La primera pacifista americana

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El monumento al Cristo Redentor, en el Paso de Uspallata, y un retrato de Ángela de Costa.

La autora relata la historia de Ángela Oliveira Cézar de Costa, cuya iniciativa a principios de 1900 facilitó el traslado del Cristo Redentor a Paso de Uspallata, entre Argentina y Chile, para simbolizar la paz entre los dos países.

TEXTO. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO.

 

El fantasma de la guerra acosó con su carga de temores, sospechas y malos entendidos a Argentina y Chile hasta que, luego de 70 años, puso fin a la discordia el arbitraje del rey Eduardo VII de Inglaterra, en 1902, ratificado mediante la firma de los pactos el 28 de mayo de ese año.

En mayo de 1903 llegó en misión de confraternidad una delegación desde Chile que fue dignamente agasajada. Fray Marcolino Benavente, obispo de Cuyo, había hecho realizar al escultor argentino Mateo Alonso, un monumento al Cristo Redentor para colocarlo en Puente del Inca. Una vez terminada la obra, cuyo costo fue pagado a través de donaciones particulares y de la que realizó el propio obispo, surgió el inconveniente de que para llevarla al lugar asignado no se contaba con el dinero necesario; finalmente quedó en el patio del colegio donde había sido trasladada.

Antes de que esto ocurriera, la Sra. Ángela Oliveira Cézar de Costa había escrito al religioso para sugerirle que la misma podría colocarse en la zona fronteriza como hito de paz entre Chile y Argentina. Considerando que la ubicación y la idea sugeridas eran de transcendencia singular, el obispo aceptó la iniciativa.

Debido a que el programa oficial de agasajos a la delegación chilena había fracasado, en parte por una lluvia torrencial que hasta impidió que en Campo de Mayo se llevara a cabo el desfile militar, Costa escribió al presidente de la república para invitarlo a visitar la estatua y solicitar su autorización para sumar a los delegados del país hermano. El presidente Julio A. Roca le contestó que la idea del Cristo Redentor para conmemorar la paz definitiva con Chile le parecía muy cristiana, muy patriótica y digna de aplausos; que iría con gusto a verla y si era en efecto una obra de arte y en armonía con lo que debía simbolizar, no tendría inconveniente en cooperar en su colocación en una de las más altas cimas de los Andes, como para decir al mundo que estos dos pueblos han olvidado para siempre sus rencillas y vuelto a la vieja y gloriosa amistad. Las autoridades resolvieron que la estatua representaría los fines propuestos.

La tradición relata que cuando el obispo Benavente se informó de los buenos resultados obtenidos por la carta enviada por Costa al presidente, exclamó: “Cuánto tiempo hubiera permanecido aquí esta estatua si no fuera por la iniciativa de esta señora. Me siento contentísimo y con un peso de mil kilos menos”.

Pronto llegó el invierno y la nieve se extendió como un fenomenal manto de armiño, interrumpiendo el paso a Chile; las cimas semejaban dardos congelados apuntando al infinito. En ese tiempo, el gobierno llamó al Dr. Terry, embajador argentino en Chile, y lo nombró ministro de Relaciones Exteriores. Vino con él el Sr. Vergara Donoso como ministro chileno; coincidentemente los dos habían firmado los pactos históricos. Ambos, muy interesados en el proyecto, contestaron que apoyarían la idea y que antes de volver a cerrarse la cordillera, la estatua sería inaugurada.

El sitio elegido fue el Paso de Uspallata, situado a 100 metros de la cumbre y a 4.200 metros sobre el nivel del mar, sobre la línea divisoria entre Chile y Argentina.

El traslado de la estatua hasta ese lugar sumó muchas dificultades; por su peso, sus ocho metros de altura y la distancia. Primero se la envió por ferrocarril hasta Mendoza y luego se la trasladó a lomo de mula hasta el lugar de su emplazamiento.

El 13 de marzo de 1904 fue la inauguración. Al tiempo en que se erigía la estatua se colocaron dos artísticas placas al norte y al sur. Una fue ofrecida en nombre del gobierno argentino y fundida en los talleres del arsenal de guerra, con bronce de cañones del ejército libertador; el hermoso trabajo del escultor Alonso simboliza un libro abierto y dos mujeres representativas de ambas naciones que aparecen con una mano extendida y la otra sobre los hombros. En el margen figuran las fechas en que se firmaron los tratados de paz. La otra placa fue obsequiada por los Círculos Obreros de Buenos Aires.

