Bicentenario de la Independencia Nacional (16)
Bicentenario de la Independencia Nacional (16)
Hacia un nuevo orden político

Campo de batalla. Luego de cruzar la cordillera, el Ejército de los Andes, comandado por el general San Martín, confluyó con las fuerzas chilenas, bajo la jefatura de Bernardo O'Higgins, y chocaron con las tropas realistas en los llanos de Chacabuco. Aquí, el croquis de los movimientos militares. Foto: Biblioteca Nacional de Chile
El doble carácter político y militar de la revolución independentista americana surgió tanto de las necesidades de la población local, como del proceso de formación política y del perfeccionamiento profesional para la guerra. El uso de estrategias, tácticas de combate y armamento moderno tenía sus raíces en España e Inglaterra pero sobre todo en el modelo militar francés. Un ejemplo de esa implementación fue la batalla de Chacabuco, en febrero de 1817, que mereció un reconocimiento internacional a través de la prensa de la época por su efectividad e importancia estratégica. A su vez, San Martín hizo su propia valoración en carta enviada al director Juan Martín de Pueyrredón: “[...] El eco del patriotismo resuena por todas partes a un tiempo mismo, y al Ejército de los Andes le queda para siempre la gloria de decir: en 24 días hemos hecho la campaña, pasamos la cordillera más elevada del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”.
La convicción independentista de San Martín se puso de manifiesto en una carta al diputado por Mendoza ante el Congreso de Tucumán, en mayo de 1816: “¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra independencia? ¿No le parece a usted cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cucarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos?”. Pero el liberalismo político no se correspondía necesariamente con las nociones republicanas. En el marco de las ideas liberales, San Martín se pronunció a favor de una monarquía constitucional, sobre lo que algunos autores afirman que no era un convencimiento ideológico sino una posición de orden coyuntural; la evaluación de la restauración monárquica en Europa podía hacerle pensar que un gobierno de naturaleza monárquica atemperada por una Constitución crearía mejores condiciones para el reconocimiento de la independencia por parte de países europeos.
San Martín no escatimó solicitudes para obtener recursos económicos necesarios al ejército libertador entre 1813 y 1817. En San Juan, incluyó a los curas de la Iglesia Católica y a los conventos, y al Cabildo le pidió un “último esfuerzo” con respuesta favorable del pueblo. Con respecto al gobierno central, en noviembre de 1816 Pueyrredón le escribió: “Van los 200 sables de repuesto que me pidió. Van las 200 tiendas de campaña, y no hay más. Va el mundo, va el demonio, va la carne. Y yo no sé cómo me iría con las trampas en que quedo para pagarlo todo, a bien que, en quebranto me voy yo también para que usted me dé algo del charqui que le mando, y ¡carajo! No me vuelva usted a pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un tirante de la Fortaleza”.
Pero un ejército competente no sólo necesitaba recursos, también requería de patriotismo. La arenga antes del combate y los reconocimientos y ascensos a posteriori eran indispensables para sostener el ánimo. Las acciones militares fueron siempre acompañadas de premios a oficiales y soldados que tuvieran méritos, hecho que constituía un estímulo, especialmente porque la exigüidad de los sueldos y demora en el pago producían una situación vulnerable a la deserción o los amotinamientos.
San Martín y Estanislao López en su intercambio epistolar entre 1819 y 1823
La incorporación de Santa Fe a la Liga de los Pueblos Libres, liderada por José Artigas, acrecentó la reacción armada del gobierno directorial, que concretó sucesivas invasiones a su territorio. En 1819, San Martín dirigió cartas a Estanislao López instando al cese de las luchas, pues tal conflicto afectaba su objetivo de lograr la emancipación absoluta del gobierno español. Estas declaraciones no generaron total confianza en el gobernador santafesino, quien especulaba con posibles alianzas en contra de su provincia. Por el contrario -y anulando toda acción pacificadora-, le ordenó a aquél su intervención para sofocar los alzamientos del Litoral pero fue desobedecido expresamente; en la Proclama de Valparaíso en 1820, dejó en claro que las armas del Ejército Libertador sólo se desenvainarían en contra de los enemigos de la independencia de Sud América.
