Moby-Dick vuelve a la carga

Una nueva y espléndida traducción de este clásico de la literatura, a cargo de Rolando Costa Picazzo y lanzada por Ediciones Colihue, es la excusa para volver a una obra que “no es novela, ni épica, ni alegoría ni relato de aventuras, y al mismo tiempo es todo esto, y algo más”.

Textos. Enrique Butti.

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La persecución de una descomunal ballena blanca es el motivo que está en la base de “Moby-Dick”, la novela de Herman Melville publicada en 1851 que inaugura (o consolida, mejor dicho) en los Estados Unidos una tradición que colocará a ese país al nivel de los más importantes en la producción del género novelístico, junto a Rusia, Inglaterra y Francia.

El narrador (llamémosle Ismael) se enrola en un barco ballenero, y en la travesía el mutilado capitán revela a sus subalternos que el objetivo que los guiará no será simplemente la caza de ballenas sino la búsqueda del monstruo que le quitó la pierna y del cual aspira vengarse. El capitán Ahab vive gobernado por ese solo ideal, y ese ideal obsesivo hace de él un ser “maligno”, que utiliza a sus semejantes (a los tripulantes del barco que dirige) para su monomanía y ambición desmedida. Impone una “obediencia implícita e instantánea”, “una irresistible dictadura”. Y es aquí donde comienzan las inmensas (tan inmensas como la fuerza y las dimensiones de la ballena perseguida) resonancias políticas, alegóricas y teológicas de la novela.

“Moby-Dick” es una obra extraña, que constantemente mezcla lo realista y lo simbólico, lo narrativo y lo discursivo. “Sería difícil definir lo que es ‘Moby-Dick’: no es novela, ni épica, ni alegoría ni relato de aventuras, y al mismo tiempo es todo esto, y algo más”, anota José de Onís.

¿Quién es esa ballena blanca que poco a poco alcanza una dimensión mítica? ¿La incisiva sierpe que el Señor destruirá con su espada, como profetiza Isaías; ese Leviatán, dragón del mar que Dios matará? ¿O ese ser extraordinario -que como toda ballena “carece de rostro”- es símbolo de Quien le dice a Moisés: “Tú no me puedes ver la cara, pues ningún hombre podría verla y seguir viviendo”? En un momento de la novela el primer oficial aduce que es absurdo ese afán de venganza contra “una pobre bestia que atacó sólo por el más ciego instinto”, y que le parece una blasfemia enfurecerse de esa manera contra un animal irracional. A lo que Ahab responde: “Todos los objetos visibles, marinero, no son más que máscaras de cartón. Pero en cada hecho en el acto de vivir, en lo que hacemos sin dudar-, allí, algo desconocido, pero que razona, deja asomar la forma de su fisonomía detrás de la máscara irracional... ¿Cómo puede el prisionero llegar afuera salvo atravesando la pared? Para mí, la ballena blanca es esa pared, puesta delante de mí. Hay veces en que pienso que no hay nada detrás. Pero es suficiente”.

Ediciones Colihue acaba de lanzar una espléndida traducción de “Moby-Dick”, a cargo de Rolando Costa Picazo, acompañada de una introducción y numerosas notas. Notas que resultan fundamentales para captar la complejidad de alusiones e influencias que coinciden en “Moby-Dick”; se han contado 250 posibles referencias a “El Paraíso Perdido”, de Milton; “Doctor Faustus”, de Marlowe; “Faust”, de Goethe; “Anatomy of Melancholy”, de Burton; “Religio Medici”, de Browne; “Frankestein”, de Mary Shelley; y a Shakespeare, Dante, Montaigne y Sterne, entre otros. Y sobre todo a “La Biblia”, especialmente a los Libros de Job y Jonás.

Costa Picazo cierra su introducción citando al poema “Herman Melville”, de W.H. Auden, que comienza con estos versos: “Hacia el final navegó hasta una mansedumbre extraordinaria,/ y echó anclas en su hogar y llegó a su esposa/ y paseó dentro del puerto de su mano...”. Melville contó su historia a través de quien llamamos Ismael, no de Ahab, y pudo así asistir a la lucha del Bien y el Mal, y salvarse del naufragio aferrado a un ataúd-salvavidas mientras “la gran mortaja del mar siguió meciéndose como se mecía hace cinco mil años”. Como Job, este Ismael puede decir “Y solo yo escapé para contártelo”.