El martes

Tango con ojos de mujer

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“En mis inicios era una nena que daba mucha ternura: ‘Canta música para viejos’, decían”, cuenta Alejandra, hoy afianzada en la música ciudadana

Foto: Gentileza producción

 

Ignacio Andrés Amarillo

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El martes, desde las 20, en el Mercado Progreso (Balcarce 1635), habrá actividades culturales para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, con entrada libre y gratuita. Pablo Sigismondi presentará el libro “Mujeres” y una muestra fotográfica, mientras que en el Museo de la Ciudad quedará inaugurada la exposición “Mujeres por los ríos del arte y la palabra”. Pero el momento musical de la velada estará a cargo del dúo de tango integrado por la cantante María Alejandra Latosinski y el guitarrista Javier Díaz González.

Aprovechando la ocasión, El Litoral dialogó con esta “Polaca” santafesina sobre el fuerte vínculo entre el tango y la mujer, entre otros temas.

Modelos femeninos

—En los últimos años hay una revalorización de la voz femenina en el tango, más asociado a la voz masculina.

—Históricamente la mujer en el tango tenía dos posiciones muy antagónicas: primero como protagonista, porque se le canta a la madre, a la suegra, a la mujer que lo dejó, a la que ama con toda el alma. Después el arrabal, el amigo, el alcohol. Pero siempre está lo que le sucede al hombre respecto de la mujer. En la época en que surgió el tango estaba la madre, que era la estampa de lo mejor, y del otro lado la prostituta. Paradójicamente mi apodo es “la Polaca”, y las polacas eran las minas que traían para los prostíbulos. El tango se forma en la puerta del “puticlub”.

—La “Sociedad Migdal de Socorros Mutuos”...

—Totalmente. Esos lugares antagónicos son diferentes a los de la mujer actual, porque hoy ocupa cargos de muchas clases; y es mamá, suegra, abuela, la que cocina, la que labura todo el día, la que reta a los hijos y pone los límites junto con el padre. Adquiere un montón de posiciones en la sociedad. Antes no, estaba muy clasificado, había diferentes tipos de mujer, estáticas en su rol.

—La letrística las construyó así.

—Sí. Pero el tango va evolucionando, transcurren un montón de épocas, y no queda estático en una década. Hay una evolución, y la música va acompañándola, junto al proceso histórico del país. Para esta fecha está previsto un repertorio especial dedicado a la mujer, para que la mina se sienta honrada, pero también es una manera de protestar. Va a estar invitada una amiga chelista, en “Malena”, y el guitarrista que me acompañó en todo mi proceso en Santa Fe, Eduardo Ayala: un capo, también es folclorista, pero me dio un empuje muy grande.

—“La toalla mojada” de Edmundo Rivero no va entonces.

—Ni “Amablemente”, la de las “34 puñaladas” (risas). Hoy iría en cana, pero mirá... (risas).

—En cuanto a las cantantes tenías a Tita Merello, que era rea, y del otro lado a Libertad Lamarque, con su vocecita. Y Ada Falcón que tuvo un cambio místico.

—Tita era chabacana, había sido prostituta también. La transformación de Ada tuvo que ver con el desamor.

En mi caso no elijo tangos que no tengan nada que ver conmigo. A pesar de que la mayoría están escritos y narrados por hombres, voy haciendo una selección de cosas que tienen que ver con mi propia historia. Si bien no todo lo que canto me pasó, conozco gente a la que sí y por una cuestión de empatía me dan ganas.

También que tienen que ver con la historia del país: (Enrique Santos) Discépolo tiene muchos que hablan de una transición económica, la lucha del convivir con una cultura que no era la propia, sino que tuvo que rearmarse para vivir. Famoso, a mi edad escribió “Yira yira”, y estaba totalmente desolado.

Recorridos

—¿Cómo llegaste al género?

—Es un camino largo, porque tengo 28 años y hace 12 que canto tango. Si bien soy santafesina de ley, donde se oye cumbia y rock and roll; mi vieja cuyana, con música folclórica; mi papá hijo de polacos. En mi casa no se escuchaba tango, pero un día llega un CD de (Astor) Piazzolla, que es lo último que llegó como tango y hoy como tanguera digo “eso no es tango, es otra cosa que puede ser muy linda”. (Juan Carlos) Baglietto tiene tres o cuatro tangos en su repertorio desde que soy chiquita: “Naranjo en flor”, “Uno”, “Los mareados”. También Amelita Baltar, con esa voz de mujer que se la bancaba, y me enamoré desde ahí.

Empecé a investigar sola, muy desordenadamente. Me fui a Gardel, empecé a escuchar lo que venía a mi oído, buscando en Internet y comprando discos al azar: Ada Falcón, Leopoldo Federico, Julio Sosa, Virginia Luque, Aníbal Troilo, y tuve suerte de formar un repertorio. Después, con el paso de los años, traté de darle una forma coherente a quienes son los autores, los compositores, la línea histórica.

Ahí necesité procesar las letras para poder cantar. En mis inicios era una nena que daba mucha ternura: “Canta música para viejos”, decían. A mí los años me dieron el derecho de poder cantar y desarrollar mi pasión por el género para hoy brindarlo a los demás.

Abajo del escenario

Javier Díaz González, compañero de música y vida, es el que responde la pregunta íntima de la dupla.

—¿Qué fue primero? ¿El dúo u otra cosa?

—Primero dúo musical, pero duró unas horas (risas). Yo soy porteño, estaba tocando en uno de los millones de lugares que hay allá. Ale estaba en Buenos Aires, y la cantante que tocaba conmigo viene y me dice: “Hay una chica que quiere cantar”. Hicimos un par de tangos, gustó mucho. Fue muy arriesgada, porque el primero ya fue “La última curda”. Es un lugar muy de tangueros, mucho tipo grande; y ella dice “¿Qué tango quieren escuchar?”. Le dije: “Despacio, te van a pedir cualquier cosa”. Uno pidió “Ventarrón”, que no es tan popular, para agarrarle el hilo no es tan fácil. Y lo tocamos. “Mirá qué bien que anduvo”, pensé.

Después tocamos en Buenos Aires un par de veces, vinimos para acá, nos fuimos a tocar a Europa, y ahora nos quedamos acá, y ya nació Floreal: bien tanguero, no se podía llamar de otra manera.