Bicentenario de la Independencia Nacional (6)
Bicentenario de la Independencia Nacional (6)
La injerencia napoleónica en España

“Las cribadoras” (1854), de Gustave Coubert.
Foto: Archivo
Por Liliana Montenegro de Arévalo
Ante la imposibilidad de vencer a Inglaterra, inatacable por su situación insular y por su dominio de los mares, Napoleón decidió cerrar los mercados europeos a su comercio, lo que se dio en llamar el bloqueo continental, consistente en la prohibición a los franceses y a sus aliados de todo comercio con Inglaterra. Para que ese bloqueo diese los resultados esperados, era menester que toda Europa participara. De allí, la política de guerras y anexiones llevadas a cabo. Portugal, al no cumplir con lo decretado, fue ocupado por tropas francesas, las que a tal fin debieron atravesar territorio español, con lo cual la invasión quedó concretada. Así lo entendió el pueblo español, que se sublevó en Aranjuez, en marzo de 1808. Luego de la abdicación de los reyes Fernando VII y de su padre Carlos IV, Napoleón designó a su hermano José, en el trono español.
El pueblo español procedió a la creación de Juntas Provinciales en todo el territorio. Éstas quedaron bajo el gobierno de la Junta Central, la que debió trasladarse a Sevilla y luego a Cádiz, debido a los triunfos sucesivos de Napoleón.
La población reaccionó contra la ocupación francesa, organizando milicias de burgueses y campesinos apoyadas por el clero. Las tropas francesas debieron capitular en Bailén, el 19 de julio de 1808. Por su parte, los portugueses, apoyados por tropas inglesas, también expulsaron a los invasores de su país.
Legitimismo y caída de Napoleón
España sostenía la legitimidad de sus derechos sobre sus antiguas posesiones en América. A fin de lograr el reconocimiento de la Independencia por parte de los soberanos europeos, coincidiendo con la inclinación monárquica de algunos de los partícipes de la independencia rioplatense, se enviaron misiones diplomáticas. Las designaciones recayeron en Bernardino Rivadavia y en el canónigo Valentín Gómez. Los enviados tenían por objetivo lograr la coronación de un monarca en el Río de la Plata.
El fin de la dominación napoleónica, tras 23 años de guerras de la Revolución y del Imperio, se produce en 1815. En el Congreso de Viena (1814-1815), los soberanos aliados triunfantes reformularon el mapa político de Europa. Cuando el Imperio se hundió, en 1814, luego de haber alcanzado sus “límites naturales”, a Francia no le quedaba más prestigio que el de haber elaborado el Código Civil, que permaneció como fundamento del liberalismo en los países donde fue introducido.
El autoritarismo de Napoleón, el bloqueo continental, el reclutamiento y la lucha contra la Iglesia fortalecieron los sentimientos nacionales. La corriente nacional impulsará la reconstitución de la independencia belga, hará la unidad italiana e inspirará la nacionalidad alemana. Las aspiraciones nacionales de los alemanes, checos, eslavos y polacos destruirán el Imperio austríaco. A pesar de la desaparición de Polonia como Estado, la corriente nacional mantendrá latente la nacionalidad polaca; y provocará por la revolución helénica, el comienzo de la decadencia del imperio otomano en Europa.
En la península ibérica, en España y Portugal, serán repuestos los antiguos soberanos, a punto de perder en América sus posesiones, embarcadas en la senda independentista.
La Santa Alianza y el Pacto de Garantía
En nombre de los intereses colectivos, se firmaron dos pactos. Uno fue el de la Santa Alianza, promovido por el zar de Rusia, Alejandro I; y firmado entre esa nación, Austria y Prusia. El otro fue el de Garantía, promovido por lord Castlereagh, titular de la cartera de Negocios Extranjeros de Gran Bretaña entre 1812 y 1822.
