Sobre “Zona Saer” y más

Una respiración poética

  • A partir de la presentación del libro en el que retomó la reflexión sobre la obra del escritor santafesino, Beatriz Sarlo dialogó con El Litoral sobre la obra y el personaje que habitó detrás.
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“Es el gran escritor de la literatura argentina de los últimos 40 años”, afirma una de las máximas estudiosas de la obra de Juan José Saer.

Foto: Flavio Raina

 

Ignacio Andrés Amarillo

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Beatriz Sarlo participó el miércoles 29 de junio del lanzamiento del Año Saer, presentando junto a Fabián Casas el libro “Zona Saer”, en el que volvió a la tarea de reflexionar sobre la obra del autor nacido en Serodino y formado en nuestra zona. Con la excusa del evento El Litoral pudo compartir esa mirada sobre una figura que se va agigantando en la literatura nacional.

—Como una de las personas que más ha escrito sobre Juan José Saer, ¿cómo es, ya sin él de cuerpo presente, el reencuentro con lo que queda por decir de él?

—Si tengo que empezar a evocarlo, el mayor impacto fue escribir sobre “La grande” cuando salió, fue una reseña larga para La Nación, que ya había empezado a reconocer el valor de Saer. Obviamente él ya no estaba. Había escrito la necrológica, o sea que venía trabajando sobre su muerte: cuando uno escribe la necrológica es como si cerrara un capítulo. Me tocaron muchas necrológicas de mis maestros. Había leído las pruebas de galera de “La grande”, que me las pasó su editor, Alberto Díaz, o sea que la había leído antes de que estuviera en libro. Fue una experiencia: es una novela que está inconclusa, aunque no está inconclusa.

Como yo había reseñado todos los libros de Saer a medida en que iban saliendo, no pensé que iba a volver a escribir: ya no estaba Juani para darme esa ocasión. Cuando tomé el compromiso de escribir el libro, me dijeron: “Como tu libro sobre Borges”. Y eso me reveló lo que yo pensaba, que Saer es el gran escritor de la literatura argentina de los últimos 40 años. Para mí no es discusión.

—¿Medio siglo para cada uno?

—Un poquito más de medio siglo para Borges, porque hasta la década del ‘60 publica grandes textos, y Saer comienza a publicar entonces, en un sentido contemporáneo a Cortázar; aunque Cortázar es mucho mayor, “Rayuela”, “Responso” y “Cicatrices” son novelas contemporáneas. Entiendo que esto es algo que otros podrán discutirme, pero establecer el canon (quiénes son los grandes escritores) no tiene que ser un acto pacífico. Es siempre una apuesta estética de quien lo establece, de quien lo enuncia.

—Y nunca es un consenso, siempre un fragor.

—Sin duda. Habrá quien diga “está Puig” y quien diga “está Cortázar” (no creo que sean muchos). La afirmación de Saer es la afirmación de un tipo de estética que es más amplia que la de él mismo: representa un tipo de exigencia máxima de la escritura, uno puede pensar en otros escritores. Él la representa como el mejor, me extendería a Latinoamérica.

Amigo literario

—Podríamos pensar en la “popularidad” de Cortázar en su tiempo y el perfil bajo de Saer, que ahora parece disiparse.

—Era imposible que Saer fuera reconocido con “El limonero real” o con “Cicatrices”: no había condiciones en el campo literario para que fuera reconocido de ese modo. Y no era un escritor que hiciera vida literaria para lograr su reconocimiento. Por otra parte, su literatura es difícil. “Rayuela” es un libro de iniciación todavía hoy, los estudiantes me han contado que es la primera novela larga que han leído. Es un libro de iniciación: agarra a una persona de la mano, le cuenta cómo es una ciudad mitológica como es París, le muestra un grupo de bohemios que pueden ser prehippies de los '40 y '50 (aunque pueden ser leídos en otra clave); habla del jazz, muy fechado en la década del '40, ni siquiera nombra a Miles Davis desde el '63; da todos los libros que hay que leer, los poetas (del surrealismo, del dadaísmo, la patafísica).

Si uno piensa en una novela de formación, de educación, “Cicatrices” no puede serlo jamás. Creo que se puede leer muy joven, pero que hay que saber mucha literatura para descubrir la enorme complejidad de ese texto. Y no da sus claves: si uno quiere aprender qué literatura hay que leer, no es “Cicatrices” el libro. Saer no es un escritor didáctico, ni que quiera hacerse amigo de sus lectores. Le encantaría, pero si son lectores de su literatura.

—Usted afirma que el lector de Saer es antes un lector de literatura.

—Sí, y un lector acostumbrado al rigor de la lectura de poesía. Creo que es el único narrador argentino que escribe a partir de la poesía. Para otros ha sido muy importante (sin duda para Borges), pero Saer narra a partir de la poesía. A partir de su amistad desde la adolescencia con Juan L. Ortiz, pero también tiene que ver con una sensibilidad: solía encontrarlo leyendo poesía o ensayo (aunque también leía ficción).

