PRELUDIO DE TANGO
PRELUDIO DE TANGO
Osvaldo Piro

Manuel Adet
Un viejo amigo de la infancia (a esta altura del partido los amigos de la infancia son siempre viejos) me regaló hace una pila de años un long play de Osvaldo Piro. Se llamaba “Disonante”, había sido editado por el sello Alinicki y contaba, como carta de presentación, con un texto de Aníbal Troilo. Fue la primera vez que tuve noticias de Osvaldo Piro y, como pude apreciar esa misma noche, eran muy buenas noticias, porque el disco, dirigido por un muchacho que aún no había cumplido los treinta años, era excelente.
Después llegaron más noticias, algunas musicales, otras sociales. Musicales, porque para 1965 formó su propia orquesta con debut incluido en Radio Belgrano; sociales, porque en esos años se casó con Susana Rinaldi, dato que pude corroborar no sólo por la habitual chismografía de la farándula de entonces, sino porque en uno de esos veranos de aquellos tiempos tuve la oportunidad de verlos actuar —disfrutar sería la palabra exacta- en el mítico local marplatense conocido como “Magoya”, un lugar en el que en otras ocasiones reconocí a Raúl Lavié y Jorge Sobral, espectáculos que en los años sesenta Mar del Plata, la Ciudad Feliz, brindaba con una generosidad que hoy se extraña. En lo que nos atañe, la pareja tanguera de Rinaldi y Piro fue toda una agradable novedad, novedad que, como todas las cosas buenas de la vida, no duró mucho.
La orquesta de Piro llegó a ser una de las de más larga duración en el ambiente del dos por cuatro. Si la memoria no me falla, no hace mucho tiempo cumplió sus primeros cincuenta años en los escenarios. En sus inicios estuvo integrada por Raúl Salvetti, Oscar Malvestitti, Alejandro Prevignano y el propio Piro en la línea de bandoneones; Mario Grassi y Ricardo Buonvincino en violines; Néstor Paniuk con viola; Enrique González en violoncello; Oscar Palermo en piano; Osvaldo Aulicino en bajo y Eduardo Salgado como solista. A propósito del cantor, según mis informantes, el que tuvo destacada pero breve actuación en la orquesta fue Carlos Nogués. Y digo breve porque el caballero será convocado por Héctor Varela para reemplazar al santiagueño Argentino Ledesma.
No hace muchos años, y gracias a las gestiones de mi amigo Américo Tatián, tuve la oportunidad de entrevistarlo por la radio. El hombre entonces dirigía la Orquesta Provincial de Tango de la provincia de Córdoba. Hablamos de tango por supuesto. En algún momento le pregunté por Piazzolla y me respondió: “A Piazzolla los tangueros le debemos algo muy importante: nos obligó a ponernos a estudiar música en serio”.
En realidad, Osvaldo Carlos Piro siempre estudió música en serio, exigencia que inició cuando aún tenía pantalones cortos. Los primeros pasos los dio con el maestro Félix Cordisco; después vino Domingo Mattio, músico exclusivo de Pichuco. Ya más crecido, estudió armonía con Pedro Rubione y Julio Nistel y, como para darle un toque existencial a la cosa, indagó en la filosofía de la música con el profesor Juan Francisco Giacobbe.
Como se podrá apreciar, el hombre siempre se preocupó por estudiar y reflexionar acerca de su arte. Lo hizo con empeño y talento. Piro nació en el barrio de La Paternal, el mismo de Osvaldo Fresedo, en enero de 1937. A los quince años ya estaba en la orquesta del maestro Ricardo Padevilla. Después viene su etapa con Orlando Gobbi —si mal no recuerdo, los cantantes de ese tiempo eran Jorge Maciel y Carlos Almada- con quien se va a quedar unos cuantos años; y una temporada digna con Fulvio Salamanca, un músico que merecería más reconocimientos, porque fue muy bueno y lo fue, como dicen algunos hombres malos, a pesar de su pasaje por la orquesta de Juan D’Arienzo.
Luego llegan los grandes reconocimientos y sus actuaciones en los grandes espectáculos de la noche tanguera. Al respecto, merece mencionarse su presencia en “Séptima noche”, el programa de radio dirigido por el Negro Hugo Guerrero Marthineitz. En 1968 recibe la Palma de Oro en la Falda, ya constituida como capital tanguera de la Argentina, algo así como el contrapunto tanguero a Cosquín.
Para esa época produce dos long plays editados por la empresa Philips. Allí se destacan temas de singular calidad: “Negroide”, “Será una noche”, “Camandulaje”, “Adiós Nonino” y “Azul noche”, este último de su autoría, a criterio de la crítica, uno de sus grandes logros creativos, junto con “Octubre”.
Como no podía ser de otra manera, en los años setenta Piro es una presencia destacada en “Viejo Almacén”, “Michelángelo” y “Caño 14”. En 1984 lo encontramos en Francia, con participación destacada en el festival de Arles en Toulousse, la ciudad de Gardel, y en la célebre “Trottoirs de Buenos Aires” en París. Presentaciones luego en locales y teatros de Alemania, Holanda, Italia, Madrid y Londres.
Para 1988 otra vez en su Buenos Aires querido. En la ocasión con un local propio en San Telmo y presentando su conjunto “Ensamble 9”. Destacada mención merece su grabación en el sello Melopea. Se trata de “Romance de abril”, un compacto que cuenta con la participación de Julián Plaza y Eladia Blázquez. En 1994 es designado director de la Orquesta Nacional de Música Argentina “Juan de Dios Filiberto”.
Ya para entonces hace rato que la crítica y el gran público lo consideran un maestro consagrado. Precisamente, y en sintonía con ese prestigio tan bien ganado, en 1996 es declarado ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires. En 1998 acompaña al presidente de la nación en sus giras a Francia y Japón. Allí actúa a toda orquesta en el Anfiteatro de la Sorbona y en el Napesio Sun Plaza Hall de Tokio.
El escritor Ricardo García Blaya dijo de Piro: “Su bandoneón respira barrio, transmite el perfume de patios con glicinas, sonidos de potreros y de café con estaño. Pero también nos revela su música la ciudad de asfalto y cemento, sus calles alborotadas, el ruido de los automóviles, el rumor de los laburantes, el voceo de los vendedores callejeros y el silencio de las plazas”. Cuando el juicio se expresa con sabiduría y belleza, es muy difícil no estar de acuerdo.