editorial

  • Los hechos de violencia y las amenazas exceden lo que puedan hacer las fuerzas de seguridad.

El fútbol, en una sociedad alienada

El contexto no era el mejor y se trataba de un clásico de alto riesgo entre Unión y Colón. Sin embargo, habrá que reconocer que el operativo montado por la Policía, bajo la conducción de la Subsecretaría de Coordinación de Políticas de Seguridad en Espectáculos Deportivos, prácticamente no mostró fisuras.

De hecho, no se puede responsabilizar a las fuerzas de seguridad por las situaciones de violencia y por las amenazas que se produjeron desde principios de la semana pasada.

Lo sucedido, en todo caso, puede ser atribuido -en parte- a falencias reflejadas desde la dirigencia de uno de los clubes y, en gran medida, a un estado de descomposición social, que encuentra en el fútbol, el escenario propicio para manifestarse de la peor manera.

El lunes pasado uno de los muros de la sede del Club Colón amaneció con pintadas que hacían prever momentos de tensión: “Clásico o balas”, decía el mensaje dirigido a dirigentes, jugadores y a un cuerpo técnico que debió hacerse cargo de la situación del equipo de manera imprevista días previos al máximo desafío deportivo, como es el hecho de enfrentar al clásico rival.

El miércoles, el jugador Alan Ruiz fue agredido con un golpe de puño al finalizar el entrenamiento realizado en el predio del Sindicato Argentino de Televisión, sobre la Ruta 1. Como en tantas otras oportunidades y de la misma manera que sucede en la mayoría de los clubes del fútbol argentino, un grupo de barras llegó al lugar para amenazar a los jugadores y exigirles un triunfo.

Fue quizá el momento de mayor tensión. No sólo por las agresiones y porque Ruiz decidió abandonar el equipo por no contar con garantías, sino porque las autoridades del club no habían comunicado a la Policía que el plantel realizaría este entrenamiento fuera de la sede ubicada a la vera de la autopista Santa Fe-Rosario.

Desde el Ministerio de Seguridad de la provincia se hizo público el malestar generado por esta situación. Los jugadores estuvieron desprotegidos. Y la dirigencia de Colón debe asumir la responsabilidad por este error que no resulta fácil de comprender. Sobre todo, en la semana previa a un clásico y con los antecedentes inmediatos.

En este clima enrarecido se jugó el partido. El gobierno destinó alrededor de 800 efectivos policiales para custodiar el estadio, sus inmediaciones y algunos puntos estratégicos de una ciudad caracterizada por importantes niveles de violencia -las estadísticas de homicidios por cantidad de habitantes así lo demuestran. Se produjeron algunos hechos de inseguridad que no tuvieron mayores consecuencias gracias a la presencia de la Policía.

Pero la irracionalidad de algunos no terminó allí. Cuando el plantel de Colón regresó al Hotel de Campo donde se encontraba concentrado antes del cotejo, fue insultado y apedreado por un grupo de simpatizantes. Horas después, se supo que algunos jugadores recibieron amenazas en sus domicilios particulares.

Frente a estas circunstancias, habrá que reconocer que la situación excede lo que pueden hacer las fuerzas de seguridad. En el caso de los barrabravas, sólo podrán ser enfrentados si existe una firme decisión política, judicial y dirigencial.

Y con respecto al resto de los hinchas que protagonizan este tipo de actos de barbarie, a través de este supuesto fanatismo, sólo dejan al descubierto sus frustraciones, su violencia y la vacuidad de sus existencias.

En el caso de los barrabravas, sólo podrán ser enfrentados si existe una firme decisión política, judicial y dirigencial.