Bicentenario de la Independencia Nacional (8)

Sudamérica ante el retorno de Fernando VII al trono

Por Liliana Montenegro de Arévalo

El movimiento de independencia de las colonias españolas en América fue beneficiado por la crisis hispana de 1808-1810: la farsa de Bayona, en la que el rey Carlos IV y Fernando VII se vieron excluidos del trono en favor de la instalación en el mismo de José Bonaparte, hermano de Napoleón; y la resistencia de la nación española a someterse a la dominación extranjera, determinación que la llevó a sublevarse y comenzar una guerra contra las armas francesas que durará hasta fines de 1813. Así se constituyó un gobierno nacional, primero la Junta Suprema de Aranjuez, después la Junta de Cádiz, y en 1810 las Cortes de Cádiz, que elaboraron la Constitución liberal de 1812, que tuvo vigencia hasta 1814.

Las tres regiones americanas que se mantuvieron ligadas al dominio español: México, Perú y América Central, por haber sido dominados en ellas los movimientos emancipadores, recibieron la invitación para participar de las cortes españolas, y analizar y resolver el problema político del reino.

La información aportada por los americanos en las representaciones, constituyeron verdaderos aportes para el conocimiento de la problemática americana, brindada por hombres de la época. Quienes las portaban, perseguían como fin el reconocimiento de igualdad para los americanos, incluida la población autóctona. En cuanto a la población de procedencia africana, fueron objeto de defensa por parte de los diputados procedentes de lugares donde ésta era poco numerosa. No pasó lo mismo en los lugares donde éstos eran numerosos, tal el caso de Lima, en donde se los consideraba extranjeros. Pero las Cortes no supieron hacer a las colonias, las concesiones requeridas.

El 8 de diciembre de 1813, Napoleón decidió devolver la corona a Fernando y enviarlo a España. Fernando VII, de la misma manera que había restablecido el absolutismo en España, quiso restablecerlo en América. Hacia fines de 1819 concentró en Andalucía y Cádiz un ejército de 22.000 hombres para ser transportado a América. Pero el ejército no partió. El 1º de enero de 1820, oficiales ganados a la causa liberal, proclamaron el restablecimiento de la Constitución de 1812. Toda España entró en revolución, y Fernando VII convocó a las Cortes.

Un antes y un después fueron las revoluciones españolas de 1808 y 1820 para la emancipación americana, ya que por la primera pusieron a América en el camino de la revolución y por la segunda hizo tocar a su fin.

Las guerras de la Independencia en las colonias españolas

Las guerras empezadas en 1809 no habrán de terminarse hasta 1828. En esos diecinueve años pueden distinguirse dos períodos.

En el primero, que comprende de 1809 a 1815, los insurrectos no lograron, a pesar de algunos éxitos parciales, afectar de una manera seria la dominación española. La insurrección era vencida por todas partes, salvo en la región del Río de la Plata, incluido Paraguay. Implicancias particulares tuvo en la Banda Oriental (Uruguay) que se prolongaron hasta 1828.

En el segundo período, de 1815 a 1828, los insurrectos terminaron por triunfar en todas partes, y la revolución española de 1820 redujo a Fernando VII a la impotencia.

San Martín liberó a Chile; Bolívar a Nueva Granada (Colombia) y Venezuela; y Sucre, en Pichincha y Ayacucho aseguró la independencia de Ecuador, Perú y Bolivia.

Portugal y Brasil

Al anular Napoleón el rango real de los Braganza, hizo de Portugal un Estado vasallo del rey de España. El regente don Juan se refugió en su colonia del Brasil, protegido por la flota inglesa. Las tropas francesas ocuparon Lisboa en noviembre de 1807. De ese modo Brasil dejó de ser una colonia, y en 1808 Juan declaró los puertos brasileños abiertos al comercio extranjero.

