Hacia Líbano

En Petra. Vista del Monasterio en la alta montaña.
Hacia Líbano

En Petra. Vista del Monasterio en la alta montaña.
Un recurrido por Beirut, “una hermosa ciudad, de a ratos París, de a ratos Buenos Aires, de a ratos Barcelona”, antes del reencuentro familiar, objetivo de este viaje.
TEXTO. DOMINGO SAHDA. FOTOS. DOMINGO SAHDA y archivo.
Atravesamos la frontera entre Siria y el Líbano sin dificultad alguna. Eran tiempos aquellos, los que nos tocaron vivir entonces, en que las tensiones socio-culturales aún se mantenían bajo un cierto control: tenso, pero control al fin.
Nos recibió el guía acordado para esta etapa del viaje quien había sido alumno de un colegio marista en Buenos Aires cuando niño y, vuelto a su país natal, dialogaba con nosotros en un cálido castellano. Décadas atrás había regresado a estas tierras. Una mesa tendida con todos los míticos manjares de la cocina árabe fue el ámbito en el cual intercambiamos ideas, opiniones y experiencias.
En Beirut percibimos que el común de la gente tiene perfiles actitudinales que los diferencian de jordanos y sirios. La europeización es evidente. Beirut es una muy hermosa ciudad, de a ratos París, de a ratos Buenos Aires, de a ratos Barcelona. Eso si, con calles más estrechas y con un tráfico descomunal, desordenado, ensordecedor de autos de última generación, para mi nunca antes vistos. Poco, poquísimo transporte público, y eso si, miles de taxis que se ofrecen a directo bocinazo. Así y todo, nada de accidentes callejeros: cualquiera puede cruzar la calle, por el medio o por la esquina, que su paso siempre será respetado. Primero el peatón, tanto aquí como en todos los lugares que conocí en mis deambulares por el mundo. La excepción a esta regla siempre la constaté en mi país, en mi ciudad, en el marco de la proverbial “viveza criolla”.
Miles de vidrieras mostrando muy bella bijouteríe y telas. La gente tiene una cordialidad inmediata que no encontré en el resto del mundo. En este puente entre dos mundos, islámico y cristiano, o mejor dicho, entre Oriente y Occidente, conviven los unos y los otros atentos a lo suyo con un punto en común: el rechazo a los judíos y a su cultura, a quienes perciben como el constante enemigo. Obviamente aún no se había manifestado el extremismo del “Isis” que hoy ha convertido la vida de miles en un calvario, según nos lo muestra cotidianamente la prensa mundial.
ENCUENTROS Y DESENCUENTROS
Un representante comercial vinculado con mi hermano, radicado tiempo atrás en la Argentina, nos llevó a conocer la “Gruta de Yeita”. Boquiabiertos, navegamos con un seguro bote por sobre las aguas dentro de la enorme gruta cuya boca de entrada parecía el ingreso a un lago techado a pura piedra, propio de un sortilegio de los relatos de “Las mil y una noches”. Recorrimos la ciudad en uno y otro rumbo, “cafeteamos“ y experimentamos fumar con un “narguile”. Al entrar en un supermercado cercano, mi hermano constató la presencia del producto por él comercializado. Ante sus expresiones en ruidoso castellano prontamente se nos acercó un joven norteamericano, estudiante en planes de intercambio, que había vivido meses en Buenos Aires. Nos interpelo al oírnos hablar a los gritos, al más puro estilo nacional. Una charla circunstancial que nos emocionó a los tres.
Supe, por información obtenida allí, que mis ancestros familiares se remontan a la poblaciones arameas de más de siete mil años atrás.
En Baalbeck, la antigua Heliopolis fundada por Alejandro Magno 250 años del comienzo del cristianismo, recorrimos y apreciamos los restos arquitectónicos del Templo de Júpiter con su imponente presencia, testimonio del pasado y del poder celosamente custodiados hoy. Visitamos la ciudad de Byblos. Estábamos enfrentándonos con la historia de la humanidad a través de sus testimonios y símbolos. La imaginería religiosa propia del culto cristiano-ortodoxo resplandecía en las iglesias que visitamos. Conversamos con algún sacerdote acerca de las mismas, remitiéndonos a la querella por la representación de los símbolos religiosos, que fue una de las fracturas entre el cristianismo de Oriente y el cristianismo de Occidente.