El primero estaba dirigido a todos los príncipes cristianos, y contaba con la adhesión de Francia y España, pero excluía al Imperio Otomano. El otro, conforme al proyecto inglés, estaba dirigido contra Francia y tenía por finalidad mantenerla dentro de los límites impuestos por el Estatuto Territorial de 1815. No sólo se trataba de destruir el imperialismo francés, también trataba de impedir la expansión de las ideas revolucionarias francesas de 1789. Ello permitiría la restauración de las fuerzas conservadoras, con el siguiente programa: reponer la monarquía como autoridad legítima, liberar a la Iglesia del control del Estado y establecer la soberanía suprema del Papado. Al mismo tiempo, resucitar la doctrina de la autoridad y el derecho divino. El alma de la Santa Alianza fue Metternich, canciller de Austria.
Los gobiernos intercambiarían sus puntos de vista sobre las distintas cuestiones en conferencias periódicas. A cada uno de los movimientos revolucionarios producidos correspondió un congreso o una intervención de la Santa Alianza. A los acontecimientos de Alemania, correspondieron los Congresos de Carlsbad (1819) y de Viena (1820); a la revolución italiana, los Congresos de Troppau (1820) y de Laybach (Liubliana), en 1821; y a la revolución de España, el Congreso de Verona (1822), siendo éste el último, luego del cual la Santa Alianza se disolvió.
Campesinos, artesanos, comerciantes e industriales
La Revolución marcó en Francia un hito decisivo en la transición del feudalismo al capitalismo. Tendría que pasar mucho tiempo aun, antes de que la burguesía y el capitalismo se consolidaran definitivamente en Francia, pero la ruina de la propiedad feudal de la tierra y del sistema corporativo liberó a los pequeños productores directos y aceleró la diferenciación de clases en la comunidad rural, en el artesanado urbano, como la polarización social entre capital y trabajo asalariado.
La realidad social se había transformado profundamente en los países que habían sufrido la supremacía francesa y sus consecuencias revolucionarias. Los grupos sociales afectados por la nueva coyuntura fueron los campesinos, comerciantes e industriales, que habían sido favorecidos por la disminución de la influencia de los grandes terratenientes; y los intelectuales, seducidos por los principios de 1789. Los campesinos conservaron las ventajas materiales que habían conseguido bajo el régimen francés (supresión de los derechos feudales y posibilidad de transmitir la propiedad). Los artesanos, los comerciantes y los industriales bregaban por sustraerse a las trabas que, en Prusia y Austria, limitaban la libertad de empresa, anhelando que la política aduanera de los gobiernos restaurados no se viera influida por los intereses de la gran propiedad territorial.
La legislación burguesa introducida en el ducado de Varsovia en la época de Napoleón constituyó un factor duradero de desarrollo para las clases dominantes de la Polonia central, donde el Código Civil que había entrado en vigor el 1º de mayo de 1808, fue derogado en 1946 (Soboul: 1980). Los campesinos dejaron de estar adscritos a la gleba, pero la tierra siguió estando en manos de los nobles. Pese a la supresión de la servidumbre, se continuó exigiendo trabajo gratuito a los campesinos.
En la península italiana, transformada profundamente en la época napoleónica, el arreglo territorial causó decepción entre los italianos que durante el período francés habían considerado la perspectiva de la unidad nacional. Los disconformes contra las consecuencias de la paz, tanto los intelectuales, nobles liberales y burgueses, como los oficiales que sirvieron en los ejércitos napoleónicos, no lograron el apoyo de la masa campesina.
En Alemania, donde las poblaciones habían llevado a cabo la guerra de liberación, y en la que un gran movimiento de opinión se había inclinado, en la época del Congreso de Viena, en favor de la unidad nacional, la entrada en vigor del Estatuto de la Confederación germánica no encontró oposición alguna. Los jefes del movimiento patriótico no reclutaron partidarios activos más que entre la juventud universitaria.
En 1818, en el Congreso de Aquisgrán, Francia recobró la autonomía de su política exterior y reorganizó su ejército. Fue prudente durante todo aquel período. Las dificultades para los aliados, provinieron de los movimientos revolucionarios de Italia y de España, así como de la amenaza de revueltas en Alemania.
El autoritarismo de Napoleón, el bloqueo continental, el reclutamiento y la lucha contra la Iglesia, fortalecieron los sentimientos nacionales.