El Cristo Redentor es el primer monumento levantado en el mundo por la paz internacional, debido a la iniciativa de la Sra. de Costa, una mujer argentina que es considerada la primera mujer pacifista de América. Ella también fue la fundadora de la Asociación Sudamericana de Paz Internacional, creada en julio de 1907.

UN DATO MOTIVADOR

En 1909 y al ser informada acerca de que en La Haya se estaba construyendo un importantísimo edificio cuyo costo donaba el millonario norteamericano Andrew Carnegie, que se denominaría Palacio de la Paz -y había una exhortación para todos los países a fin del envío de objetos representativos-, nuestra compatriota pensó que la Argentina debía estar representada allí. Antes de que transcurriera un mes del informe, viajó a Europa para ofrecer una réplica del Cristo Redentor.

En La Haya fue presentado por Enrique B. Moreno, ministro argentino, y asistió a la inauguración de la piedra fundamental sobre muros que ya medían más de cinco metros de altura.

Dialogó con el presidente de la comisión que construía el palacio y le dejó un grabado del monumento. La estatua fue aceptada pero luego el decano del cuerpo diplomático extranjero, ministro de Turquía, se opuso; entre otras razones, porque no se trataba de una iglesia para que se pusieran santos.

UN ARDID INGENIOSO

Al ver a la dama tan apenada, Moreno propuso ofrecer al día siguiente una comida a la que invitaría al ministro de Turquía. Le confió que la sentaría al lado del ministro y le solicitó que no dejara de llevar el prendedor que lucía en ese momento: una medialuna de brillantes.

Transcurría la comida y, en general, se habló de la construcción del palacio. El representante turco reiteró su veto para la aceptación de la propuesta de Costa; entonces Moreno, que era un hábil diplomático y esperaba ese momento, contestó sonriendo: “Me extraña que un caballero tan gentil se permita afligir con su opinión los más grandes ideales de una señora que en este momento está a su lado y lleva sobre su corazón la insignia de Turquía”. Acto seguido, el aludido hizo una reverencia a la dama y le dijo: “Señora, cúmplase su voluntad”.

Entonces, la Sra. de Costa se trasladó a Bruselas y trató la construcción del monumento con el escultor Lagae quien acababa de obtener el primer premio por su obra de los Dos Congresos, erigido en esa capital.

Asistió a la inauguración y trabó amistad con la Baronesa Berta Suttner, la literata austríaca que fue la primera mujer en recibir el Premio Nobel de la Paz por su libro “Die Waffen nieder” (Abajo las armas).

Regresó a Buenos Aires para continuar sus gestiones y luego fue a París, donde tradujo al francés un libro que había sido publicado por la Asociación Sudamericana de Paz Universal, con la recopilación de artículos periodísticos y los trabajos realizados sobre el monumento de los Andes.

Al cabo de poco más de dos años, la Sra. de Costa envió a la reina de Holanda una edición de lujo, con un cierre de oro que ostentaba el escudo de su país; lo hizo cuando se trasladó nuevamente a La Haya.

Dos días después, la reina le concedió una audiencia. le dijo que le cedía el sitio de honor que se le había reservado en el Palacio de la Paz, porque “Crist avant tout” (Cristo delante de todo). El monumento fue colocado en el lugar que había cedido la soberana, delante de la sala de Justicia y Arbitraje permanente, sobre la escalera principal. La inauguración fue en 1913.

Reconociendo la tenaz labor de esta mujer argentina, el presidente de la comisión Carnegie expresó: “El viaje de la señora de Costa, trayendo este obsequio tan oportuno cual magnífico mensajero, ha dejado en el firmamento un brillante arco iris desde el Polo Sud al Polo Norte”.

En junio de 1940 falleció esta dama inteligente, culta, excepcional que supo orientar su vida hacia el bien e iluminarla con la luz de la esperanza de que la humanidad se abrazara, protegida por quien todo lo dio para que reine el amor y emigre por siempre el odio.

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