi “yaya” Ramona. Junto con mi prima Dolores Torrent i Guiu, hija de Juan Torrent i Torrent, hermano de mamá, somos responsables de esta actividad, artesanía que le transmito a mis nietas para que perdure en el tiempo.

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Recuerdo del casamiento de los padres de la autora.