Editorial

El peronismo interpelado

  • En medio de tensiones y reacomodamientos, el Partido Justicialista define cuánto quedará del kirchnerismo y su propio rol en la actual etapa del país.

El ritmo y la intensidad que Mauricio Macri imprimió a sus primeros dos meses de gestión, en el afán de ordenar las variables que le permitan sentar las bases de su plan de gobierno, tuvo correlato en los mismos términos en la oposición política, encarnada principalmente en el justicialismo recién desbancado del poder central. Y, particularmente, en el llamado kirchnerismo.

Las reacciones a las medidas de gobierno no se hicieron esperar prácticamente ni un día: de hecho, por poco no se montó, para la misma jornada de recambio democrático de autoridades, una concentración de repudio. A partir de allí, cada anuncio o comentario emanado desde el poder mereció el inmediato rechazo y la asunción de una postura abiertamente confrontativa y absolutamente cerrada a la noción de conceder un mínimo margen de tiempo para evaluar el desempeño de la nueva gestión. Y así como la convocatoria a gobernadores y partidos políticos distendió un tanto el clima, la primera escaramuza real se produjo en la estratégica provincia de Buenos Aires, donde el kirchnerismo se negó en primera instancia a aprobar el presupuesto y el pedido de endeudamiento de la flamante gobernadora, con la agravante de que Scioli había dejado las arcas vacías. El plano parlamentario, aún en ciernes en el caso del Congreso, se perfiló así como el ámbito en el que el peronismo iba a combatir con mayor poder de fuego a los recién llegados al poder.

Pero la velocidad con que se producían estas acciones externas era paralela también a la que se registraba puertas adentro del movimiento, y no tardarían en emerger. Las disidencias internas durante largo tiempo aplacadas, pospuestas o domadas a fuerza de látigo y billetera, empezaron a ponerse de manifiesto abierta y estentóreamente. Primero fue el cambio de temperamento en territorio bonaerense, donde las urgencias de los intendentes obligaron a los legisladores a revisar su postura recalcitrante y terminaron por habilitar al gobierno las herramientas requeridas. Luego siguió el quiebre del otro bastión kirchnerista, desde el cual pensaba llevar adelante el grueso de la ofensiva: el bloque de diputados del Congreso de la Nación. El alejamiento de un grupo de legisladores no sólo es el preludio de un éxodo mayor que se avecina, sino también el reflejo del estado de ánimo que campea en el Senado, y a la vez la manifestación de una sangría política que apunta a definir el justicialismo en el futuro inmediato. Para la mayoría, un paulatino repliegue del kirchnerismo duro, atrincherado en un discurso cerril e ideologizado, pero cada vez menos representativo del partido en su conjunto.

El nuevo Partido Justicialista que surgirá de este proceso tendrá sucesivas instancias para asumir forma y perfil, y también un rol fundamental que cumplir en la nueva etapa del país. La elección de autoridades, los debates parlamentarios que se avecinan, el rol en las discusiones de fondo abiertas -sistema electoral, distribución de recursos- y los cimbronazos judiciales que ya se están desatando, permitirán definir ubicaciones y rango de posicionamientos; incluyendo la convergencia o no con referentes identificados con el ideario peronista, pero hoy apartados de la estructura partidaria.

Privado del poder que lo nutre y lo define, el justicialismo deberá reinventarse para ser una oposición sólida y confiable, frente a los eventuales errores o desvíos del nuevo oficialismo. Y también para depurarse de sus propios vicios, condicionamientos y malas prácticas, e intentar convertirse en una necesaria y genuina opción republicana.

Se advierte un paulatino repliegue del kirchnerismo duro, atrincherado en su discurso, pero cada vez menos representativo del partido en su conjunto.