Pedrito Fóppoli, aquel grandote duro adentro y “buenazo” afuera de la cancha...

“Fui a Colón a salir campeón y terminé en silla de ruedas”

Llegó a Colón en 1988, cuando se armó un “equipazo” que tuvo un apoyo económico de la política, que luego se acabó. Una bacteria le atacó la cadera. “Sentía que tenía mil puñaladas y que me moría”, dijo en una entrevista exclusiva con El Litoral en Mendoza.

D6-A-P1020355.jpg

Con El Litoral. Pedro Fóppoli en Mendoza junto a El Litoral, rememorando aquél año en el cuál Colón armó un equipo con muchas figuras y el apoyo del entonces vicegobernador de la provincia. La gente lo quería. Foto: El Litoral

 

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a Mendoza)

No se ganaba a la gente por su técnica sino por su garra. Era un grandote al estilo de Mauro Laspada. Y llegó a Colón en un año muy particular, cuando el club ya llevaba varios años de frustraciones en el ascenso y se armó un plantel con estrellas y “bancado” políticamente de afuera. Muchos recuerdan la gravitación de Antonio Vanrell, por entonces vicegobernador de la provincia, en ese proyecto que trajo a Horacio Harguindeguy de entrenador y a figuras de la talla de Civarelli, Wirzt, Escobedo, Monti, Nicosia, Míguez, Gamarra, Wolheim y Chaparro, entre otros, a quiénes se sumaron Toledo, Godano, Javier López, Vera, Mozas, el Zurdo Verdirame y otros chicos que estaban en el club. Ese fue el plantel que terminó jugando la final con Unión y que debió padecer problemas económicos que lo fueron mermando, pero que tenía todo para conseguir el objetivo. Pedro Juan Fóppoli —de él se trata— se convirtió rápidamente en el caudillo de ese plantel, hasta que una bacteria, a mitad de la temporada, lo dejó afuera por un largo tiempo. Vive en Mendoza, tiene 56 años y mantiene muy frescos los recuerdos de Santa Fe y su paso por Colón, al que define como “lo mejor que me pasó en la vida”.

—¿Cómo arrancó todo, Pedro?

—Venía de jugar bien en Huracán, en un equipo que dirigía Viberti y que comparía con Bachino, Herrero, Barticciotto y Meriggi, entre otros, y me habían ofrecido quedarme, pero un intermediario me dijo que en Colón estaban armando un equipazo. No se equivocó. El día que presentaron el equipo había más de 3.000 personas, una locura. A partir de allí, jugábamos siempre a cancha llena.

—¿Lo conocías a Horacio Harguindeguy, el técnico?

—Sí, lo conocía. Y tuve la suerte de integrar un grupo muy sano, con algunos experimentados como Civarelli y Chaparro, más otro buen grupo con una edad media de 24 o 25 años y algunos pibes, como el caso de Sergio Verdirame, que era un fenómeno como jugador y como persona.

D6-D-1.jpg

En el clásico de 1988, el que terminó 2 a 2, Pedrito Fóppoli marcó el segundo gol de penal derrotando a Tognarelli. Lo pateó con furia. En la cancha no entraba un alfiler. Foto: Archivo El Litoral

—Tengo la impresión que siempre te costó un poco más que al resto...

—Tendría que escribir un libro... Lo mío fue todo sacrificio y voluntad. Yo pesaba 94 kilos, pero me dí el gusto acá en Mendoza de marcar al Búfalo Funes. En Newell’s me rechazaron por el físico, pero, ¿sabés lo que hacía...?

—Contáme...

