ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

El síntoma adolescente

Por Luciano Lutereau (*)

La cuestión del estatuto del síntoma en la adolescencia es de relativa complejidad en psicoanálisis. Por cierto, a diferencia de las consideraciones sobre el síntoma en la infancia, donde hay diversas polémicas al respecto, en el caso de la clínica con adolescentes más bien pareciera discutirse poco y se relega el debate a una disquisición cronológica basada en las “dificultades de la edad”. El camino fácil, en última instancia, radica en hacer de la adolescencia como tal un fenómeno sintomático.

Sin embargo, esta deriva conduce a su reverso: el ejercicio perenne de subrayar la importancia de no psicopatologizar la adolescencia. Y la pregunta de partida continúa sin respuesta. ¿Qué modelo podría utilizarse para pensar el síntoma en esta particular posición subjetiva? Dicho de otra manera, ¿qué tipo de posición subjetiva es el síntoma adolescente? Porque respecto del síntoma del adulto no dudaríamos en decir que se trata de una respuesta a un conflicto, una respuesta basada en la no-resolución (en eso consiste la sintomatización: que puede servir para denunciar, postergar, evitar, etc.), pero que al menos toma nota de un factor constitutivo: la castración.

El síntoma del adulto es un modo de dar cuenta del encuentro con la castración. Es el caso, por ejemplo, de Dora (la conocida paciente de Freud), cuya última formación de su neurosis comienza cuando se encuentra en la situación de tener que tomar una posición respecto de la propuesta de un hombre. “Ser la nena de papá o una mujer”, podría ser la disyunción con que el conflicto se enuncia. Y su síntoma fundamental, una tos nerviosa, expresa una relación con el deseo de su padre: la suposición de un deseo incluso en quien sabe impotente. Porque la potencia nada tiene que ver con el deseo, y es algo propio del tipo histérico apuntar a esa distancia.

Ahora bien, a pesar de sus 18 años, Dora es una histérica. Su síntoma neurótico se encuentra constituido de manera flagrante. La misma consideración podría aplicarse a otro caso freudiano, el del hombre de las ratas, para dar cuenta de la neurosis obsesiva. Para aquél, la duda como síntoma fundamental tiene como causa una determinación sexual relacionada con el matrimonio. A pesar de veinte y pico de años, el hombre de las ratas es un adulto. Su síntoma lo demuestra. Por esta vía, entonces, cabría afirmar que la adolescencia es la antesala del síntoma y su “fin” en el doble sentido radica en la precipitación del tipo clínico.

Por eso es razonable que diversos autores hayan concebido la adolescencia como una “clínica del fantasma”. Sin embargo, ¿qué clínica no apunta en última instancia a un modo de sostener el deseo que puede ser más o menos sintomático? ¿Qué sería un fantasma que no responda a un tipo de síntoma? Por lo tanto, nuestro punto de vista es diferente: la adolescencia es una elección cuya respuesta sintomática aún no fue efectuada. En sentido estricto, entonces, no hay adolescentes histéricos u obsesivos. Y, en todo caso, lo que cabría interrogar es esa demora, ese compás de tiempo en que un conflicto puede plantearse y no necesariamente la respuesta se encuentra dada de antemano.

He aquí lo que motiva que los adolescentes sean grandes elaboradores de escenarios posibles. El despliegue de la fantasía no tiene aquí una función de resistencia, o de huida de lo real, sino que es lo que permite su acceso.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

La adolescencia es una elección, cuya respuesta sintomática aún no fue efectuada. En sentido estricto, entonces, no hay adolescentes histéricos u obsesivos.