De nuestra historia

Lola Mora, la primera escultora latinoamericana

15-LOLAMORA.jpg
 

Por Juan Pablo Bustos Thames

Dolores Candelaria Mora Vega, más conocida como Lola Mora, nació el 17 de noviembre de 1866. Hasta el día de hoy es controvertido su lugar de nacimiento. Su cuna está disputada entre las provincias de Tucumán y Salta. Los salteños alegan que nació en El Tala, departamento de La Candelaria, una localidad del sur de esa provincia próxima al límite con Tucumán donde vivían sus padres: un tucumano (Romualdo Alejandro Mora Mora) y una salteña (Regina Vega Sardina).

Los tucumanos se basan en que fue bautizada en Trancas, cabecera del departamento del mismo nombre, en el norte de esa provincia; y que ella siempre se reconoció tucumana; provincia que, a la postre, alberga sus restos.

Parece que su papá era hijo de dos primos, Romualdo Mora Moure y Dolores Mora; quienes obtuvieron una dispensa por parentesco “eventual” de segundo grado ad cautelam, cuando se casaron en la actual catedral de San Miguel de Tucumán el 29 de agosto de 1834.

Romualdo Alejandro nació el 27 de febrero de 1835 en Tucumán. Parece que los primos ya tenían otra hija, habida antes del matrimonio (hacia 1830), llamada Ángela Mora Mora; quien sería la tía que cuidaría de Lola, más adelante.

Quizás por motivos laborales en 1857, a los veintidós años, Romualdo Alejandro se trasladó desde su Tucumán natal a la zona de Río del Tala, en la vecina provincia de Salta. Allí conoció a Regina Vega Sardina, hija de un estanciero de la zona que tenía por entonces diecinueve años.

Los padres de Lola se casaron el 16 de marzo de 1859 en la parroquia de San Joaquín de las Trancas. De esa unión nacieron siete vástagos: cuatro mujeres y tres varones. Otros dicen que había un varón y una mujer más, entre los hermanos de la futura escultora. Lola fue la tercera hija del matrimonio. Después de vivir once años en el pueblecito de El Tala, sus padres decidieron mudarse a la más importante ciudad de San Miguel de Tucumán, para darles a sus hijos una mejor educación.

Hacia 1874, a la edad de siete, Lola asistió al prestigioso Colegio Sarmiento; donde destacó como excelente alumna. Durante septiembre de 1885, con diferencia de días, fallecen sus dos padres y la numerosa prole de los Mora Vega queda huérfana. Lola tenía dieciocho años. Días después, Paula, su hermana mayor, se casa con el ingeniero alemán Guillermo Rucker. Entre Rucker y la tía paterna Ángela Mora se harán cargo del cuidado y manutención de los huérfanos.

El arte del retrato

En 1887 arriba a Tucumán el pintor italiano Santiago Falcucci para dar clases de su arte en el Colegio Nacional, la Escuela Normal y la Academia Provincial de Bellas Artes de esa ciudad. Falcucci era diez años mayor que Lola; quien fascinada por el maravilloso mundo que se abría ante sí, tomaba clases particulares del maestro. Así se inició en pintura, dibujo y retrato. De Falcucci, Lola aprendería el neoclasicismo y el romanticismo italiano, que la caracterizó toda su vida. Su maestro le reconocía un especial talento y disciplina en su arte.

Motivada por lo que iba aprendiendo, Lola retrata a las personalidades de la sociedad tucumana de entonces. Empresarios, políticos y autoridades se ven retratados magníficamente por la joven artista. Desde allí aprenderá a relacionarse con el poder. Lola entendía que la única manera de financiar sus obras era mediante encargos de los gobiernos de turno.

Animada por el éxito de su estrategia, retrata al gobernador de Salta, Delfín Leguizamón, en una obra al carbón. El propósito de Lola era que el mandatario influenciara a favor de los Mora en un litigio que éstos mantenían en esa provincia. Su trabajo resultó tan perfecto, que su maestro Falcucci dirá: “Era la copia de una fotografía, pero tenía todo de propio de individual en la factura”.

En 1892 la Sociedad de Beneficencia de Tucumán organiza una kermese, con motivo de celebrarse el IV Centenario del Descubrimiento de América. Lola aprovecha la ocasión para realizar una “Exposición en Miniatura”, con bastante suceso. Por entonces era raro que las mujeres se volcaran a las artes, máxime con tanto talento y estética como lo hacía esta joven, y con un empuje inusitado.