—Me iba a entrenar solo, salía a correr y me enterraba en el campo en una tierra arada, hice mil cosas para jugar al fútbol. Pero aprendí muchas cosas en el potrero, como la intuición, saltar un segundo antes, anticiparme. Todo eso me permitió equiparar los problemas de mi físico grandote. Por ejemplo, en el Nacional del 81 jugué para Huracán de San Rafael y era el mismo torneo en el que jugaban Maradona, Kempes, Passarella. Una vez fuimos a jugar con Independiente a Avellaneda, entré en el segundo tiempo y perdíamos 4 a 0. Lo tenía que marcar a Alzamendi, que era una luz. Y me las arreglé.

—¿Te tenían respeto o miedo los rivales?

—Sin lastimar, buscaba siempre “achicarlo” al rival...

—Más de uno habrá pensado: “si me agarra este grandote me mata”...

—Nunca con intención, pero te admito que por ahí buscaba chocarlo de atrás y hacerle sentir el rigor de la marca.

—Estando en Santa Fe tuviste la mala suerte de contraer una enfermedad...

—Fue una bacteria que se me insertó en la cadera... No se lo deseo a nadie, pensé que me moría. Nunca más volví a ser el mismo. Si me operaba no podía jugar más, gracias a Dios eso no pasó. El último partido de ese año era con Maipú y ya venía mal en el micro, viajando de Santa Fe para acá. Chaparro me quiso dar un mate y le dije que no, porque me dolía el estómago. En el partido sentí un pinchazo, seguí jugando y luego del partido no me podía mover. Sentía que tenía mil puñaladas clavadas en la cadera. Fue tremendo, no me podían ni tocar, me llevaban arrastrándome con una sábana.

—¿Por qué no te operaron?

—Porque no alcanzó a infectar ni a comer el hueso, si no había que romper la cadera y no iba a jugar más al fútbol. Me salvaron los antibióticos que me dieron. No corrí riesgo de vida, pero yo creía que me moría. Me explicaron los médicos que en 25 años habían tenido sólo dos casos.

—Para un luchador como eras vos, que todo te costaba el doble, ¿qué fue esto?

—Nada, porque aprendí que todo lo que te pasa en la vida, te favorece, tanto sea lo bueno o lo malo. Me tuve que quedar en Mendoza porque estaba en sillas de ruedas. Fui a Colón a salir campeón y terminé en sillas de ruedas... Yo me endurecí sicológicamente de chico, me fui a los 15 años de mi casa a jugar... Mirá, mi viejo me inculcó muchas cosas, se murió a los 54 años y recuerdo que un día, golpeando de una piña la mesa, me dijo: “Pibe, para jugar al fútbol, tenés que tener corazón y temperamento”. Eso no me lo olvidé jamás... El quería que jugara en Boca.

D6-B-P1020354.jpg

“Para jugar al fútbol, me entrenaba enterrándome en el campo en la tierra arada. Era para suplir mis defectos técnicos por ser grandote”, cuenta Pedro Fóppoli. Foto: El Litoral

—¡Pavada de pretensiones el viejo...!

—Pero pude jugar en Buenos Aires y eso lo llenó antes de que se me fuera... Recuerdo de chico, cuando nos sentábamos a escuchar las transmisiones de Boca con el relato de José María Muñoz porque no había televisión. El había vivido desde el 48 al 52 en Buenos Aires y me contaba sus historias... Y después lo de Colón, que fue lo mejor que me pasó en la vida, pero sin representatividad.

—¿Cómo sin representatividad?, ¿qué es lo que querés decir?

—Que estaba solo... Recuerdo un partido, jugando para Huracán, que le ganamos a Defensa y Justicia. Hice un gol de tiro libre y me fui mirando el estadio y sin nadie que me estuviera esperando, no tenía ese “representante” que me esperara. En Santa Fe igual, solo...

—¿Tenés hijos?

—Sí, tres.

—¿Hiciste plata con el fútbol?

