De domingo a domingo

ROTUNDO CAMBIO DE CICLO: POR CONVICCIÓN Y NECESIDAD

Por Hugo E. Grimaldi

DyN

La última incursión mediática de Cristina Fernández, ya ciudadana, tuvo lugar a bordo de un avión de la línea de bandera nacional que la iba a llevar a Río Gallegos, el 10 de diciembre. Después de que la despidieran las cámaras de la TV amiga, armó allí un último acting para periodistas, familiares, amigos y pasajeros genuinos y de los otros, con caniche toy incluido. Probablemente le haya hecho bien a su espíritu la “fiestita” que se hizo organizar el día 9, porque antes del decolaje se mostró sonriente y pareció que estaba anímicamente mejor y saliendo de su último gran berrinche, cuando era presidenta, el mismo que la llevó a pinchar la pelota cuando estaba perdiendo el partido y que le impidió mostrarse como una demócrata que llevaba a la práctica sus propias apelaciones sobre la soberanía popular. Cuentan los presentes que hubo aplausos, cuchicheos y, para no perder la costumbre, le dio consejos a la prensa. A las tres y pico de la tarde el Boeing carreteó hacia el Sur.

Cambiamos

Cuando unas tres horas y media antes, Mauricio Macri, el nuevo presidente de la Nación, dijo “juro” ante la Asamblea Legislativa, el concepto de país dio un giro copernicano. Había por entonces muy poca gente en la plaza de los Dos Congresos, la primera cadena nacional del nuevo gobierno ya era una realidad y en el recinto de los diputados estaban reunidos los representantes del pueblo y los de las provincias, aunque no todos, porque la intransigencia kirchnerista hizo un último papelón vaciando cerca de 80 bancas, como última ofrenda a la poco democrática negación de la realidad. Sin embargo, algunos peronistas más lúcidos estuvieron presentes y sobre todo varios gobernadores, algunos ultra K hasta un rato antes, quienes decidieron no prestarle atención al llamado a la división que partió desde la Casa Rosada porque o están muy preocupados por la situación en que están sus provincias o porque los del Norte quieren mojar el pancito en el futuro Plan Belgrano o porque realmente creen en el respeto a la voluntad de la ciudadanía.

Por más que la Justicia haya expresado su parecer sobre el final del mandato en la medianoche del día anterior, dándole a la ex presidenta la posibilidad de presentarse como Cenicienta (que en el cuento quedó en harapos y nunca se transformó en calabaza), y que el interinato de Federico Pinedo haya servido más para las bromas que para cubrir constitucionalmente el bache, en el imaginario popular la emocionada promesa de Macri significó mucho más que una ceremonia. Más allá de que la aparición de un presidente que no es peronista ni radical (aunque es un poco de todo) resulta ser toda una novedad para la historia, fue en el momento exacto del juramento cuando la Argentina dejó atrás doce años de convulsión de los espíritus, en el que cada cosa que los gobernantes hacían (o decían que hacían) era más para darle lustre a la gestión que para beneficio del conjunto, para pasar a gozar, ya se verá por cuánto, de un aire diferente.

El discurso del nuevo presidente no sólo fue para presentarse y para reconfirmar algunas cosas de la campaña electoral o para sentar las bases de un nuevo tono comunicacional, sino que expresó otras cosas bien profundas de su propia visión, datos que sirvieron para marcar algunos ejes centrales del gobierno que comienza, medidos en valores totalmente distintos a los que tenía el que ya no está.

En esa primera alocución, el populismo individualista, autoritario y desintegrador fue declarado muerto y sólo se escuchó hablar de equipos de trabajo, de unidad, de democracia, de libertad y de justicia social. Es verdad que no hubo anuncios y que no correspondía quizás que los hubiera habido porque ya habrá tiempo de dar a conocer planes de mayor aliento cuando comience el nuevo período legislativo y pasen las inevitables turbulencias que han comenzado a verificarse en materia económica, pero Macri no dejó pasar la oportunidad para marcar cuáles van a ser los pilares de su gobierno y para dar señales y mensajes bien evidentes sobre lo que pasó en la última docena de años y la diferencia con lo que vendrá. Sobre la propuesta que votó el electorado, el Presidente recordó que “está basada en tres ideas centrales: pobreza-cero, derrotar el narcotráfico y unir a los argentinos”. Ni el Papa podría haberlo expresado mejor, ya que han sido múltiples sus referencias universales a estos tres temas, más allá de las prédicas constantes de los obispos al respecto. De allí, que no se entiende cómo, hasta el momento, Francisco no le ha hecho llegar siquiera una salutación personal a quien es el nuevo presidente de su país.

Pasado y futuro

Macri marcó ese mediodía en varias frases una serie de críticas bien manifiestas, dedicadas al gobierno anterior: sobre las estadísticas (precios, pobreza, etc.): “Esconder y mentir sobre nuestra realidad es una práctica que nos ha hecho mucho, pero mucho daño”; sobre la corrupción: “Voy a ser implacable con todos aquellos que de cualquier partido o filiación política, sean propios o ajenos, dejen de cumplir lo que señala la Ley. No habrá tolerancia con esas prácticas abusivas y no hay principio ideológico que pueda justificarlas. Los bienes de la Argentina son para todos los argentinos y no para el uso incorrecto de los funcionarios”; sobre los líderes populistas y mesiánicos: “Sabemos que no somos infalibles”.