—Saer fue justamente uno de los impulsores de la figura de Juan L. Ortiz, que en algún momento estuvo en un microclima de los entrerrianos.

—Totalmente. Juanele tiene su gran edición en los '90, cuando Sergio Delgado hace la edición. Entonces, quienes queremos enseñarlo en la universidad tenemos los libros, no buscando una fotocopia corregida por él. Esa edición le dio una circulación nacional. Era muy difícil de hacer, porque publicaba el libro, después mandaba tarjetitas a los amigos diciendo que en la página tal había que corregir.

Los poetas de Buenos Aires lo visitaban, pero la intensidad de esa relación que tienen los santafesinos (Gola, Saer y sus amigos) es fundamental. No es sólo por compartir un paisaje, sino por un aprendizaje de cómo se puede mantener un escritor en la marginalidad. Ellos pensaban que Juanele era el gran poeta de la Argentina, y lo ven incólume en el margen. El más admirado estaba afuera, vive acá y está esperando que vayamos a comer un asado.

—Si los amigos de Saer eran escritores bien y si no, igual, estaba con sus amigos.

—En efecto. Lo que uno puede pensar es que no hizo los movimientos para colocarse desde “Responso”. Estaba en la editorial adecuada, que era Jorge Álvarez: en su librería se armaban happenings con cada uno de los libros que aparecían. No pudo o no quiso, o no le interesaba colocarse ahí.

Espacio y tiempo

—Usted dice que era regional pero no regionalista, quizás es otra cosa aprendida de Juanele. El paisaje es algo dado para un imaginario, sin pretender ser una pintura de aldea.

—Luis Priamo, alumno de Saer en la Escuela de Cine, tiene un lindísimo texto donde lo recuerda entrando como loco en el aula diciendo que acababa de leer “Zama”, de un escritor (Antonio Di Benedetto) que no tuvo a Buenos Aires como escenario. Saer entra en trance e interrumpe la clase que estaba dando Gola u otro, para decir que estaba leyendo la mejor obra de la literatura universal, con esos juicios exagerados que hacía permanentemente, parte de su relación con la literatura.

Existen otros escritores argentinos que tienen ese rasgo, que no dejan de tener cierta representación del castellano o el paisaje de esa región, que no son folclóricos ni exotistas. Uno de ellos es por supuesto Di Benedetto, el otro puede ser Daniel Moyano, y casi todo (Héctor) Tizón. El castellano de Tizón no se puede confundir con el de Saer ni con el de Di Benedetto, es otra oralidad. Pero Saer es el que lleva el proyecto más lejos: no hace sino escribir de Santa Fe, un poquito de Rosario, la historia de París que Pichón (Garay) le cuenta a santafesinos; y no hay ningún pintoresquismo, ni en “El limonero real”, donde podrían haber entrado todos los rasgos, porque está toda la familia de Layo, toda la familia del Ladeado.

Quizás a él no le hubiera gustado la palabra regionalismo: la mencionaba en la universidad pero nunca se la dije a él. Y en este libro no lo desarrollo porque a él le hubiera molestado. Es una respiración del castellano diferente al del Río de la Plata, y un paisaje anómalo al borgeano de la ciudad de Buenos Aires.

—Que llegaba a la orilla de la Pampa...

—Que era arcaica respecto al momento en que estaba escribiendo.

—Es reconstruida.

—Mientras que la de Saer es muy del presente, no va sistemáticamente al pasado. “La ocasión” y “Las nubes” son obras que tienen los restos de las que vinieron antes, uno reconoce las del “presente” en esas “históricas”.

—El presente de Saer era el de los '60 ó '70. Se llega hoy a Saer con ese desfase.

—Toda la literatura sufre ese desfase, cuando pasan 20 ó 30 años. Los que menos lo sufren son los más grandes: uno puede seguir leyendo Roberto Arlt incólume. Y sin embargo es un desfase terrible: esos grupos anarquistas de “Los siete locos” que sacaban plata de prostíbulos para hacer después la destrucción universal no pueden ser pensados en términos presentes. Y si alguien dijese “es Isis” estaría diciendo una pavada.

Ningún gran escritor prefigura nada; están marcados en un presente. Ahora, cuando mayor es la calidad literaria, ese presente empieza a tener valencias en el presente de la lectura. Pero es imposible que un joven contemporáneo de la edad de Leto se pueda identificar con él: porque Leto está leyendo a Thomas Mann, y un joven contemporáneo estaría leyendo Facebook. Los libros que se sostienen lo hacen a pesar de los años transcurridos: si no, no se podría leer Proust, Tolstoi, casi nada.