Bicentenario de la Independencia Nacional (9)

Declaración de la Independencia: decisiones y conflictos en 1816

Declaración de la Independencia: decisiones y conflictos en 1816

Friso. Bajorrelieves de Lola Mora sobre la Declaración de la independencia en el patio posterior de la casa histórica.Foto: Archivo

 

“Después de una larga sesión de nueve horas continuas -desde las ocho de la mañana- en que nos declaramos en sesión permanente hasta terminar, de todo punto, el asunto de la declaración de nuestra suspirada Independencia, hemos salido del Congreso cerca de oraciones con la satisfacción de haberla concluido, y resuelta de unanimidad de votos nemine discrepante (sin que nadie discrepe) a favor de dicha independencia que se ha celebrado aquí como no es creíble, pues la barra, todo el gran patio, y la calle del Congreso han estado desde el mediodía lleno de gente, oyendo los que podían los debates...”. Carta del diputado por Buenos Aires José Darragueira a su amigo Tomás Guido, secretario de Guerra y colaborador de San Martín la noche del 9 de julio de 1816.

La decisión se hizo esperar más de tres meses a partir del inicio de las sesiones del Congreso Constituyente en la ciudad de San Miguel de Tucumán si bien la convocatoria se había realizado con tres propósitos centrales: debatir sobre la declaración de la Independencia, definir el status jurídico del nuevo orden político y dictar una constitución.

Las explicaciones esgrimidas respecto a la demora son diversas: que los congresales... perdían el tiempo en discusiones escolásticas... que era... un problema de conveniencia y oportunidad. Por su parte, el comerciante inglés John Parish Robertson lo atribuía a una característica de la población al decir que “el principal y más próximo defecto de los habitantes de estas provincias es la costumbre de postergar para mañana lo que debería hacerse hoy... mañana, mañana es la respuesta común sobre todo asunto, desde los más triviales hasta los más importantes... ¿Cuándo llegarán a conocer que nunca llega ese mañana?”.

Declarar la Independencia “no es soplar y hacer botellas”

En sus primeros tramos, el Congreso debió atender informes sobre disputas internas en un conjunto de provincias tanto por la elección de diputados como por la situación bélica entre Buenos Aires y el Protectorado de los Pueblos Libres. A este panorama sombrío se agregaba el retorno de Fernando VII al trono, la amenaza portuguesa a la Banda Oriental y la derrota de la revolución en todo el continente hispanoamericano, con excepción del Río de la Plata y Paraguay que ya había iniciado su propio camino de libertad.

A pesar del contexto y la indefinición que ponían en riesgo la libertad, San Martín, a través de las cartas a su amigo, el diputado mendocino Godoy Cruz, insistía obsesivamente en la causa de la Independencia, tema muy presente en los principios de la logia, y condición necesaria para su propio plan continental. Con el mismo énfasis, se expresaban en sus mensajes Belgrano y Juan Martín de Pueyrredón, diputado por San Luis, elegido -además- como Director Supremo.

Las esperanzas estaban puestas en el Congreso y en el Ejército de los Andes: a pesar de las tensiones entre regiones y áreas de poder, Buenos Aires y el Interior avanzaron en la toma de decisiones en el curso de las sesiones de la Asamblea y se comprometieron a asumir sus consecuencias.

Una comisión integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Mariano Serrano, diputados por las provincias de Buenos Aires, Jujuy y Charcas, respectivamente, puso a consideración, en sesión pública, una “nota de las materias de primera y preferente atención para las discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso” donde figuraban como prioritarias la Declaración de la Independencia y la redacción del manifiesto que justificara la misma, la celebración de pactos generales con las provincias y pueblos de la unión, preliminares a la constitución, así como la forma de gobierno a adoptar junto al proyecto constitucional y la necesidad de establecer un plan para sostener la guerra. Luego de nuevos debates, el programa para el trabajo legislativo fue aprobado.

La declaración esperada

El diputado Sánchez de Bustamante pidió que se leyera lo acordado, y en sesión pública se tratara el proyecto “sobre la libertad e independencia del país”; la propuesta se aceptó sin discusión.

La sesión del 9 de julio fue presidida por el Dr. Francisco Narciso Laprida, diputado por San Juan, acompañado por los secretarios, doctores Mariano Serrano y Juan José Paso. Este último tuvo el privilegio de consultar a los congresales si querían que las Provincias de la Unión fuesen una nación libre de los reyes de España y su metrópoli. Todos los diputados allí presentes aclamaron de pie y aprobaron por unanimidad la propuesta expresada en el Acta al decir que “... era universal, constante y decidido el clamor del territorio entero por su emancipación...”.

En medio del entusiasmo de la gente, reunida en la barra, los patios y la calle, los diputados, uno a uno, fueron firmando el Acta que declaraba “solemnemente a la faz de la tierra... la voluntad unánime e indubitable de estas provincias de romper los vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas e investirse del alto carácter de nación independiente del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. A los pocos días, en sesión secreta, se agregaba al documento “... y de toda dominación extranjera”.

El escenario y los primeros festejos

La ciudad de San Miguel de Tucumán tiene el privilegio de haber sido “la cuna de la Independencia”. Con no más de 12 manzanas y 13.000 habitantes era un centro vital en la ruta entre Buenos Aires y Perú, que parecía garantizar a las provincias una mayor autonomía y menos presiones a los diputados que allí se reunieran. Así le explica Fray Cayetano Rodríguez a un amigo los motivos de la elección: “¿No sabes que el nombre porteño está odiado en las Provincias Unidas o desunidas del Río de la Plata?”.

El espacio de debate del Congreso, elegido por el gobierno de Tucumán, era una casa de familia, la de doña Francisca Bazán de Laguna, típica construcción colonial de fines del siglo XVIII con habitaciones que se repartían alrededor de un gran patio. Para adecuar la sala de reuniones se unieron dos habitaciones paralelas ubicadas al frente, calculando que podía albergar unas 200 personas y otras tantas podían ubicarse en la galería de tejas, desde donde podían ver a los congresistas.

En esta sala, testigo silencioso de decisiones relevantes, el 9 de julio se tomó la decisión de romper los vínculos con España. El día 10 por la noche, tuvo lugar el “Baile de la Independencia”, en el que Belgrano se lució danzando con Dolores Helguera, quien sería la madre de su hija. El 21, se concretó la Jura, a la que asistieron los diputados, el gobernador de la provincia, el general Belgrano, las corporaciones de la capital y un crecido número de ciudadanos.

Jean Adam Graaner, agente sueco y único extranjero presente en Tucumán, en el Informe que remitiera al príncipe Bernadotte, heredero de la Corona de Suecia, dejaba imágenes elocuentes de lo que ocurría en esas inolvidables jornadas.

Como testigo presencial de la fiesta popular del 25 de julio él relataba: “... más de 5.000 milicianos de la provincia se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras”.

Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron a esa ceremonia un carácter solemne que se intensificó por la idea feliz que tuvieron de reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde tropas del general español Tristán fueron derrotadas por los patriotas.

Allí juraron, sobre la tumba misma de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para ellos más precioso, la Independencia de la patria.

Por Pascualina Dibiasio

Allí juraron, sobre la tumba misma de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para ellos más precioso, la Independencia de la Patria.