DE LOS LIBROS A LA REALIDAD
La Mezquita Nueva en Beirut se impone por su presencia y esplendor. Sus altos minaretes apuntan al cielo, iluminados tanto de día como de noche.
El Museo Histórico Nacional Arqueológico, que visité dos veces, me dejó apabullado. Lo conocido a través de los libros de historia de tiempos de estudiante se hacía realidad tangible. De manera un tanto insólita, acabé oficiando de maestro de escuela al explicar, mixturas lingüísticas mediante, el adecuado uso de tiempos verbales, sustantivos y adjetivos, artículos determinantes e indeterminantes. Las muchachas que atendían un shopping dentro del museo me habían pedido ayuda, perplejas y confundidas. No pude con mi genio. A lo lejos, mi hermano -impaciente- me esperaba. Me espetó sin más ni más: “¡Siempre el mismo maestrito!”.
El interior de la nave central de la Nueva Iglesia de Nuestra Señora del Líbano nos dejó boquiabiertos. El diseño y la construcción, de una modernidad apabullante, repite la forma invertida del casco de una nave marítima fenicia. Enorme, majestuosa, bellísima en su austeridad, ligaba, a través de las formas arquitectónicas, el remoto origen de la cultura lugareña con el presente. Desde la torre externa, en caracol ascendente, otear el infinito del paisaje mezclando realidad y fantasías de lecturas infantiles era todo un desafío.
LA VUELTA AL NIDO
Dos días después, remontábamos la montaña por un sinuoso camino con rumbo al mítico lugar del cual habían partido muchísimos años atrás mis mayores. Hicimos un alto en el camino, nuestro guía quería verificar orientaciones y distancias. Era una especie de parada para viajeros. Al sabernos argentinos, descendientes de habitantes del lugar, se mostraron muy atentos. Mas el idioma era un obstáculo: los jóvenes solo hablaban francés como otro idioma. En un momento solicité indicaciones para ir a los sanitarios de la posada. La dueña, al saber de nuestro propósito de conocer la tierra de nuestros mayores, me condujo presurosa a las instalaciones particulares en su casa próxima. El gesto y la cordialidad de la cultura se imponía de manera tajante.
Preguntando aquí, más allá, finalmente llegamos a la casa de mis abuelos maternos, mis tatarabuelos. De los familiares paternos ya nadie tenía memoria. Todos habían partido con rumbos diversos cuando se preanunciaba “la Grande Guerra” (1914-1918). En la puerta de la casa-finca una tensa señora, con su hijo mayor detrás, nos esperaba. Las presentaciones formales, en tensa actitud, se marcaban en el espacio. Café, té, relatos. La cordialidad formal se imponía. Algunos vecinos curiosos se fueron acercando. Algún recuerdo lejano, brumoso, aparecía una y otra vez.
De repente, mirando las estribaciones de una colina con enormes olivos, recordé a mi madre, quien en tono de broma cantaba una cancioncilla de doble sentido cuando hacía sus tareas habituales. Pregunté por ese sitio y súbitamente dije: “Recuerdo que mamá cantaba...”, y canté, en árabe por supuesto, esa tal cancioncilla.
Todos los presentes me miraban con ojos desorbitados. Súbitamente nos abrazamos todos y lloramos. La tensión se había roto. Conocí y nos mostraron cada lugar, cada habitación donde moraron los abuelos y mi madre. Cuando el sol se hundía detrás de las montañas, nos despedimos apretadamente. Se había concretado algo así como “la vuelta al nido”. Nos prometimos una y mil cosas.
Al día siguiente despedí a mi hermano en el Aeropuerto de Beirut. Él volvía a la patria. Yo partiría poco después hacia El Cairo (Egipto). Pero esa es otra historia.

Jordania. El autor en el sitio memorial desde el cual Moisés avistó la tierra prometida a los judíos liberados de Egipto.