—No, para nada. Cometí errores, hice algunos malos negocios, no supe conservar el pequeño capital que estaba haciendo... En Huracán ganaba 1.000 dólares y ahora, en San Martín de San Juan, al mes o dos meses están con un 0 kilómetro... Para dedicarte a esta profesión, que es sangrienta, hay que dedicarse de lunes a lunes. Algunos dicen que el fútbol les dio todo y no es así, el jugador le da todo al fútbol. Y yo no quiero que el fútbol me saque todo. Es lo que más amo, pero no quiero que me quite la libertad de hacer lo que quiera con mi vida. Estoy trabajando con chicos, tratando de educar y enseñarles, trabajo en Las Heras y me encuentro con chicos que vienen mal de su casa y a veces se puede educar con el juego.

—¿Qué es lo que más te “jode” del fútbol?

—Que hay que dejar algunos valores de lado y conmigo eso no va. Por ejemplo, no me bancaría que por perder uno o dos partidos me digan que no sirvo... Se acaba la amistad, se acaban los códigos. Esto es un negocio y todos te obligan a entrar en el negocio.

—¿Tuviste representantes?

—Cuando metí 11 goles en un torneo de la B Nacional, con Maipú, recién ahí se enteraron que yo existía. Apareció un señor de nombre Héctor Simón, creo que tío de Juan, y él me propuso ir a Huracán y fue el que luego me llevó a Colón. Hoy, hasta los niños de 12 o 13 años tienen representantes y no les importa dejarlos tirado.

—¿Qué harías ahora que no hiciste antes?

—Jugaría más relajado, no con los dientes tan apretados. Hoy me siento dichoso porque no me interesa tanto el dinero, no me gobierna la vida. Soy peronista, he militado de grande, pero tampoco soy rebaño, ¿entendés?. No estoy sometido a que me corten la libertad ni que me quiten el tiempo por la militancia. Leí dos veces la doctrina de Perón y te digo que este gobierno tendrá errores, pero en lo social es muy parecido a lo que hizo Perón. Lo desvirtúa el ser humano.

D6-C-P1020360.jpg

En las calles mendocinas, con un hincha fanático de Huracán Las Heras. “Huracán es el equipo más popular que tiene Mendoza”, dice. Foto: El Litoral

Aquella morocha de la playa

“Ir al quincho de Chiquito a comer pescado y a caminar por la peatonal son los primeros recuerdos que me saltan a la memoria”, cuenta Pedrito Fóppoli cuando se le iluminan los ojos y afloran los recuerdos por lo vivido en Santa Fe. Pero tiene una anécdota que es imperdible.

—¿Es cierto que te gustaba ir a la playa?

—Iba bastante. Un día era la inauguración de la playa y fuimos con un par de compañeros, antes del entrenamiento. Había una morochita muy linda, me arrimé y me puse a charlar... Me hice el galán y estuve como 45 minutos charlando...

—Ah bien... ¿Y “ganaste”?

—¡Qué voy a ganar!... Yo no puedo tomar mucho sol, así que imagináte después de 45 minutos cómo estaba. Llegué al entrenamiento y mi cuerpo parecía fuego, estaba al rojo vivo, los muchachos me cargaban... La chica era muy bonita, me tuve que ir a entrenar con la piel incendiada y a la chica no la ví nunca más.

—¡Quedaste al rojo vivo en todo el sentido de la palabra...!

—¡Pero claro...! Y bueno, yo sé que al jugador de fútbol lo siguen mucho las chicas, pero en ese sentido me cuidé mucho. Mis salidas eran los lunes, nada más.

Se quedaron “a pata”

Colón, varado en la ruta

D6-E-20151101033253.jpg

De regreso tras la gran victoria del viernes, el plantel de Colón quedó varado en la ruta muy cerquita de Sa Pereira, a pocos kilómetros del arribo a Santa Fe. Mucha gente, enterada de la situación, se fue acercando a la ruta. Algunos jugadores, como Broun, “hicieron dedo” y regresaron a Santa Fe en la parte de atrás de una camioneta. Por lo que se vé, se lo tomaron con mucha calma y en un clima de alegría. Foto: El Litoral