Espacio para el psicoanálisis
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El fin de la adolescencia
Por Luciano Lutereau (*)
En su libro “La causa de los adolescentes” (1988) F. Dolto plantea que uno de los límites (en el sentido de tendencia hacia) de la adolescencia radica en la incorporación psíquica de la angustia de los padres. Dicho de otra manera, si la adolescencia puede ser entrevista como un conjunto de figuras y vectores de sentido, entre los que se destacan el “primer amor”, “el grupo de pares”, “los ídolos”, etc., que este conjunto no sea una totalidad, sino que se abra hacia una nueva constitución subjetiva, tiene como condición una modificación de la relación con el Otro; pero ¿qué quiere decir incorporar esta angustia parental?
En principio, hay dos experiencias del sujeto adolescente que permiten orientar esta consideración. Por un lado, que la elaboración de la sexualidad en la adolescencia lleve la marca del narcisismo se evidencia no sólo en su potencialidad homosexual (que no debe confundirse con tener una relación con alguien del mismo sexo) sino en que se encuentra desvinculada de las consecuencias del acto. De ahí que, por lo general, en esta etapa de la vida se denuncie una frecuente promiscuidad (que, en sentido estricto, no es tal; le faltaría para eso el carácter de fijación del erotismo en la transgresión).
Ahora bien, el punto de detención de ésta última suele aparecer con un temor habitual que inscribe la castración a partir de la relación con el Otro: es el caso de la fantasía de embarazo. Esta observación explicaría por qué suelen fracasar las indicaciones preventivas respecto de la sexualidad en los adolescentes. Ni el uso de preservativo como forma de evitar contagios, ni la anticoncepción, logran efecto sino a partir de cierto momento. Y, en este último caso, el temor al embarazo precede al miedo a la enfermedad. En última instancia, la omnipotencia de los adolescentes no radica en la creencia megalómana de sentirse excepcionales, sino en que el acto no se plantee a partir de sus efectos. “No pasa nada”, es un conjuro de juventud que incluso perdura en algunos adultos... La fantasía del embarazo, que toca tanto a varones como a muchachas, es una huella irremediable (la cara de una moneda) con que la castración toca a la sexualidad adolescente. La otra cara de la moneda es la sentencia angustiosa: “Mis viejos me matan”. La película “Cien veces no debo”, y el parlamento eterno en su pasaje a la posteridad (Luis Brandoni gritando “Le inflaron el bombo, le llenaron la cocina de humo...”), demuestra el núcleo estructural de esta cuestión.
Por otro lado, en relación al cuerpo también se juega la inscripción de un punto de angustia en el Otro. Históricamente los adolescentes han sido representados de manera andrógina, esto es, un cuerpo que se esconde a sí mismo: sea a partir de las ropas holgadas o de las modas unisex, es notorio que se requiere cierto tiempo hasta que un cuerpo juvenil comienza a llamar a otro cuerpo. “Es una nena”, he aquí la afirmación con que un personaje de Guillermo Francella se refería a la amiga de su hija en un célebre sketch televisivo. Ella buscaba un sustituto paterno y él no podía evitar fantasear con un cuerpo de mujer. No obstante, siempre hay un momento en que el sujeto acusa recibo del efecto que su cuerpo produce en el Otro.
Esta subjetivación de la angustia, que conmueve el estatuto de la figura del Otro, que pierde su condición parental para asumir una posición sexuada (“El padre de mi amiga... es un hombre”) es de máximas consecuencias. En el caso de los varones, la fantasía con el carácter sexuado del Otro pareciera más temprano, a través de la burla respecto de la madre de los amigos; pero en este punto no se trata de una verdadera sexualización sino de una forma de degradación. La cuestión no radica en que una madre sea puta, sino una mujer. Si una película como “El graduado” ha logrado trascender su época es porque alcanza también a una posición estructural. No se trata aquí solamente de la iniciación sexual, sino de asumir la seducción como un destino del sujeto.
De este modo, por ambas vías, la adolescencia tiene su punto de anclaje en verificar (advertir la verdad) de que “no hay relación sexual”. En uno de sus últimos seminarios, Lacan sostenía que la relación entre las generaciones podía ser la única excepción a este principio. El atravesamiento angustioso de la posibilidad de la descendencia en un acto con consecuencias subjetivas, y la recuperación del propio cuerpo como instrumento de goce para Otro, son las dos vías que establecen un cortocircuito definitivo con los padres como generación precedente.
(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.
La omnipotencia de los adolescentes no radica en la creencia megalómana de sentirse excepcionales, sino en que el acto no se plantee a partir de sus efectos. “No pasa nada”, es un conjuro de juventud que incluso perdura en algunos adultos.