Cuando en 1820 estalló un movimiento revolucionario en Portugal como consecuencia de los acontecimientos de España, el príncipe Don Juan volvió a Lisboa, dejando a su hijo Pedro la administración de Brasil. Los brasileños, siguiendo el ejemplo de los españoles, solicitaron la independencia. Pedro no vio otra solución que colocarse a la cabeza del movimiento. El 7 de septiembre de 1822, en las márgenes del río Ipiranga, tuvo lugar la proclamación de la Independencia del Brasil del reino de Portugal, episodio producido bajo la consigna de “¡Independencia ou morte!”. El 12 de octubre Don Pedro fue aclamado emperador constitucional de Brasil, siendo consagrado el 10 de diciembre siguiente. Pronto se conoció en Buenos Aires el decreto por el cual se declaraba traidor a la corona al que estuviera al servicio de Don Pedro y ordenaba al ex príncipe regresar a Lisboa.

La prensa porteña hacía las siguientes conjeturas: “Si se ratifica esta noticia, la posición de Don Pedro debe ser apurada; si se va, desciende de emperador a príncipe; si se queda, pierde la herencia que lo elevaba de príncipe a rey; y aun en el quedarse parece que hay sus peligros en el imperio, porque el partido republicano no quiere emperador, ni quiere príncipe, ni quiere rey...” (El Centinela, 1822). Tres años más tarde, el gobierno de Lisboa reconocerá al nuevo gobierno.

El conflicto de las Provincias Unidas del Río de la Plata con el Brasil por la Banda Oriental, se prolongó hasta 1828, año en que se firmó la Convención Preliminar de Paz, en la que se estableció la creación de un Estado independiente conocido como Estado Oriental del Uruguay al promulgarse la Constitución de 1830.

Estados Unidos frente a los proyectos de la Santa Alianza y países americanos

Después de las guerras napoleónicas, los proyectos de la Santa Alianza, pretendiendo retrotraer las repúblicas latinoamericanas a su primitiva situación de países dependientes de España y Portugal; sumado a la expansión de Rusia en la costa del Pacífico, originaron en los Estados Unidos de Norteamérica la doctrina Monroe (1823), como oposición a la intervención de Europa en los asuntos de América y de la colonización europea futura en el continente americano. Gran Bretaña se mostró partidaria de esta política, persiguiendo las ventajas del librecambio con las nuevas repúblicas americanas, en oposición al espíritu reaccionario de la Santa Alianza, que pretendía la restauración de la monarquía borbónica.

En 1824 España sólo conservaba en América las posesiones insulares del mar de las Antillas, de las que Cuba era la más importante. Además del valor económico, por las plantaciones de caña de azúcar, las islas ocupaban una excelente posición estratégica, lo que les permitía el dominio de las rutas navales del istmo de la América Central, donde, a partir de 1825, se preveía la posibilidad de establecer un canal interoceánico.

En 1826, Estados Unidos anunció que no consentiría las pretensiones de México y Colombia sobre la isla. Preferían que la gran isla siguiera siendo española, hasta el momento que Gran Bretaña, dueña de los mares, no significara riesgo alguno para establecerse en ella.

Por la misma época, Bolívar deseaba establecer un lazo entre las nuevas repúblicas. Esperaba que el Congreso de Panamá, que debía reunir a todos los delegados de los nuevos Estados, prepararse los medios para tal unión. Por eso en la invitación se incluiría a los Estados Unidos, ya que se buscaba establecer una solidaridad panamericana. Pero ni los Estados del Plata, ni Chile, ni México se prestarían al establecimiento de una confederación entre las nuevas repúblicas. La Argentina y Brasil ni siquiera enviaron delegados a la Asamblea de Panamá. Mientras que los delegados de los Estados Unidos llegaron tarde. Tampoco tuvo éxito el proyecto de la confederación andina entre Colombia, Venezuela y Perú.

Toda esta situación dejó el campo libre a la influencia europea en América Latina, pero únicamente Gran Bretaña se benefició de ello.

A partir de 1825, la cifra del comercio inglés será tres veces superior a la del comercio de los Estados Unidos. Gran Bretaña conservará esa preponderancia económica cerca de un siglo.

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