SOBRE “HASTA QUE TE CONOCÍ”, DE LUIS GUSMÁN

En el infierno todos esperan

Por María Luisa Miretti

Esta novela de sesgo policial de Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944) retoma muchos guiños de obras anteriores, incluyendo los de su afamado El frasquito (cuestionado y prohibido por la censura, en 1977), tanto por el recorrido de ambientes marginales, como por el tratamiento de determinados personajes y la alusión de referentes concretos, como el tango (Gardel) y ciertos barrios porteños.

Un expesista -Walenski- a cargo de un gimnasio es abordado por una mujer -Lucero- quien anda en busca de su ‘novio' -Silvio-, un stripper que más tarde aparecerá muerto de un balazo junto a un pitbull, después de saber que ella está embarazada.

Esta breve sinopsis permite infinitas conjeturas, ya que el universo ficcional se irradia hacia polaridades extremas, tanto en el tiempo como en el espacio. Si bien algunos personajes son recuperados de obras anteriores -Walenski y Smith vienen de “Tennesse” (1997), donde este último muere de cáncer-, la novela comienza con una feroz pesadilla de Walenski, quien cree ver y escuchar a su entrañable amigo Smith. Una amistad que se recordará con lealtad durante toda la obra, marcando extraños contrastes entre la rudeza del oficio y la sensibilidad extrema, manifestada de modo permanente (relación que no impide leer esta novela de modo independiente).

El rechazo de Silvio (el stripper) por Lucero, ante la noticia del embarazo y los reproches por la falta de cuidado ponen en evidencia la superficialidad de la relación, dejando en claro además, los oficios de cada uno, cómo se conocieron y lo que pretendían, pero lo más impactante sin duda, es la reacción de asco y rechazo del hombre ante la imposibilidad de hacerse cargo de un hijo. Ella lo busca en el gimnasio, le cuenta a Walenski la causa y allí comienzan las peripecias de la gran historia.

En cierto momento, es posible preguntarse el o los motivos del ensañamiento del expesista por esa búsqueda, pues no deja sitio sin recorrer, conoce al dedillo cada hueco donde puede o pudo haber estado (el otro ante esa posibilidad, como era un vividor, se había ido a Brasil al departamento de una viuda), hasta que más tarde nos enteramos que él mismo es un “bastardo”, producto de una noche accidental, por eso no soporta ese tipo de actitudes.

Ante el asesinato de Silvio aparece en escena el inspector Bersani y a partir de allí un nuevo entramado que será una caja de Pandora, que no estaba previsto: el tráfico de perros y gatos, la pelea de los pitbulls, la descripción sanguinaria de aullidos y de un mundo sórdido totalmente impensado.

Como el amante perseguido regresa al país (no aguanta estar en el exterior) la odisea se entremezcla también con un submundo ajeno, de “boliches” y desnudos, la homosexualidad, los stripper, en un cóctel bastante bizarro, en el que aparecen la novia estafada con sus amigas, la veterinaria, la escultora, una serie de personajes que complican algunas secuencias y nos hacen correr el foco de las escenas, quizás como estrategia para mantener el enigma de modo constante.

La muerte de Silvio y el perro generan otro proceso revulsivo (la historia no se aquieta nunca y el lector tampoco) y en la búsqueda de respuestas aparece un diario íntimo de Lucero en la mesa de luz de Silvio, que lejos resolver el misterio lo ahonda mucho más, dirigiéndose al padre, como si fuera el bebé.

Historias entrecruzadas, cargadas de fabulaciones, mentiras y escarceos, con resoluciones inacabadas a voluntad del lector, quien debe estar atento a los pasos de los personajes, cuya construcción es excelente, seres solitarios, duros (al estilo del detective Marlowe, de Chandler), aislados, por eso llama la atención, quizás, la relación lograda entre Walenski y Smith -una gran excepción-, en ese mundillo de seres sueltos, en los que hasta el sexo es una transacción que se ejecuta por necesidad, más que por sentimiento.

El contexto es urbano y excesivamente porteño, hay descripciones al detalle que -excepto ciertos nombres generales- se pierden para el lector de otras latitudes y es una pena, a pesar del manejo diestro del lenguaje que -aún en los ambientes marginales o en los sitios más top- la estética literaria es respetable.

Se sugiere tener en cuenta los epígrafes, no en vano el autor ha citado a Elliott Chaze -un escritor noir de culto de Estados Unidos, como así también a Nietzsche, pues ambos aluden indirectamente al efecto devastador de la mentira, que conduce al infierno donde todos esperan.