Tribuna de opinión
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La esperanza de cambiar en alianza eficaz
Por Roberto Rodríguez Vagaría
Cuando hace más de dos años comenzamos, un puñado de radicales, a pensar una alianza o convergencia como Cambiemos, las voces dominantes usaban regla, compás y transportador para “poner límites” e ideologizar el Ludo y el mecano. Por su parte, desde el gobierno, su confusión permanente sobre el sistema democrático, les impidió comprender que pertenecen a la izquierda fascista -como el chavismo- y que encarnan la ineficiencia retórica. La peor: la hipnótica e irreal. Nada por aquí, porque no hay nada por allá, ni nada para dejar.
Hace tan solo un año, les propusimos a los amigos de la UCR y del PRO coincidir en profundidad y administrar la alianza en el modelo alemán de Oficina del Primer Ministro (Kamzerlamt), adaptada al presidencialismo, no por el modelo coyuntural de democristianos y socialdemócratas -que es programático consentido- sino por el antiguo, que dio origen a la alianza de democristianos con liberales y cristianos bávaros conservadores y sirvió, también, para la primera Gran Alianza.
Supera el sistema alemán a la Teoría de la Decisión de la Casa Blanca en el corazón del presidencialismo prestigioso de los EE.UU. La situación argentina es notoriamente distinta de la alianza chilena que gobierna o de la uruguaya y no está preñada de deshonestidad como la alianza brasileña gobernante.
Un caso inédito
Para los que se fascinan con las ideologías y las comparaciones y los ejemplos, Cambiemos se parece y mucho a la alianza permanente que se expresa en el Partido Demócrata de los EE.UU., que hoy lideran Obama-Clinton.
Porque expresan una gran corriente centrista norteamericana, con un ala dominada por los liberals de Clinton (variante socialdemócrata) y otra ala del nacionalismo industrialista de centro derecha capitaneada por los sindicatos y la patronal más tecnológica, acompañada por gente anónima y “soñadores”.
Los problemas de la Argentina, en cambio, son bien distintos a los de la región. A su vez, las coincidencias son bien fáciles tan sólo usando el sentido común para interpretar la Constitución y curar la economía con la “heterodoxidad” que clama esta realidad disfrazada para con la moneda, el campo, la industria, el comercio, la pobreza rampante, los trabajadores, los educadores y la educación, las policías y las FF.AA., el narcotráfico, el Poder Judicial, las producciones regionales, el federalismo sustentable. Desarrollo. Eficacia. Diálogos. Acuerdos. Firmeza y claridad en el marco de la ley.
Son evidentes las coincidencias entre Prat Gay-Frigerio (PRO), con González Fraga (UCR) y Lavagna (Renovadores). Los unen las prioridades y la obviedad.
Hay otros partidos opositores con menores coincidencias, pero, no menos verdades coadyuvantes.
Una alianza de gobierno se sostiene en el Congreso Nacional, pero no depende de quien presida la Cámara de Diputados, ni la vicepresida, sino del compromiso programático y del compromiso de impulsar e imponer proyectos que saque al país del dislate, el fracaso y la banalidad.
El éxito de los gobiernos provinciales de Cambiemos, con fórmulas compartidas y combinadas con massistas, no depende de la cantidad de ministros de un solo color, sino de la coparticipación federal más equitativa.
El gobierno nacional de Cambiemos necesita para su solidez y prestigio de uno o dos ministros con relumbrón propio, apartidario y respeto de la sociedad y que hayan sacado la cara por el cambio. Requiere un ministro por cada partido que hizo el esfuerzo fundador y el jefe de Gabinete debe ser de la más estrecha confianza, lealtad y entendimiento con el presidente de la República, porque es fusible por definición, porque “depende” del presidente, porque conduce la alianza de una posta a otra posta. El presidente, a su vez, lidera la alianza cuatro años.
¿Cómo se participa en este caso?
En cada ministerio, en el nivel del subsecretario se arma un pequeño consejo asesor con 3 ó 4 expertos de reconocida idoneidad porque representan a los partidos de la alianza, que aconsejan y mejoran proyectos del ministro que no es de sus partidos y a su petición. Reuniéndose 2 o 3 veces por semana sin obturar la agenda normal del subsecretario y sin discutir con el ministro, salvo, que este “baje” a la sala de reuniones.
Así fue, cuando Francois Mitterrand unió a la izquierda en Francia; y luego, Chirac el arco gaullista, por ejemplo.
Raúl Alfonsín lo hizo solo con un consejo para modificar la Constitución, que multiplicó opiniones participativas en otros temas, también.
El sistema alemán del Kanzerlamt permite administrar la alianza desde la oficina del presidente. No confundir con la Secretaría General, ni con la Unidad Presidencial.
Hay una paradoja que se debe admitir y presenta una tolerable tensión. Ya lo hemos dicho: “Una alianza disminuye el liderazgo excluyente del presidente, por definición. Menor liderazgo a cambio de mayor eficacia. Eso es clave”.
De los dos tipos de oficinas que proponemos como necesarias, la presidencial reproduce en la intimidad del presidente el Gabinete de Ministros. Se crea para observarlo, controlar sólo su gestión y mantener la iniciativa política del presidente. Sin iniciativas no hay liderazgo posible. Allí se coordina toda la información que hay sobre las metas ministeriales previstas, el avance de las gestiones, los estancamientos, y renueva diariamente un informe matutino para el presidente. Todo gestionado cuidadosamente, con respeto esencial. Es menos ideológico que de discreción máxima, técnico, fiel, para que sea el ojo del presidente y después, la base de sus palabras.
Es una herramienta fundamental para una alianza, su contralor y coherencia, su compromiso y su buena fe.
La gente, los votantes, ya impusieron el “programa tácito”, porque saben que proponen las tradiciones y las posturas de sus partidos, conocen las limitaciones que surgen de las entrañas de un 2015 en crisis dura. Ya parecido al albor de 2001.
No todo se puede cambiar de cuajo, tirado por la ventana y derogado con buenas razones, porque un país no puede funcionar a los bandazos. Todo se puede mejorar. Pero está claro que el mandato es cambiar para mejorar y superar la dicotomía entre lo malo y lo bueno, para elegir lo mejor, que es lo que votó el pueblo: una síntesis de toda la oposición, presidida por Mauricio Macri y motorizada en clave de alianza y compromiso.
Está claro que el mandato es cambiar para mejorar y superar la dicotomía entre lo malo y lo bueno, para elegir lo mejor...