Técnicas para usar el bronceador

Técnicas para  usar el bronceador
 

Enero es sinónimo de -por lo menos- sol, playa, pileta. Bronceador, protector, bloqueador, aceite, son productos específicos para la piel, para satisfacer a los distintos tipos de usuarios y consumidores de sol. Parece una nota de color, pero con estos calores yo tengo hasta el cerebro quemado.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Antes, la posibilidad remota de ponerle bronceador a la chica con la que empezabas a salir (o viceversa) te dejaba sin sueño por varios días. Eran contactos directos, untuosos y suntuosos con el cuerpo que querías, con todo respeto, abordar. Ahora hay menos misterio: cuando llegás a ponerle bronceador a tu pareja, ese cuerpo para entonces ya es ampliamente conocido. Así que en estos tiempos uno se arregla solo en general con la colocación de la crema elegida. Ese debe ser el famoso autobronceante.

Los productos a aplicar son muy distintos según quieran broncearse, quemarse o protegerse. Hoy hay más conciencia de cuidado, de preservar la piel, de no exponerla en los horarios pico (tengo un amigo que dice que para él todos son horarios pico: toma cerveza a pico constantemente) y está muy bien.

Mi vieja, socarronamente, hacía un comentario que hoy sería deplorado por discriminatorio: “Con el trabajo que me costó hacerlos blanquitos y ustedes se tiran al sol para cambiarse el color”. Ni se gasten en vituperar a mi vieja, por dos motivos, al menos. Porque no escucha y porque es mi vieja.

Pero más allá de si te ponés aceite (y sos una especie de milanesa o papa frita en una sartén) o protector factor setenta (y parecés una momia), más allá de los diferentes envases y aplicadores, importan las técnicas de colocación. Como en casi todo, no importa tanto el qué sino el cómo.

Tenés el chapucero que aprieta el pomo, sin alusión lo digo, desaprensivamente; y éste, el pomo, escupe, sin alusión lo digo, un borbotón de crema, haciendo además un desencantado sonido a diarrea estival, sin alusión lo digo. Con toda la mano y los alrededores enchastrados, esa persona procede a mal distribuirse ese ungüento por algunas partes de su cuerpo, que reciben de modo inevitablemente desigual el producto. Hay zonas con exceso de crema y otras que ni fueron ni serán tocadas. Y el tostado será del mismo modo: uno queda como una vaca holando argentina, sin alusión lo digo.

Después tenés los tigres del bronceado. Estos aplicantes pasan sus dedos abiertos por distintas partes de su cuerpo y no logran tampoco una distribución homogénea o armoniosa, sino por franjas. El resultado al final de la tarde será un hermoso bronceado rayado, como un felino o una cebra.

Tenés también, es cierto, los meticulosos, casi gatitos en función de aseo. Demoran una hora en aplicarse el producto pues trabajan a conciencia y minuciosamente centímetro a centímetro y suelen ser igual de precisos a la hora de exponerse; tantos minutos por lado, tantos por otro. Al final pueden ostentar un bronceado parejo. Como hay que pasarse el producto más de una vez, al final estos tipos y tipas se la pasan franeleándose, con y sin alusión lo digo.

Colaboran o conspiran, según los casos, la consistencia de la crema. Las hay totalmente líquidas, en aerosol, espesas; también hay algunas con aplicadores tipo spray, o pomos apretables, o potes donde meter los dedos. Hay algunas marrones espesas medio asquerositas.

Yo, así como me ven, estoy esperando que creen un aplicador tipo hidrolavadora, así uno queda empapado de una, rapidito y que pase el que sigue.

Hay, por último, se sabe, zonas complicadas y de difícil acceso en el propio cuerpo. Los hombros, la cara, el pecho y el cuello, más o menos son de fácil resolución. Pero no tanto la espalda, lefloters y alrededores. Y también hay zonas que directamente olvidamos, como el pabellón de la oreja (espero que me escuchen y entiendan lo que digo, mecachi) o la tonsura en la cima de la croqueta...

Yo no sé qué producto o técnica utilizan ustedes, pero al final, lo mejor es encontrar un aplicador humano y viceversa, en cualquier grado que se encuentren de conocimiento integral de sus cuerpos. Con toda alusión, lo digo: ¡a encremarse que se termina el mundo!