En Siria

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Damasco. Patio de la Mezquita de los Omeyas.

Arrancamos esta segunda etapa del viaje y nuestra primera estancia fue detenernos por largo rato para recorrer la impecable, magnifica construcción del Castillo-Fortaleza edificado por voluntad de los “Cruzados”.

 

TEXTO. DOMINGO SAHDA.

En la frontera entre Jordania y Siria despedimos a nuestro cordial guía. Del otro lado nos esperaba otro, Yasser, quien con gesto amigable y ceremonioso se presentó como tal.

Estábamos en el “Crack des Chevaliers” (El Castillo de los Cruzados), punto de reclutamiento y adiestramiento de los voluntarios en la Reconquista de Tierra Santa en su lucha contra el Imperio Turco que dominaba toda la región.

Las fortificaciones eran imponentes y dominaban el horizonte desde lo alto de la colina. Eran todo un símbolo de lucha y resistencia, majestuosas, con distintos niveles de acceso. Recorrimos el castillo en sus distintas direcciones, desde las murallas limite hasta el interior de los espacios de cobijo.

En el trayecto a Damasco nos topamos con una noria de madera gigantesca, aun en funcionamiento regular. Alzaba y volcaba el agua sin detenerse. Una estampa inolvidable, todo un espectáculo.

Por un día y una noche nos alojamos en un pequeño hotel cercano a la antiquísima Palmyra. Recorrimos sus senderos y sus calles admirando los restos impecables de las construcciones arquitectónicas levantadas por las tropas del Imperio Romano entre los siglos I y II, en su avanzada de conquistas hacia Oriente. Una estampa maravillosa de calles con columnatas y arcos de piedra tallada blanquecina, de mármol. Imágenes esculpidas y emplazadas, enhiestas, testigos del paso de los siglos.

El atardecer en esos lugares, viendo todo aquello, solo conocido hasta entonces por imágenes reproducidas en los libros, nos impactaba. Hoy, esos lugares-documentos de la historia de Occidente han sido pulverizados. La obras, las imágenes escultóricas destruidas a mazazos por la “querella de las imágenes”, eterno conflicto de raíz religiosa que arrasa símbolos, culturas, pueblos, gentes que huyen ante la presencia de la muerte, según vemos constantemente en la pantallas de televisión. Fui, de manera circunstancial y sin imaginarlo, testigo maravillado de la historia de la humanidad, hoy reducida a polvo y a imágenes fotográficas testimoniales.

MATES EN EL BAZZAR

En la ciudad de Homs, cuya imponente, enorme Universidad de Estudios Sagrados del Corán nos impactó con su estilo contemporáneo, nos alojamos en un hermoso hotel. Nuestro recorrido, por nuestros medios y a la aventura, nos acercó hacia el Bazaar. En sus inmediaciones, un par de señores mayores, cada uno en su sillón-hamaca, conversaban mientras tomaban ¡mate!, cada uno con su respectivo equipo. Ante una exclamación de mi hermano, por entonces representante de una firma muy conocida entre nosotros, nos identificaron como argentinos y nos invitaron cordialmente.

Ahí me enteré de que una de las exportaciones más importantes hacia Medio Oriente era, precisamente, la yerba mate. En el mercado-bazaar, que recorrimos a lo largo y a lo ancho, después del correspondiente regateo, salimos vistiendo sendos chalecos, muy orondos.

APAMEA Y DAMASCO

En Apamea, ciudad fundada por las avanzadas del Imperio Romano dos milenios atrás, recorrimos, caminando lentamente, la avenida de casi 2 km. de largo, señalada por una enorme columnata en pie, como testigo de la historia. Al final del recorrido, una hostería en la cual vimos a dos mujeres musulmanas asando tortillas rápidas, riquísimas, sobre las paredes del horno en 3 minutos.

En la ciudad de Damasco estuvimos casi una semana. Visitamos los baños turcos. Vimos escenificaciones, maniquíes mediante, de todo lo que allí ocurría. El uso no nos estaba permitido. Recorrer y deleitarse, como suspendidos en el tiempo y el espacio en el patio de la Mezquita de los Omeyas, fue de rigor. Las enormes dimensiones con sus cúpulas y minaretes de resplandeciente mosaico azul, el vernáculo lapislázuli, los orantes, el espacio para los hombres, el lugar para las mujeres en una balconada cerrada a la vista.

El llamado a la oración desde el próximo almuédano hizo que nos corriéramos un poco, respetuosos. Nadie nos obligaba a nada. Recogimos nuestros zapatos al salir. A las mezquitas solo se entra descalzo y con los pies previamente lavados en fuentes cercanas.

Anduvimos a nuestro aire por la bella ciudad de Aleppo. Viajamos, por entre las colinas, hacia la ciudad de Maloula cuando nos dirigíamos a conocer el Monasterio de Santa Takla, cercano a Yabroud. En el Monasterio oí rezar, por primera vez, el Padrenuestro en lengua aramea, la original hablada por la tribu a la cual pertenecían Jesús, María y José. Estaba sacudido emocionalmente, con los ojos brillantes.

La Citadel en Damasco emergía, impávida. En sus calles y senderos vivimos experiencias conmovedoras.

Con rumbo al norte, siempre en territorio sirio, visitamos la ciudad de Serjilla, construida en tiempos de los Césares. Deshabitado su casco central y mantenido para las visitas turísticas, en perfecto estado, fue sentirme como si viajara en el tiempo. Todo resplandecía a la luz del sol. Por entre las grietas aparecían las primeras amapolas de primavera.

Pronto cruzaríamos las movedizas fronteras del norte del país, hacia el Líbano. Pero esa es otra historia.

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Siria. Vista de la ciudad de Maloula, cerca del Monasterio de Santa Takla.