Y para adelante, trazó varios caminos, también totalmente distintos a los que ya eran conocidos de memoria como marca registrada del populismo kirchnerista: sobre la Justicia: “En nuestro gobierno no habrá jueces macristas. No existe justicia ni democracia sin justicia independiente”; sobre política exterior: “Creemos en la unidad y la cooperación de América latina y del mundo, en el fortalecimiento de la democracia como única posibilidad de resolver los problemas de sociedades diversas. Es necesario superar el tiempo de la confrontación”; sobre el diálogo: “Convoco a todos a aprender el arte del acuerdo”. En relación a este tema, cuando mencionó a Arturo Frondizi lo hizo con un textual del discurso que éste había hecho en el mismo lugar cuando asumió la Presidencia, del que aprovechó un párrafo sobre los consensos que reforzaba sus argumentos: “por su magnitud, el desafío que nos aguarda no es cosa de una persona ni de un grupo de personas, es tarea de todo el pueblo argentino e implica también una responsabilidad compartida por todos”, recordó.

Estado y mercado

Desde el macrismo se insiste en que la propuesta del Presidente busca no caer ni en los vicios del neoliberalismo que impulsó el “todo mercado” en los años ‘90, ni en los del kirchnerismo que llevó el péndulo al “todo Estado”, seguramente porque ambos procesos terminaron con traumas. En ese sentido, el Presidente entiende que el desarrollismo ligado al crecimiento y al progreso individual y social, algo que él abraza desde siempre, podría llegar a ser la amalgama ideal para converger en un camino que no pondere en demasía ni se lleve puesto a ninguno de aquellos dos tan necesarios factores. Y en esta línea, aunque Macri dejó de lado la cita, hay que reparar que, en aquel discurso de 1958, Frondizi había completado el pensamiento con algo que de ahora en más será medular para el recorrido de la nueva administración: “nadie debe esperar que todo provenga del Gobierno. El Poder Ejecutivo cumplirá su parte, prestando la ayuda que sea necesaria y estimulando la acción de las fuerzas creadoras que residen únicamente en el seno del pueblo”, había expresado el ex presidente.

Otro hito fue la mención que el nuevo mandatario hizo a sus rivales en las últimas elecciones, a quienes saludó “especialmente” y nombró uno por uno: “estamos unidos por la vocación democrática y por el sueño de ver una Argentina desarrollada. Sé que estamos más juntos que distantes”, les dijo. Todos ellos, salvo Nicolás del Caño, retribuyeron el gesto asistiendo el viernes a una cita individual en la Casa de Gobierno. Un día después, el Presidente se reunió con todos los gobernadores en Olivos, con una propuesta que, a la luz de los años de incumplimiento, parece revolucionaria: avanzar de una vez hacia una nueva Ley de Coparticipación, tal como lo ordenó la Constitución de 1994, un reparto no discrecional de fondos que le quite a la provincias el yugo unitario de la Nación. Sin embargo, la urgencia de caja de muchas provincias y la falta de datos que aún tiene el nuevo gobierno pospusieron tan loable iniciativa.

Macri fue el primero que predicó con el ejemplo aquello que pidió en su discurso y el solo hecho de escuchar a todos, algo ya olvidado en la política argentina, resultó ser un soplo de aire fresco. Claro está que ninguna de todas estas reuniones han sido ingenuas, ya que se inscriben en la necesidad objetiva que tiene el nuevo gobierno de conformar mayorías parlamentarias para que el Congreso funcione sin ponerle demasiados palos en la rueda al nuevo Ejecutivo, sobre todo en temas económicos durante los dos primeros años, por lo menos.

Los flamantes funcionarios creen en que el espíritu de diálogo se va a plasmar en acuerdos legislativos, sobre todo en la Cámara Alta, donde el oficialismo no tiene número y en donde los senadores son siempre espadas directas de los gobernadores. En Diputados, el macrismo confía en que el núcleo duro kirchnerista quedará reducido a un número de 30 a 40 legisladores y que el peronismo ayudará a sancionar esas leyes. Al fin y al cabo, siempre recuerdan en el PRO, que así gobernó el Jefe de Gobierno la Ciudad de Buenos Aires durante ocho años y que sacó por consenso muchas leyes, acompañado en varias oportunidades por el mismísimo bloque kirchnerista.

Cuando Macri terminó su discurso el jueves, las calles ya estaban llenas de personas que, pese al calor del mediodía, caminaron hacia la Plaza de Mayo y casi la llenaron. No fue ni mejor ni peor que lo que había sucedido la tarde anterior, con un elemento en común que fue la ausencia de incidentes y con una diferencia esencial en cuanto a reconocer los logros del pasado y a mirar con esperanza hacia el futuro. Es lo que viene.

Fue en el momento exacto del juramento cuando la Argentina dejó atrás doce años de convulsión de los espíritus, en el que cada cosa que los gobernantes hacían (o decían que hacían) era más para darle lustre a la gestión que para beneficio del conjunto.