Dos años después, en ocasión de los festejos del 9 de julio de 1894, Lola pintó una colección de veinte retratos en carbonilla de los gobernadores tucumanos, desde 1853. Su iniciativa resultó un éxito. El diario El Orden encomió su trabajo: “Es la obra quizás de más aliento de cuantas se han llevado a la exposición...Muchos de ellos son algo más que un retrato, son verdaderas cabezas de estudio, de franca y valiente ejecución”. La Legislatura de la provincia adquirió sus obras en cinco mil pesos, con el aval del gobernador Agustín S. Sal. La estrategia de Lola empezaba a rendir sus frutos. Las famosas carbonillas de Lola Mora se conservan hasta el día de hoy en el Museo Histórico Dr. Nicolás Avellaneda.

Así, Lola se había transformado en toda una celebridad en Tucumán. Tal vez creyendo que allí había alcanzado su techo, en julio de 1895 viajó a Buenos Aires en busca de una beca que otorgaba la Sociedad Estímulo de Bellas Artes para perfeccionar sus estudios en Europa. El 3 de Octubre de 1896, el presidente José Evaristo Uriburu, salteño, le concedió a “Dolores C. Mora, durante dos años, la subvención mensual de cien pesos oro, para que perfeccione sus estudios de pintura en Europa”.

Becada a Europa

Satisfecha con haber alcanzado su propósito, al año siguiente se instaló en Roma; donde fue aceptada como pupila por el reconocido pintor Francesco Paolo Michetti. Allí conoció también al escultor Giulio Monteverde, considerado, entonces, como el nuevo Miguel Ángel. Entusiasmada con el nuevo mundo de la escultura que se le presentaba, le pidió que la aceptara, también, como alumna suya. Lola Mora había encontrado, finalmente, su vocación. En poquísimos meses progresó de tal modo que su nuevo maestro le aconsejó dedicarse exclusivamente a la escultura. Convencida, la artista abandonó, para siempre, la pintura. Ello ocasionó que el gobierno argentino le suspendiera la beca que se le había concedido para estudiar pintura.

Apremiada por ese contratiempo, para sobrevivir la artista vende obras en Italia. Al poco tiempo sus admiradores operan para que se le conceda una nueva beca. Lola se inserta naturalmente en los círculos artísticos y culturales de Roma, donde es muy respetada. El corresponsal del diario La Nación, Ettore Mosca, la visita en su taller, en 1899 y publica que vio dos extraordinarios bustos, en yeso, de los presidentes Roca y Pellegrini; así como el diseño de un altorrelieve de 4,50 m. de ancho por 4 m. de alto que representaba al Congreso de Tucumán. También revela que la escultura de un autorretrato de la artista, de mármol de carrara, exhibida en la Exposición de París, había ganado una medalla de oro. La prensa argentina empieza a publicar sobre sus trabajos y frecuentes viajes por Europa, así como sobre sus exposiciones y premios recibidos.

Una gran escultora

Luego de tres años de ausencia, Lola retorna a la Argentina en 1900, con un prestigio ganado y con el ánimo de negociar con el gobierno el encargo de un sinnúmero de esculturas. Tucumán le encarga una estatua de uno de sus hijos más notables: Juan Bautista Alberdi. Lola ofrece a la municipalidad porteña su obra más famosa: la Fuente de las Nereidas (un magnífico grupo escultórico con reminiscencias mitológicas romanas). La idea de Lola era situarla en la Plaza de Mayo. También acordó con Salta la fundición de estatuas y relieves conmemorativos para el Monumento del 20 de Febrero. De inmediato retorna a Roma y pone manos a la obra.

En agosto de 1902 regresa a Buenos Aires con los bloques de la fuente embalados. Cuando se descubren estatuas desnudas que la conformaban estalla el escándalo. Muchos la consideraban inapropiada para instalarla enfrente de la Catedral metropolitana. Para acallar a los descontentos, hubo que emplazarla en el entonces “Paseo de Julio” (intersección de las actuales Leandro N. Alem y Juan D. Perón). El ex presidente Bartolomé Mitre visitó las obras en las que la artista, con sus ayudantes, montaban la monumental escultura. La hermosa fuente se inauguró el 21 de mayo de 1903 en presencia de una muchedumbre que, curiosa, quería contemplar de primera mano la “fuente del escándalo”. Ante el público se representaba el nacimiento de Venus (mujer nacida de las aguas), que surgía con gracia de una ostra marina, sostenida por dos Nereidas (reconocibles por tener escamas en sus muslos, que terminan en colas de pez, enroscadas en una roca). El intendente Alberto Casares, el ministro del Interior Joaquín V. González, el paisajista francés Carlos Thays y el pintor Ernesto de la Cárcova estaban entre los asistentes. (Continuará)