En 1822, el contexto había cambiado con la caída del gobierno central y el inicio de una política pactista entre los incipientes Estados provinciales del Litoral. Entonces, la actitud de López respecto de los planes de San Martín fue de identificación y colaboración con la causa libertaria americana. En carta al comisionado peruano, Antonio Gutiérrez de la Fuente, ofreció si fuera necesario 200 o 300 hombres de su caballería para aumentar las filas de los defensores de la sagrada causa de la Patria. Ante las sospechas sembradas por el gobierno de Buenos Aires acerca de las intenciones de San Martín de derrocarlo y de los rumores que vaticinaban un juicio de guerra por negarse a intervenir en las luchas contra Santa Fe, López se ofreció en 1823 con “la provincia en masa a esperar a V.E. en el Desmochado, para llevarlo en triunfo hasta la plaza de la Victoria”.
Vicisitudes de la campaña libertaria
Otro inestimable apoyo al Gral. San Martín lo constituyó el conjunto de oficiales británicos. Una práctica de éstos era solicitar empleo militar habiéndose informado de los triunfos de los comandantes, tales los casos de lord Cochrane y Guillermo Miller, figuras de reconocida labor quienes se propusieron integrar el Ejército de los Andes dado el prestigio sanmartiniano que internacionalmente se difundía, especialmente después de conocerse los resultados de Chacabuco. El primero, luego de haber ofrecido sus servicios en el periódico, se alistó a través de Álvarez Condarco; el segundo, se embarcó al Río de la Plata para presentarse ante Pueyrredón, quien lo aceptó rápidamente. Estos militares tenían la capacidad de rescatar barcos enemigos para la flota patriota, sustraer armamento, desarmar tropas enemigas para subsanar el déficit de recursos y conducir partidas montoneras.
Después de cruzar los Andes y navegar hacia el Perú -con una flota que ensamblaba buques chilenos, otros ingleses mercantes adaptados a la guerra, más los españoles enemigos capturados-, San Martín entró en Lima el 9 de julio de 1821 y proclamó la Independencia del Perú, asumiendo el cargo de Protector. Por haber acompañado de modo irreprochable este trayecto, Miller fue repetidamente condecorado: asumió el gobierno civil de Ica y recibió la Orden del Sol del Perú. En septiembre de 1822, San Martín dimitió del cargo de Protector y partió a Chile con el mando supremo del ejército. En 1823, otro miembro de la Gran Logia reunida en Londres arribó a El Callao: Simón Bolívar. A poco de llegar, se declaró dictador del Perú y encaró el definitivo aniquilamiento del poder español en América. Se acercaba el momento crucial entre los contendientes: el ejército patriota, al mando de Antonio Sucre con 6.000 hombres, y el bando enemigo, bajo el virrey de La Serna con 9.000. Pese a la inferioridad numérica, el 9 de diciembre de 1824 se libró la batalla de Pampa de Quinua -Ayacucho- con resultado favorable al ejército libertador. Nuevamente premiado, Miller recibió una medalla de oro y, ya en Cuzco, Simón Bolívar le otorgó el cargo de comandante general de Puno. Pese a haber concluido la batalla decisiva, siguieron combates menores para derrotar el último bastión español en el puerto de El Callao. Las últimas acciones también fueron premiadas: Miller fue nombrado comandante general de Potosí, superintendente de la Casa de la Moneda y director del Banco de Rescate. La muerte del General español Olañeta, la entrada triunfal de Sucre al Alto Perú con el apoyo de los cabildos y la crisis terminal de la Audiencia, apuraron la declaración de Independencia de la República de Bolivia por medio de un Congreso en Chuquisaca el 6 de agosto de 1825. Sucre fue designado presidente vitalicio. Recién en enero de 1826, una capitulación puso fin a la guerra contra España.
El proceso independentista inauguró una etapa de vertiginosos cambios en donde las ideas y las acciones no tuvieron un único derrotero. La trama del gran proyecto americano de liberación de España incluyó las luchas internas por el poder territorial, las formas y la naturaleza de las entidades políticas que se elevarían por sobre el quiebre colonial. El ideario, la acción política y la guerra fueron construyendo identidades y liderazgos, reformulando proyectos políticos y cambiando el mapa del poder y del territorio, siendo esto evidente, por ejemplo, en la evolución que siguió el Alto Perú entre 1809 y 1825. Una historia dinámica abierta a múltiples direcciones, fraguándose en cada día, en cada decisión, en cada vida y en cada muerte en el campo de batalla como alto costo en el logro de la libertad.
Por Teresa Suárez y Sonia Tedeschi
El proceso independentista inauguró una etapa de vertiginosos cambios en donde las ideas y las acciones no tuvieron un único derrotero.